Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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UN 8  DE JULIO

(*)

De vuelta a la ciudad originaria, he quedado con Koldo en la Plaza del Castillo de Pamplona, a la sombra de la terraza del Café Iruña. A estas horas, primeras de una tarde que se supone larga, la ciudad  se permite un breve descanso en medio de la convulsión sanferminera. Entre  los restos del vermú del mediodía,  un equipo de limpieza, disfrazado de verde fosforito, se esfuerza por volver practicables unas losetas todavía pegajosas y malolientes. En breve pasará por delante el desfile de “caballeros, mulillas y banda de música”, en su trote ligero hacia el coso taurino.

Koldo –un Koldo de los de siempre que nunca se llamó Luis– es un joven historiador y ha  elaborado lo que él llama una “arqueología de los sanfermines”, porque siempre le extrañó que bajo un régimen tan autoritario como el franquista –“¡el Régimen”!– se permitiera tamaño desmadre colectivo como las Fiestas de San Fermín, unas fiestas que convertían a Pamplona en una “ciudad sin ley” durante ocho días al año.

Koldo, mientras apura su copa de pacharán, dice que la clave de todo está en la Cruz Laureada de San Fernando – llamada popularmente “la berza” – que le fue otorgada a Navarra “por su contribución al Alzamiento Nacional de 1936”.

Esta Cruz, continúa Koldo, sirvió a la derecha (sobre todo carlista) navarra para hacer de su capa un sayo y, poco a poco, gentes como los Baleztena, los Pérez Salazar o el mismo Maestro Bravo, fueron diseñando toda una parafernalia festiva que incluía canciones como el “Uno de enero”, el uniforme blanco con el pañuelo rojo o la ceremonia del cohete el día seis de julio. La derecha impuso a lo largo de los años su modelo sanferminero hasta el punto de que hoy, como ocurre con tantas fiestas, parece “el de toda la vida”.

Y cuando el modelo se torció políticamente,  no dudó en sacar de nuevo las armas a la calle, desalojando a tiros la plaza de toros (Vaya aquí y hoy, un recuerdo para Germán Rodríguez, compañero de clase en los Hermanos Maristas, asesinado de un balazo en la frente el 8 de julio de 1978).

Yo escucho a Koldo atentamente porque veo que se ha ido enfadando mientras me participaba sus hallazgos: no suele ser muy agradable desmontar ninguna mitología y más si está arraigada desde la infancia. El pacharán hace su efecto retardado y Koldo se serena. Yo no digo nada .Algunos, muchos, creo yo, somos hijos de las dos partes que en su momento helaron los corazones y que luego sobrevivieron como pudieron.

Un viento flojo, denso y mal oliente, me aparta de mis pensamientos. Koldo se ha dormido, A mi izquierda se abre una ventana en el Hotel La Perla y asoma por ella un gran barbudo que parece la reencarnación de Ernest Hemingway. Se despereza y saluda tímidamente. Y yo le devuelvo el saludo…

(*) Vicente Huici Urmeneta