Por Cristina Maruri.
Empiezo esta navideña reflexión, pidiendo que nadie tome mis palabras como una diatriba en contra de comerciantes. Nada más lejos de mi intención, ya que, en el caso de aquellos que no ostentan grandes emporios, suelen esperar estas fechas como agua de mayo, para salvar sus resultados anuales de un naufragio, porque en estas semanas se concentran la mayoría de sus ventas.
Para ellos no tengo sino palabras de halago, por cuanto de todos es conocido la lucha y sinsabores que a menudo les acontecen, para poder mantener sus negocios a flote, reinventándose cada día y atendiéndonos siempre cercanos y con esmero.
Mis reglones van por otros lados, se tuercen en el dispendio, la locura y sinrazón; en la incongruencia.
Permitid si os muestro un punto de vista, que, por supuesto no tenéis porqué compartir, y es el que se refiere a si en unos tiempos que habrían de serlo para la calma y el sosiego, para la paz; no percibo sino histeria colectiva, incluso, creo que mudamos tonos, modos y comportamientos, a rotundamente peor.
La alegría natural se transforma en histriónicas carcajadas, producto de alcohol o nerviosismo, y la compra y el consumo también se tornan compulsivos, echando por tierra esa proclamada sostenibilidad, que a lo largo del año predicamos, con la boca llenita de agua. Otro tanto sucede con lo que se refiere a la solidaridad, una vez más se nos queda atrás, porque donar un par de kilos de arroz marca blanca al banco de alimentos, no sirve, si en restaurantes, hoteles y hogares, nos ponemos ciegos de lo que no necesitamos, como si no hubiera un mañana, o como si estuviéramos en un Reality Show en el que ganara el coche, aquel que engullera más y a mayor velocidad.
Que nadie se moleste si me pongo en evidencia, como ciudadano de este primer mundo, que abandera cambios energéticos y en estos días de dislate, contaminaciones lumínicas alumbran, o, mejor dicho, deslumbran al planeta, atiborrándolo de innecesarios, ostentosos y casi perpetuos colorines.
Derroche chabacano por doquier, para masas no para individuos, y totalmente opuesto a ese espíritu, que otorgaba un sentido a estas fechas del año que nos mejoraba, porque nos hacía más felices. Creo que eso no sucede ahora.
Dos líneas finales para apuntalar que en todo caso mi reflexión busca construir. Tal vez es momento de dejar de pisar un acelerador, que nos puede hacer salir de la carretera.
Probemos a retomar el deleite en cada pequeño paso dado.