Por Mikel Pulgarín, Periodista y Consultor de Comunicación
Aún recuerdo ese pasado cercano en el que el verde era tan sólo un color, una tonalidad, que en unas ocasiones empezaba en los Pirineos y en otras servía para la clasificación moral de los chistes. Ahora, en este presente lejano, el término esconde ideas y conceptos, maneras de entender y vivir, rechazos y adhesiones nunca conocidas. Pero también negocios, hábitos, tendencias y modas, dirigismo social y político, marquismo y otras muchas cosas que el futuro próximo se encargará de sacar a la luz. En los inicios del nuevo milenio, lo verde es sinónimo de modernidad, ayuda a seguir una senda recta en la vida, a mostrarse, a relacionarse e, incluso, a ligar. No cabe duda, nos encontramos en plena eclosión clorofílica.
Pero cuidado, que no todo el monte es orégano. Esa visión global, facilitada a través de los canales que crean las tendencias y modas, tiene otras caras. Porque junto al verde idílico y dulce del “qué verde era mi valle”, convive otro más agrio, el de “verdes las han segado”. Y es que, en ocasiones, lo Verde también tiene tintes partidistas. La especulación y los intereses particulares acechan en multitud de situaciones. Y eso también forma parte de ese totum revolutum que conocemos como Medio Ambiente, abstracción intensificada aún más con la irrupción del concepto Sostenibilidad.
En cualquier caso, el fenómeno Medioambiental, Ecológico o Verde, que cada cual lo llame como quiera, es fundamentalmente comunicativo y, por lo tanto, informativo. Porque sin canales de transmisión, sin la aplicación de técnicas y herramientas de comunicación modernas, el desarrollo de esta criatura hubiera sido muy diferente. Y ahí, los medios de comunicación y los periodistas hemos tenido y tendremos mucho que decir, al tiempo que hacernos alguna autocrítica.
En el mundo de lo Verde son muchas las personas que opinan y creen saber, que afirman tener pruebas y que están convencidas de estar en posesión de la verdad. Todas ellas dicen afanarse en beneficio del interés público, pero no todas son honestas; ni mucho menos. “Reunión de pastores, oveja muerta”. En este terreno, como en el campo, tampoco hay puertas. Y, a pesar de las evidencias más que palpables que todos percibimos en nuestra vida diaria, y más allá de ese negacionismo estúpido y suicida en el que muchos más de los que sería deseable militan, con el que se intenta desmentir lo evidente y poner freno a lo irrefrenable, aún queda mucho por hacer y descubrir y, en consecuencia, es relativamente fácil deslumbrar o inquietar a los ingenuos receptores que, en este caso, se cuentan por millones.
No es extraño, por lo tanto, que, a veces, el periodista se sienta perdido ante un mundo complejo y desconocido, donde unos se la cogen con papel de fumar y otros con papel de estraza. El profesional de los medios de comunicación debe informar sobre toxinas, purinas, furanos, dióxido de carbono, lindane, pellets plásticos, materiales en suspensión y otras lindezas como si, desde la más tierna infancia, hubiera formado parte del equipo del Doctor Severo Ochoa. Y al mismo tiempo tiene que lidiar con quienes quieren convertir el oficio periodístico en su particular ensayo sobre la ceguera.
Mucho menos debe sorprender que, ahíta de ciertas informaciones, muchas de ellas contradictorias, la ciudadanía viva con el corazón en un puño y se lance de bruces al esoterismo y a la conspiranoia. En un lado de la balanza, la lista de las cosas que no se pueden comer es interminable; las amenazas apocalípticas sobre el planeta, innumerables; no se puede respirar, es peligroso beber, la radiactividad nos acecha y hasta los teléfonos móviles amagan con alterarnos las pocas neuronas sanas que nos quedan. En el otro, el cambio climático es una patraña; el planeta Tierra es más plano que la palma de la mano; las vacunas producen autismo o el calentamiento global evita las muertes por frío.
Y a río revuelto, histeria colectiva. Los fumadores son perseguidos hasta la lapidación; los peluqueros ya no osan pronunciar la famosa frase “¿le pongo un poco de laca?”, y hasta los jardineros se lo piensan dos veces antes de podar el chuchurrido arbusto, no vaya a ser que se arme la de Dios es Cristo. “Ni tanto ni tan calvo”, que, como decían los clásicos, en la mesura está la virtud. ¡Ay, si Federico levantara la cabeza! Verde que te quiero verde.