Javier Martín-Domínguez
Quería ser fotógrafo, eso dijo cuando encontró su primer empleo en un diario. En tiempo de exilio parisino, casi se mete en el cine en una malograda historia sobre Miguel Hernández. Pero su destino estaba escrito en las letras y claro acabo abrazando por siempre la literatura y el periodismo convirtiéndose en una firma de referencia a los dos lados del Atlántico.
Un vitalista Martin Caparrós, argentino de raíz española, se desliza ahora sobre una silla de ruedas, sin que esta visita a traición de la enfermedad le llegue a inmovilizar para seguir reporteando. Testarudo, irónico y convincente ese Caparrós que desafío a la dictadura argentina, cumplió exilio y se curtió en mil batallas ahora se enfrenta con el descaro medido de siempre a su merma en la movilidad diciendo que aun así va a reportear, que no todo es teclear desde una silla. Nos promete ya una crónica documentada del funcionamiento de la clínica y de los cuidados médicos que no han restado un ápice a esa inteligencia andante que demuestra en los textos y en las charlas.
Han entrado en ese archivo temporal de las palabras, en el cajetín dorado de un banco que antes guardaba las joyas preciosas y ahora alberga como sede del Instituto cervantes los tesoros de la literatura contemporánea en un viaje hacia el futuro para nuevos descubrimientos. Han traído para inmortalizar los cuadernos de notas, el bien mas preciado de un reportero. Los apuntes que forjaron su tratado enciclopédico sobre Ñamerica, un vocablo propio que abarca ese universo de geografías, lengua y políticas que constituyen el mundo de las raíces del propio Caparrós. Y revela que están llenos de frase ya tachadas, las que una vez vistas pasaron a engrosar las líneas definitivas de la imprenta del libro. Y eso le da aun mas valor de letra viva, de rastro de periodismo, que es un arte de contar lo inmediato para hacer la historia futura. Desde sus historias en Cronica12, que fundó, a sus artículos en El Pais o The New York Times, la vida periodística de Caparros ha sido incisiva y prolífica. Regada tambien de merecidas distinciones y premios.
Como los grandes del oficio, Martin Caparros es bueno sobre todo contando historias, los pequeños relatos que terminan armando las verdades de la humanidad. Desde la altura de su silla móvil ve que el cajetín capicúa 959, que le ha correspondido para depositar su legado, está enfrentado con el de Miguel Hernández. No cabe mayor honor. Estando en el exilio parisino forzado por la dictadura argentina, colaboró con el director Pino Solanos que preparaba una película sobre el autor de La nana de la cebolla. Firmaron un acuerdo con la viuda que pedía una participación en la taquilla y una supervisión del guion. Fueron finalmente con el guion en mano a visitarle en su casa de Elche, encontrando a una mujer enjuta y frágil. Tras repasar el guion se lo devolvió con casi un tercio del texto tachado. Prohibida cualquier referencia de tono erótico o de relaciones con otras mujeres. Un chasco total para Solanas y Caparrós.
Apareció en escena el hijo del poeta vestido casi como una especie punki hortera (pantalón de terciopelo morado, camisa abierta, cadena en pecho) animándolos en cambio a seguir “porque es que está muy mayor” Todo se fue al garete. Lo mas cerca que quedó de aquel proyecto ha sido este encuentro poético entre los cajetines del Cervantes.
“Escribir o contar historias es una disciplina que debe renovarse continuamente. La escritura no deja de ser una forma, un instrumento muy arcaico para comunicar. Hay que estar abierto siempre a los nuevos modelos y formulas”. Por eso este periodista ante todo ha abrazado el documental, el comic, el libro abierto, y lo que venga. Pero siempre con una mirada propia para dar voz sobre todo a los que apenas puede oírse. “Los poderosos siempre son noticias. Los no poderosos solo son noticia- dice- cuando se mueren de a muchos”
Feliz de que la suerte la haya sonreído por ocupar un cajetín capicúa en este homenaje de posteridad adelantada en el Cervantes, Caparros activa el motorcito de su silla eléctrica y baja con cuidado la rampa del escenario de la presentación pera ir al encuentro de la siguiente historia , que hoy es la suya, porque conjuga en una sola moneda el valor personal y el valor de la obra.