Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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55 HORAS EN PEKIN (o BEIJIN)

Vicente Huici Urmeneta (*)

Había quedado con Lu en la plaza, bajo el retrato de Mao, pero, a los ya habituales controles de acceso – ¿una plaza con controles de acceso?– se han sumado ingentes escuadrones de policía o del ejército (por aquí todavía no están muy claras estas distinciones).

Ni siquiera con mi aspecto de wasp despistado y barbado he podido cruzar las infranqueables barreras de hombres y mujeres armados hasta los dientes por mucho que haya exhibido una y otra vez mi entrada electrónica a la Ciudad Prohibida.

Así que, según habíamos acordado como segunda opción, me he encontrado con ella en la esquina de Wang Fu Jing con la avenida Chang An, frente al Beijing Hotel. Hacía diez años que no nos veíamos y, cuando le he dicho que venía directamente de un congreso celebrado en Shanghái, ha negado con la cabeza.

Una vez encauzados en la «calle moderna» –denominación oficiosa de la Wang Fu Jing– yo pensaba que me iba a conducir hacia la izquierda a visitar de nuevo la zona de hutones repintados e higienizados para turistas (por aquello de darme un baño de color) pero, para mi sorpresa, me ha llevado a unos grandes almacenes amparados por una ciclópea tienda de Apple. La verdad es que se lo he agradecido porque en la calle hacía un calor de aúpa y dentro un nifrionicalor muy agradable. Para más recochineo –sí, recochineo– hemos subido al segundo piso de los referidos almacenes para sentarnos en una bar que se llamaba Far West, decorado con sombreros tejanos, botas de cowboy y cuernos, muchos cuernos.

Ella se ha pedido un café americano y yo, que en realidad soy muy de café americano, un té (rojo por si acaso). Está contenta de seguir viviendo en Beijing. No quiere salir de China porque prefiere, dice, la ideología utópica del Partido Comunista a la utopía ideológica del capitalismo de libre mercado. Se ve mayor y que se le van los años por la escurridera (a mí me parece que está estupenda), pero ya no me pregunta si podría encontrarle algo. Le acaricio la mejilla contenidamente por mor de guardar las distancias étnicas y personales.

Tiene que volver a la Universidad –por lo visto hay mucha gente interesada en la filología hispánica–, pero antes me pasa unas fotocopias («es un ensayo de un amigo»). Bajamos, y antes de salir, me doy cuenta de que estamos siendo retransmitidos por alguna cámara y proyectados impunemente en una pantalla gigante. Como la gente, siguiendo la moda, se está haciendo una selfies retrógradas, nos hacemos una con su smartfone a pesar de mis protestas.

Me despido de Lu con un apretón de manos convencional –lo de los dos besos lo dejaremos para otro momento y otro lugar–. Poco después veo que se pierde entre las masas que suben y bajan entre la niebla y el humo.

Mientras me encamino hacia los hutones, echo una ojeada a las fotocopias. El ensayo se titula El pensamiento chino contemporáneo y la cuestión de la modernidad. Tiene muy buena pinta. Me lo leeré mientras doy cuenta de unos alacranes puntiagudos y una buena cerveza (Tsingtao, of course).

Por cierto, ¿continuará abierta aquella excelente librería cerca del cruce con Dong´anmen a la que me llevó Lu cuando la conocí?

(*) Vicente Huici Urmeneta