Por Cristina Maruri.
Aunque tomo prestado el título de un libro harto conocido, los derroteros de mi reflexión, no van a coincidir con los de Arcipreste de Hita. No desgranaré la dicotomía entre el amor divino y el humano, porque sentada en el poyo de un edificio con excelente alero (hoy los bancos están mojados), y mientras degustaba un café frío de supermercado (soy disruptiva a más no poder), le daba vueltas a una conversación que acababa de mantener. Versaba sobre la anulación de una boda en el último momento, es decir, tras la pedida y con el banquete contratado, porque la novia se había dado cuenta, de que el amor del novio no era el buen amor.
Me confesaba su madre, que a su vez le había confesado la hija, que no entendía por qué en vacaciones habría de volver a casa a cambiarse el bikini por un bañador, porque a pesar de hacerle a ella feliz, a su ex pareja, no le parecía apropiado. Tampoco entendía por qué, a instancias del chico y tras la boda, no podría terminar sus prácticas de MIR y se vería interrumpida, o tal vez truncada su profesión vocacional, porque la prioridad sería convertirse en madre y cuidar la prole.

Y ojo, no estoy hablando de un ámbito reducido de nuestras jóvenes, ni de un segmento atribuido a concreta clase social. Estas conductas, que considero represivas y mutiladoras, me las encuentro en diversos sectores económicos, culturales y franjas de edad. No puedo averiguar la causa de lo que catalogo como una enfermedad actual, pero convencida estoy, que hemos de actuar para detenerla, antes de que se convierta en pandemia. Hay un factor que a mi modo de ver interviene, y es el de que las nuevas generaciones no han luchado lo que lo hemos luchado las no tan jóvenes, para que ellas, ahora, se puedan beneficiar. Nuestro logro es su beneficio. No hace falta que lo agradezcan, pero sí que lo consideren.
Tienen que percibir que es “de antes de ayer”, la obtención del derecho al voto, o el acceso a las universidades. Han sido un sin fin de obstáculos saltados por sus madres, abuelas y bisabuelas, en una carrera de la que restan muchas vueltas para que sea ganada. Y en esta sociedad frívola y ultra veloz, habrían de dedicar unos instantes para reflexionar sobre qué les continúa sucediendo a niñas y adolescentes como ellas, en todos los países del planeta no desarrollado, y en muchos lugares del desarrollado, porque siguen siendo privadas “a saco”, de sus derechos y libertades. Matrimonios infantiles, ablación, negación de educación, de reunión, de mostrarse en público…
Tal vez yo siempre lo haya visto claro y no sea tan sencillo, pero considero el buen amor aquel que nos hace ser felices. Nos ayuda a crecer personal y profesionalmente, nos apoya y apuntala en momentos difíciles o de encrucijada. Incrementa nuestras alegrías y jibariza nuestras penas. Nos genera confianza y es fiel compañero de viaje, respetando nuestra forma de ser, gustos y necesidades, aunque no los comparta o comprenda. Es generoso y no se aprovecha. Puede ser rival, pero sin trucos ni trampas, de manera competitiva y no miserable, no aplasta ni subyuga. Consigue que al mirarnos al espejo nos veamos bellas, pisemos seguras, no encontremos montañas demasiado altas ni agujeros sumamente oscuros y profundos. Reconoce nuestros logros y valía, no los minimiza, no siente complejo. Nos motiva y genera calma y placer, no angustia, miedo o ansiedad.
La tierna edad y el velo tupido del amor generan confusiones y equivocaciones, que pueden marcar el rumbo de una vida. Y entiendo en este contexto el término equivocación, como aquella decisión tomada de la que nos arrepintamos profundamente, porque nos haya generado dolor, sufrimiento, o es la que desecharíamos, sin duda alguna, en un momento posterior.
Para finalizar plasmo otro caso que no me alegra como el primero, sino que por el contrario me entristece, al tener conocimiento de que otra mujer de poco más de veinte años, ha renunciado a la plaza obtenida tras superar una oposición, porque no era del agrado de su pareja, que tenía otros planes para ella. A mi modo de ver ha renunciado a su independencia, bienestar y libertad. A todo por lo que ha luchado.
Ojalá sea yo la que me equivoque, pero creo que la compañía elegida nunca será su buen amor. Por definición, no puede serlo.
Cristina Maruri