Las olas de calor como la que hemos vivido este verano, aunque algo menos que los veranos 2023 y 2022, tal y como se augura desde la comunidad científica cada vez van a ser más intensas, frecuentes y duraderas, como consecuencia del cambio climático, y en este sentido, este tipo de episodios de calor extremo podrían ser más llevaderos, o al menos, reducir sus efectos, con distintas estrategias y planes.
Pero hablando de las olas de calor, estamos asistiendo en algunas ocasiones a una cierta confusión. Porque, ¿qué es una ola de calor? Cristina Linares y Julio Díaz del Instituto de Salud Carlos III, codirectores de la Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano, y Jesús de la Osa, cocoordinador del Itinerario formativo en Salud Global del Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud (IACS), en un artículo publicado en la revista académica científica “The Conversation” vienen a decir que existen al menos dos definiciones dependiendo de los parámetros que tengamos en cuenta. Podemos considerar únicamente la meteorología o podemos contemplar su impacto en la salud, una variable determinante a la hora de activar alertas y planes de prevención.
Desde un punto de vista estrictamente meteorológico, se denomina ola de calor a un episodio de al menos tres días consecutivos en el cual, como mínimo, el 10% de las estaciones registran temperaturas máximas diarias por encima del percentil 95% de su serie de temperaturas máximas diarias de los meses de julio y agosto del periodo de referencia vigente (1971-2000).
Se trata de una definición basada exclusivamente en la climatología histórica de cada lugar y esta definición es la misma para todo el Estado español. Sin embargo, desde el punto de vista del impacto en la salud de las personas, una ola de calor se define como aquella temperatura máxima diaria a partir de la cual la mortalidad diaria aumenta de forma estadísticamente significativa.
En esta segunda definición, intervienen diferentes determinantes sociales que la Organización Mundial de la Salud (OMS) define como “las circunstancias en que las personas nacen crecen, trabajan, viven y envejecen, incluido el conjunto más amplio de fuerzas y sistemas que influyen sobre las condiciones de la vida cotidiana”. Por tanto, en la mortalidad poblacional influyen factores socioeconómicos, demográficos, sanitarios, de infraestructuras, de urbanismo, geográficos, etcétera, que evidentemente varían de un lugar a otro. Si el objetivo es determinar cómo influyen las altas temperaturas en la mortalidad, son muy importantes estos factores locales.
La citada OMS llegó en 2021 a la conclusión de que las temperaturas umbrales de definición de ola de calor deben basarse en riesgos en salud y no solo en condiciones meteorológicas.
Dicho esto, otra cuestión importante a tener en cuenta, es cada vez más personas vivimos en ciudades y municipios de cierta envergadura, como es el caso de Euskadi, donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo. Es en estos entornos urbanos, en los que se hornea la emergencia climática, provocada fundamentalmente por la quema de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), que tiene un claro impacto en la salud pública.
Todo esto se debe a que las ciudades y muchos municipios son islas de calor, debido a los materiales de construcción, tanto de los edificios como de las aceras y carreteras, y donde las zonas verdes son escasas. Al mismo tiempo, el tráfico es el máximo emisor de los gases de efectos invernadero, que son los máximo responsables del cambio climático. Es necesaria una planificación urbana que nos proteja y eso supone más zonas verdes, arbolado -con la sombra de los árboles podemos bajar la temperatura de 6 a 8 grados, y contar con edificios con otro tipo de materiales que reflejen el sol para reducir temperaturas, lo que se llama arquitectura bioclimática.
Según un estudio publicado en The Lancet con datos de un centenar de ciudades de Europa, aumentar un 30% la cobertura verde de las ciudades permitiría bajar 0,4ºC la temperatura media en las ciudades, con lo que se evitarían el 40% de las muertes en olas de calor.
Ante esta situación, es necesario avanzar en las políticas de mitigación, es decir, de reducción de las emisiones de los gases de efecto invernadero, aunque estas no dependen solo de lo que hagamos aquí, en Euskadi, ya que también se producen en otras regiones y países, por lo que es imprescindible poner en marcha políticas de adaptación. Ya se viene haciendo, aunque hay que hacerlo con más celeridad, intensidad y urgencia. Los efectos del cambio climático lo exigen.
Hay que llevar a cabo políticas públicas de adaptación a las altas temperaturas en viviendas, en edificios, así como en espacios públicos, con arbolado, sombras, zonas verdes, refugios climáticos…, con otro urbanismo y planificación de lo que hemos tenido hasta ahora.
También es muy importante la creación de la llamada “cultura del calor” para que la ciudadanía sepa que medidas preventivas hay que tomar en cada momento ante las altas temperaturas de cara a que los efectos del cambio climático en la salud se reduzca. En este campo, están las regulaciones laborales especificas, con el fin de proteger a la población trabajadora expuesta al calor y la protección de la población más vulnerable. Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente