Por Cristina Maruri
Talento, qué palabra tan repetida, casi hasta empacha, y qué deshilachada. A menudo no sabemos de qué hilo tirar, para definir lo que es indefinible, no por borroso o imperfecto, sino por inabarcable.
Me resulta curioso comprobar hasta la saciedad, cómo solemos connotarlo con lo sesudo, con lo erudito. Con el pozo también infinito del conocimiento. Pero para mí, y lo plasmo con intencionalidad disertadora y no dogmática, su definición reposada en él se encuentra mutilada, porque tan solo representa una parte. Necesaria, si deseamos llegar a su cima; pero insuficiente.
Y al emparejarlo con la necesidad de conocimiento, lo escribo con minúsculas y pronuncio con la boquita pequeña, porque a riesgo de no ser entendida, o incluso yendo más lejos; criticada (y doy gracias de no coser mi existencia a remotas épocas, en las que incluso podría ser condenada a la hoguera), existen innegables, irrepetibles y asombrosos talentos, al margen de éste.
El talento para mí es otra cosa, es el descubrimiento en esencia de la genialidad. Un cromosoma, una neurona. Innato siempre, que puede ser desarrollado o por el contrario adormecido en un sueño eterno; más nunca negado. Al igual que no podría negar su universalidad, porque considero que todo ser humano, por el mero hecho de serlo, lo posee; aunque lo sea en diferente medida y determinados campos.
Y es aquí donde lo fundo y confundo con la humanidad. Porque no concibo que exista talento sin ella o viceversa.
El talento es la fuerza motriz de cada uno, que nos individualiza y define, para que seamos nosotros mismos y no otros. El talento se da, porque somos humanos y no árboles, pájaros o piedras.
El talento es el discernimiento del color, la composición de la melodía, la habilidad para zurcir o el bailar sobre unas puntiagudas e inestables zapatillas con destreza, sin aprendizaje, y en intenso sentimiento.
Humanismo y humanidad; se encuentran en la raíz, en la base misma de esta palabra algo gastada, a veces tergiversada y muy transitada; porque derivan solo y exclusivamente, de ser y de pertenecer a la especie humana.
Metafóricamente, rebuscamos el talento entre las hojas, cuando en realidad lo deberíamos de hacer en la savia, en la raíz; en el ADN.
Gracias a un siglo XXI, pletórico en herramientas, inventos y recopilaciones, producto de una ya ensanchada historia, tenemos la capacidad de fortalecer esa raíz, enriquecerla con todos los nutrientes habidos y por haber, para llevar ese talento desde el embrión, al culmen de su desarrollo, al culmen de la genialidad. Pero no nos engañemos, ese determinado talento ha de preexistir en nosotros, porque no se puede crear; tan solo fomentar. Por eso nuestros esfuerzos serán absolutamente baldíos, si pretendemos, por ejemplo, hacer de un nacido pintor, un disfrazado economista. Por muchas clases a las que asista, por muchas explicaciones que se le den, si carece del concreto talento para ver y entender las matemáticas, será, con dificultades, apto; pero no podrá ser nunca talentoso en ellas. El talento es siempre materia prima y sin arcilla, no se puede construir una vasija.
El quid de la cuestión no es buscar el talento en términos generales, sino buscar cuál es el específico talento o talentos, de los que está dotado un determinado sujeto o individua.
Y aquí quisiera hacer un inciso, que no trata de polemizar, pero sí de sincerarse, sobre el daño que le infringen tantas veces y durante cuánto tiempo; política, culturas, educación, modismos y/o religión. Porque en muchas ocasiones inconscientemente y en muchas más, conscientemente, se valorizan aquellos talentos, que son afines a sus causas, a sus intereses; que son rentables, que son entendibles. Negando la existencia de todos aquellos otros, que no resultan convenientes.
Ejemplos tenemos como granos de arena en las playas, nos basta con asomarnos a algún balcón de la ópera de Viena y comparar los talentos de Salieri y de Mozart; quién fue auspiciado, y por el contrario, a quién trataron siempre de minusvalorar.
Por otro lado, cuántos grandes talentos han sido silenciados, se han perdido y se continúan negando, por ser semilla, no ya de un árbol sino de una flor, y aquí recupero la metáfora para hablar de las mujeres.
Muchos ensayos existen sobre las distintas zonas del cerebro, y las diferentes habilidades que en ellos residen, pero en esto como en todo; no seamos infieles. Si es que todavía seguimos considerando en casi la generalidad del planeta, que el cerebro de una mujer es tan solo un cascarón hueco, únicamente útil para verter en él cerveza, como hacían no hace tanto los vikingos, con los de sus enemigos derrotados.
El talento hoy en día tiene muchos amigos, porque lo favorecen y potencian, pero continúa teniendo los mismos enemigos, como lo son la ignorancia, los intereses y los prejuicios; el miedo.
