Por Nélida Zaitegi, maestra y pedagoga.
La Unesco,en 1966, proclamó el 24 de enero de cada año como El Día Mundial de la Educación con el objetivo de destacar la importancia de la educación en el desarrollo personal, social y económico. Por ello, recuerda a los gobiernos y a la sociedad la obligación de garantizar el derecho fundamental de todas las personas a acceder a una educación de calidad, es decir, que promueve la justicia social (bienestar, paz, equidad e inclusión) y la sostenibilidad.
Al igual que sobre otros muchos temas importantes, tenemos que hacernos algunas preguntas. ¿Qué es una educación de calidad, la que se fundamenta en el desarrollo humano, social y económico y que promueve la justicia social y la sostenibilidad? Preguntas que dan para un intenso debate, tan necesario en estos momentos, para buscar respuestas fundamentadas en argumentos sólidos y rigurosos. Ahí queda el reto.
Además de clarificar el sentido, el para qué de la educación, tendremos que hablar, también, de quien tiene la responsabilidad de garantizarla. Otra conversación interesante que forma parte del reto que propongo.
Ante cualquiera de los muchos problemas a los que nos enfrentamos en el día a día, se oye “Esto solo se arregla con una buena educación”. Una afirmación con la que suelo estar totalmente de acuerdo. Sin embargo, al oírlo, de manera automática, sin pensarlo, nos viene a la cabeza la escuela, la educación reglada, y comenzamos a enumerar todo lo que hace mal y lo que tendría que hacer o no hacer para educar bien. Ya está, problema resuelto, ya hemos encontrado a quien hacer responsable y zanjamos el tema aquí, que es lo más cómodo.
Como siempre, las cosas son más complejas. La escuela no puede educar sola. A pesar de que lo intente, y hay muchos centros y mucho profesorado intentándolo, durante 6 horas 5 días a la semana. Un aprendizaje, que no se consolida sino que se devalúa cuando en el resto del tiempo se vive, y por ello, se aprende lo contrario. En el tiempo escolar se pueden aprender cosas como el cuidado mutuo, la colaboración y el trabajo en equipo, la responsabilidad, el pensamiento crítico y la creatividad, todos ellos necesarios para el desarrollo personal y social si queremos una sociedad más amable, cuidadora y próspera, pero ¿qué pasa cuando en el resto de escenarios todo esto carece de valor?
Puesto que se aprende siempre y en todo lugar, se educa siempre y en todo lugar. El aprendizaje, y por ello, la educación es mucho más que el sistema educativo. Se educa en casa, en la calle, en los medios de comunicación, en las redes sociales. Es una responsabilidad colectiva.
Mientras que en la escuela existe y está explicito el aprendizaje y por ello la enseñanza en todo lo que se hace y dice, no se tiene tan claro en los demás escenarios en los que los niños, niñas y jóvenes aprenden.
“Es tan grande el ruido de lo que hacemos que no les permite oír lo que decimos.”, porque aprenden de lo que nos ven hacer o no hacer, de nuestras acciones y omisiones. Educamos por lo que somos, “Por sus hechos les conoceréis” por ello, todas las personas somos responsables de la educación de quienes nos rodean, nos escuchan, nos miran o nos leen. Y cuantas más personas lo hagan, más responsables somos.
“Nadie da lo que no tiene”. Puesto que todas las personas somos aprendices a la vez que educadoras, tenemos otro reto, seguir aprendiendo a ser buenas personas, buenas ciudadanas y buenas profesionales en las que otras puedan encontrar modelos y aprender de ellos. Solo así, podremos avanzar a escenarios más humanos y saludables, cuidadores, equitativos y sostenibles. Para ello, la escuela, la familia y la sociedad necesitan personas responsables y comprometidas con su función educativa y con las competencias éticas, emocionales y sociales necesarias para ello.
Una última reflexión. Podemos y debemos hablar de todo lo que nos preocupa, medicina, de economía, etc. pero recurrimos a personas expertas en cada materia para apoyarnos en ellas. Sin embargo, en el caso de la educación, no suele ser así y las personas expertas en esta rama del saber, no suelen formar parte de los debates públicos, cuando se necesita tanto el rigor científico que aportan.
Hablar de Educación es hacerlo de Pedagogía, de una ciencia imprescindible en la construcción del estado del bienestar al igual que en la mejora de las instituciones educativas en términos de calidad, igualdad equidad y eficiencia.
Nos hallamos inmersos en transformaciones tecnológicas, cambios demográficos, crisis sociales y la imperiosa necesidad de adaptarse a un mundo globalizado. En este contexto, la Pedagogía se erige como un puente entre las personas y su entorno, facilitando procesos de aprendizaje que no solo construyen conocimiento, sino también una ciudadanía activa y crítica.
Insisto en que es bueno y necesario que hablemos, mucho y en muchos sitios, de educación, porque ello implica pensar sobre la sociedad que queremos y de cómo avanzar hacia ella. Todo el mundo puede y debe hacerlo, “hablando se entiende la gente” Sin embargo, también en esto se necesitan voces que aporten claves científicas y rigurosas que promuevan argumentos sólidos para mejorar la educación. La Pedagogía aporta la ciencia y el conocimiento para la construcción de sociedades cuidadoras y amables, generadoras de valores y protectora de todos sus miembros. La EDUCACIÓN con mayúsculas es su base de trabajo, la que transformará la realidad social a través de la intervención de todos los agentes educativos, y todas las personas lo somos.
Portugalete 8 de enero de 2025