Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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Los turistas de la muerte

https://www.naiz.eus/es/iritzia/articulos/los-turistas-de-la-muerte

Por Davide Di Paola.

Hay noticias que no se leen, se soportan. Esta es una de ellas. Italia ha abierto una investigación sobre algo que parecía imposible, incluso para la imaginación más enferma: los llamados cecchini del weekend, los «turistas de la muerte» que, según documentos y testimonios, pagaban durante la guerra de Bosnia para disparar contra civiles desde las colinas de Sarajevo.

La denuncia la presentó el escritor Ezio Gavazzeni ante la Procura de Milán. Los fiscales investigan por homicidio voluntario múltiple agravado, a cargo de desconocidos. Hay informes de inteligencia bosnios que en 1993 ya hablaban de extranjeros –al menos tres italianos– llevados a las posiciones serbobosnias para «participar en la experiencia». Experiencia, le llamaban. Matar como experiencia. 

Se habla incluso de un tarifario del horror: los niños «valían» más, las mujeres un poco menos, los ancianos gratis. Gratis. Qué palabra indecente cuando se la asocia a la vida humana. Aquellos hombres −ricos, entusiastas de las armas, patriotas de salón− viajaban desde el norte de Italia o de Europa, pagaban a las milicias, apuntaban sus fusiles sobre una ciudad sitiada y volvían a casa con un recuerdo que no debería caber en ningún alma. 

Esto no es una anécdota de guerra, es una radiografía moral. Mientras Sarajevo se desangraba durante casi cuatro años de asedio, hubo quienes hicieron de la matanza un pasatiempo. No mataban por odio ni por supervivencia, sino por el vértigo del poder, por esa sensación de dominio que el dinero concede a los miserables. No combatían: jugaban a ser dioses. 

Y nosotros, europeos, deberíamos mirar ese espejo roto y reconocernos. Porque esto ocurrió aquí, en nuestra casa, mientras presumíamos de haber aprendido las lecciones del siglo XX. Sarajevo fue la prueba de que el fascismo nunca muere: se transforma, cambia de traje, espera su oportunidad. Y vuelve cuando la memoria se relaja, cuando la izquierda se divide y las derechas conquistan el discurso con sus letanías de orden, pureza y fronteras. 

Los «turistas de la muerte» no son solo unos desquiciados que pagaron por matar: son el síntoma de un mundo que convierte todo en mercancía, incluso la vida. Son el reflejo extremo de un capitalismo que erotiza la violencia y la vende envuelta en adrenalina. Son la versión más descarnada de nuestra indiferencia. Porque alguien permitió que eso sucediera. Y muchos, demasiados, eligieron no saber. 

Treinta años después, la justicia italiana decide mirar. Tarde, sí, pero mirar. Quizá no encuentre culpables vivos, pero al menos rescata la memoria de los que murieron sin nombre. No se trata solo de juzgar a unos cuantos monstruos, sino de entender el mecanismo que los parió: la banalidad del mal, el desprecio al otro, el goce de la impunidad. 

Hay que decirlo sin temblores: la humanidad se está pudriendo. Las guerras que creíamos fósiles regresan, los discursos del odio se normalizan, los políticos hablan de «seguridad» mientras desprecian la compasión. Lo humano se vuelve un lujo, un gesto raro. Por eso es urgente escribir sobre esto, aunque duela, aunque suene inútil. 

Quizá el fiscal y su equipo no logren ponerle rostro a los asesinos, pero su investigación ya ha hecho lo más importante: recordarnos que el horror no prescribe. Que la justicia, incluso cuando llega tarde, sigue siendo una forma de esperanza. 

Si alguna vez existió una línea que separaba a los hombres de las bestias, aquellos francotiradores de fin de semana la borraron. Ahora nos toca a nosotros volver a trazarla, aunque sea con palabras, aunque sea desde la impotencia. Porque todavía hay que defender la humanidad de los humanos.