Son tiempos de profundos cambios, que por su dimensión; podrían denominarse revolución, y en muy poco, asistiremos a un sinfín de revoluciones, que estoy segura supondrán avances, a la vez que nos exigirán nuevas adaptaciones; el paradigma de nuestra existencia.
La inteligencia artificial ya nos tiene rodeamos. Nos copia, y en muchos casos corrige, adelanta y supera. Pero carece de talento, porque no es humana y siendo coherente, y consciente de que es una posición arriesgada la que planteo; lo hago desde el puro convencimiento.
Talento es alma, el talento connota con las ganas de reír y la necesidad de enamorarse. Con la de impresionarse al erizarse nuestra la piel ante la belleza o con la de disfrutar, por la salpicadura de las olas.
Talento son esas auras, que no nacen del hierro, el metal, ni los semiconductores; porque existe pululando en el universo humano, como las estrellas por las galaxias, aunque a diferencia de ellas, no lo haga revestido de materia. El talento es energía, luz y calor.
Lástima que conozcamos tan poco de él, porque guarda correlación con lo poco que conocemos del ser humano, y porque de alguna manera, incidir en su abismal inmensidad; nos asusta. Nos ha asustado siempre, porque en sí mismo es libre y su fuerza exponencial. Por eso solo nos atrevemos a medirnos con aquellos talentos que consideramos dóciles. Que podemos, atrapar, encerrar, encadenar o controlar; no siendo en realidad el talento el controlado, porque esa entelequia jamás se podría lograr, sino que a quien se controla es al individuo, lo cual es en muchísimos casos y lamentablemente muy fácil.
Hagamos el ejercicio de retroceder en esta disertación, y encojamos el talento lo suficiente, como para que nos quepa en una caja; en la que lo asimilamos y denominamos conocimiento. En la de las capacidades que se nos enseñan y requieren, para ejercer con éxito nuestra derivada profesional. El que califico de: pequeño talento.
Metodología, manuales, cursos, todos ellos nos llevarán a mejorar la técnica, a hacer más fluido el desempeño, a que nos sintamos más capaces y menos inseguros, a que realicemos con mayor eficiencia nuestros cometidos; a que seamos más rentables y productivos.
Pero el verdadero éxito, estará en el abrazar de ese conocimiento, con los talentos propios, los intrínsecos en el individuo; que no me cabe duda, radican siempre en su esencia. Y que además, hemos de emparentarlos, en primer grado, con la ética y con el humanismo. Solo así estaremos en presencia del gran talento; del talento por antonomasia.
Porque en la medida de que el/a individuo/a esté dotado de talento innato, plus conocimiento versado en ese determinado talento, plus humanas cualidades; reventaremos cualquier corsé, cualquier apreciación ridícula, nimia y concisa, del término y concepto; que podrá trascender de su connotación economicista y productiva, tan limitada. El/a individuo/a, será entonces un verdadero líder.
En una sociedad sana y avanzada que aspira a un futuro, y ya no expreso el concepto adornándolo con el calificativo de mejor, porque ante las reiteradas atrocidades y locuras cometidas, he dejado de ser pretenciosa y me conformo con que exista ese futuro; no han de tener cabida, los dirigentes que sean y/o comporten de manera deshumanizada o falta de ética. En ningún gobierno, ni estamento ni Organización.
Asimismo, y como no de dan ni se darán seres humanos carentes de algún tipo de talento, éste, cualquiera que sea, ha de ser fomentado y formado, mas no domesticado, sesgado, inducido, o encarrillado. Porque en su pureza, integridad y libertad, imbuido además de ética y humanismo; habrá de ser aportado al mundo, para poder continuar teniendo un mundo, para poder alcanzar con él, un futuro. Por eso, y exclusivamente, en ese inequívoco y excepcional talento; se encuentra nuestra esperanza.
El talento, no puede ni debe de ser considerado solamente, como una herramienta más de la productividad; porque su valor trasciende y lo engloba todo. El talento, considerado sin cortapisas, es la quintaesencia de los seres humanos y los seres humanos, la razón de ser, de cualquier civilización viva.
No lo manipulemos pues, para que una vez más y como todo lo demás, sirva a nuestros propósitos. Aceptemos desde ya su libertad y su superioridad; el que pueda contener espinas que nos puedan pinchar.
Y como no hemos de prescindir del sol, tampoco lo hagamos del talento, de todos y de cada uno. Mas aceptémoslo sin cadenas, no lo miremos de reojo, a hurtadillas; o tras un cristal empañado. Seamos niños para su descubrimiento y desarrollo, que contendrá además el regalo irrechazable, de incrementar la felicidad en el propio individuo.
Y será esta tierra de felicidad, la de cada hombre y la de cada mujer, el mejor motor para el conjunto, porque supondrá su acertada posición y disposición, su mayor rendimiento, y en definitiva; la más valiosa contribución a la sociedad, a la humanidad, al planeta.
En el imperio del gran talento, imperan el gen, el conocimiento y el buen corazón.