Por M. Urraburu
Es en las fiestas que rodean la Navidad cuando la costumbre de hacer regalos se desquicia. A las destinatarios de esos regalos, todo parece poco: padres, madres, abuelos, padrinos se esmeran en su habitación de juguetes. Y, no contentos con eso en una fecha determinada, nos vamos en busca de otras tradiciones para en encontrar diferentes días para el regalo obligado: el Papa Noel, el Olentzero o el tío de la Noche Buena, el amigo invisible del Año Nuevo, los Magos.
Desde hace tiempo, los psicólogos infantiles vienen advirtiendo de los riesgos de la entrada masiva de juguetes a los niños. Pero, aparte del tipo de regalo, el impacto negativo del juguete puede afectar también a su demasía. Los especialistas coinciden en estimar que nuestros niños están “ sobre regalados” y que el exceso de cosas recibidas a cambio de nada provoca en ellos mas consecuencias perniciosas que benéficas.
En principio, el fenómeno es una consecuencia más de la dictadura del consumo, que encuentra en los niños unos buenos clientes con fuerte capacidad para presionar sobre sus mayores. Nadie desea ver en el rostro de su hijo un gesto de desilusión, y menos en estas fechas. Multiplicados los regalos, rebajan la ilusión y desvanece la sensación de o recompensa o logro profesional . El niño se siente superado de cosas poco diferentes de las que , por regla general ya poseía, ya que no se trata de regalar novedades, sino nuevas versiones del aparato, el muñeco o el videojuego del año anterior. Pero, el peor efecto de esta sobrecarga de regalos es la impresión de falsa facilidad que crean en el niño, quien tiende a pensar que todo está al alcance de su mano y basta con alargarla para obtener lo que les interesa
Ha desaparecido el escaparate, con barrera simbólica entre lo visto y lo logrado. Creo que vale más el tiempo compartido con ellos que el alto precio de un juguete destinado a formar parte de una escombrera de juguetes en su entorno. Podrían ponerse de acuerdo padres, abuelos y tíos para hacer obsequios compartidos a entrar en alocada competencia por asombrar a la criatura con el regalo más grande o el más caro. Y si el niño no recibe lo que esperaba, enseñarle a aplazar su deseo para otra ocasión: con ello aprenderá – pienso – a tolerar la frustración y a dar un valor a las cosas. Unos tanto y otros tan poco. Como siempre.