Por Laura Ardila Arrieta.
“Que viva todo aquel valiente que tiende un puente y el valiente que lo cruza”.
Jorge Drexler
Hace casi ocho años escribió el cantante uruguayo, Jorge Drexler, una canción llamada Los Puentes, que celebra la iluminadora posibilidad de crear vínculos y agrietar muros en un mundo conectado en el que, paradójicamente, parece que cada vez nos aislamos más y más. La dio a conocer en sus redes, además, precisamente el día de la primera toma de posesión de Donald Trump como presidente “porque las canciones tienen un momento también”, y la declaró un homenaje a Leonard Cohen, el poeta que nos recuerda que las grietas existen para que pueda entrar la luz.
Avanza rápido diciembre, con su ilusión de pausa y nuevos comienzos, y se me ocurre tararear este tema cuando empiezo a reflexionar sobre lo que significa haber sido acogida este año dentro de un programa para periodistas latinoamericanos en riesgo. Una senda segura para pasar, al menos temporalmente, de un lado a otro. De un estadio a otro: del miedo a la calma. De la fragilidad a la fortaleza. A la protección, al intento de sanar. Un puente confiable, firme, lleno de manos que guían y animan.
Sus hacedores —la ONG Reporteros Sin Fronteras y la universidad española Miguel Hernández— lo bautizaron Espacio Seguro para la Libertad de Prensa (para la libertad luchan y perviven los periodistas Alfonso Bauluz y José Luis González, rostros que representan cada institución respectivamente). Para él concibieron ofrecer en esta ocasión y en adelante no sólo el fundamental apoyo de un viaje para preservar la integridad física, sino también la oportunidad de un intercambio académico y periodístico.
El intercambio, que comprende estudios y charlas como escucha o hablante, supone sobre todo el regalo del tiempo. Para detenerse, para pensar, para preguntarse por y para qué hacemos lo que hacemos, asuntos a los que el escándalo del día no nos permite dedicar muchos minutos a los periodistas, y a veces hasta para tratar de convencerse de no renunciar a este oficio después de todo.
Los puentes comunican, acercan, unen y, en ocasiones como esta, salvan de distintas maneras que incluyen, además, el afecto de quien del otro lado acoge con consideración y genuino interés la historia que carga el que lo cruza. También, dan perspectiva para mirar y mirarse mejor.
En estos tiempos de avance de tanta irracionalidad, no se suelen tender fácil. La polarización azuzada por proyectos autoritarios, populistas y populares nos divide entre buenos y malos. La desinformación y el odio siguen ganando batallas electorales e inmorales con ayuda de Elon Musk, y el algoritmo nos confina en nuestros propios prejuicios.
El periodismo enfrenta varias montañas empinadas por subir (todo ese oscurantismo, la crisis del modelo de los medios, un justificado descrédito, entre ellas), pero qué esperanzador que, en las referidas a la violencia, la libertad de expresión y la salud mental haya una posibilidad de hacer red, de tender puentes, como el Espacio Seguro de Reporteros y la Miguel Hernández. Un tatequieto a la dificultad, para los periodistas de una región en donde nos volvemos doctores en hacer periodismo en condiciones difíciles.
Ni es suficiente ni debería existir. Pero, mientras funcione y se necesite —y hay que ver que algunos vientos electorales de Latam anuncian que así será—, ojalá se fortalezca y garantice su permanencia. Más puentes y menos muros, como escribió Drexler.