Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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Periodismo de trinchera

Jon Ander Olalde, periodista (@Jonan_O).

El paso del tiempo es algo inexorable. En la época de las nuevas tecnologías, la información caduca a mayor velocidad de lo que pensamos. A día de hoy, permanecen ya como un vago recuerdo aquellas imágenes de los esquizofrénicos momentos finales de la presencia de fuerzas de la OTAN en Afganistán tras el triunfo Talibán. Civiles desesperados cayendo de aviones militares a los que se aferraron como último recurso por salir del infierno; jóvenes militares atlantistas disparando asustados contra la masa desquiciada tras un atentado en el aeropuerto de Kabul; mensajes de socorro de mujeres y activistas que veían oscurecerse el futuro a la vez que se oscurecían sus miradas bajo el manto obligado del burka…  Imágenes que son de hace tan solo cinco meses, tiempo suficiente para que el mundo occidental olvide y vuelva a hacer sonar los tambores de guerra.

Sacudido ya el último rastro de tierra afgana, toca pisar la fría nieve del Este de Europa. Tras un descalabro de proporciones bíblicas y como un clavo saca a otro clavo, ha llegado el momento de resucitar la vieja rivalidad con ese oso gigante que duerme tras las rojas murallas del Kremlin. De la noche a la mañana, los medios se han volcado vehementemente con la supuesta ofensiva militar que Rusia planea sobre Ucrania y, como en su día lo hicieron con las inventadas armas de destrucción masiva de Saddam, han vertidos ríos de tinta advirtiendo a diestro y siniestro del gran peligro que se nos avecina como si de los tiempos de Reagan se trataran: “¡Que vienen los rusos!”.

Sensacionalismo

«Como si de un partido de fútbol se tratara, comentamos, infantilizamos, valoramos y sentenciamos situaciones que se nos escapan de las manos por todas partes».

Este no pretende ser un artículo sobre el conflicto ucraniano (que para eso ya hay expertos de la geopolítica muy buenos), sino sobre la responsabilidad que los medios y los profesionales de la comunicación tenemos con el mismo y con la sociedad. Como ese famoso elefante que entra en una cacharrería, la opinión pública europea se ha aventurado a repetir sin miramientos el mensaje llegado de Washington que alerta del inminente ataque a gran escala ordenado por Vladimir Putin, desoyendo en muchos casos otras informaciones (ucranianas incluidas) que señalan que la situación no es tan grave como se quiere hacer ver. “Diez claves para entender los últimos sucesos en Ucrania”, “Así planea Putin invadir Ucrania”; titulares que no hacen más que buscar el clic fácil a la noticia y que, más que informar, buscan alimentar un círculo vicioso sensacionalista en aras de seguir viviendo de él un poco más.

Además, esos medios encuentran en las redes sociales, de las que todos y todas somos partícipes, el entorno propicio para sus amarillos artículos. La actitud maniquea generalizada en estas plataformas, que busca colocar dogmáticamente todo tipo de suceso en ejes artificialmente preestablecidos, fortalece y retroalimenta el discurso del miedo, polarizándolo y haciendo más difícil un correcto tratamiento del conflicto. De “buenos y malos” hablaba el otro día el tertuliano de un conocido programa de actualidad. Buenos y malos, como si de una película o partido de fútbol se tratara, comentamos, infantilizamos, valoramos y sentenciamos situaciones que se nos escapan de las manos por todas partes.

Información sesgada

Poca gente habrá ya que desconozca los nombres de las fragatas que el Ejecutivo de Sánchez se ha apresurado en enviar al Mar Negro. Los más “puestos” en el tema hasta te pueden decir con exactitud la cantidad de misiles ‘Javelin’ antitanque que algunos países han suministrado al gobierno de Zelenski. No se ha escatimado en detalles a la hora informar sobre aspectos que, en realidad, son solo un pedazo más de un problema aún mayor dilatado en el tiempo.

Pero la desinformación comienza a aparecer cuando se rasca más allá de la fecha en la que los medios decidieron empezar a hablar del conflicto. Poca gente conoce que Rusia, al igual que la OTAN lleva haciendo décadas en Europa, realiza maniobras militares conjuntas habitualmente con sus colegas sin mayores consecuencias. Olvidado parece quedar también el germen de la actual situación ucraniana; el derrocamiento en 2014 del presidente elegido en urnas Viktor Yanukovich tras las protestas del Maidan que, entre otras cosas, trajeron un gobierno proeuropeo que ilegalizó partidos políticos, persiguió a la población rusófona y permitió sucesos como el de Odessa, donde casi 50 personas fueron quemadas vivas por grupos de extrema derecha en la Casa de los Sindicatos. Los ‘Acuerdos de Minsk’ o, mejor dicho, la violación de los mismos, eje fundamental para entender el conflicto entre Kiev y el Donbás, también son obviados en los «sesudos» análisis que los otrora vulcanólogos y virólogos nos desarrollan en ‘prime time’.

Consideración especial merece la neblina periodística que encontramos al buscar información sobre la postura rusa para intentar comprender la postura del otro lado, que ve peligrar su soberanía nacional al verse cada vez más cercada por las bases de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, las cuales podrían devastar Moscú en escasos minutos. Y, aun así, todo lo citado no es más que la punta de un iceberg que va surcando las frías aguas con rumbo hacia las rocas.

Las bases de la OTAN cercan Rusia. Sensacionalismo periodístico.
Infografía vía Telesur

Periodismo responsable

Como podemos ver, el conflicto ucraniano no es algo nuevo, sino que es una violencia silenciada embrollada en un complejo nudo donde constantemente son sesgadas vidas humanas. Calzarse ciegamente el uniforme del mensaje atlantista e incidir ahora en este conflicto desde la desinformación, el sensacionalismo y la tergiversación no solo va en contra de la propia esencia del Periodismo, sino que colabora innecesariamente en el tensado de una cuerda que, de romperse, traerá consigo las trágicas consecuencias de sobra conocidas de un conflicto armado. Consecuencias que harán recaer también sobre los hombros de estos medios y periodistas, los desgarradores gritos de las familias que pierden a sus seres queridos en una nueva guerra o las repercusiones que ésta pueda tener sobre nuestra sociedad.

Popularmente se dice que la verdad es la primera víctima de una guerra; seamos pues profesionales, seamos responsables y no matemos la verdad por un poco de audiencia.