M.Rafael Sánchez | Fotografía: Ana Jiménez
Hablo desde la admiración a quienes perdonan. A quien, desde el reconocimiento del mal que otros en ellos han causado y ante su petición de perdón, es capaz de afrontar el dolor propio y perdonar a quien esa indulgencia le demanda. Si hablamos de perdón, a quien hay que escuchar es a ellas, a las víctimas. Son las que tienen la experiencia del dolor causado por la barbarie asesina de otros, ellas son las que pueden hablar. Escuchemos.
Hace unos días, asistí a la representación de la obra El perdón en el teatro Bellas Artes de Madrid. Interpretada por Juana Acosta, la actriz afronta el dolor causado por el asesinato de su propio padre en su Calí natal colombiano. Juana tenía dieciséis años cuando descolgó el teléfono y recibió la noticia de que a su padre le habían pegado doce tiros. Ella, que en esos momentos salía de casa a recibir su clase de ballet, trocó el recuerdo amoroso del padre y las zapatillas de danza por la rabia incontenida y el deseo de matar. Décadas así hasta que ha sido capaz de realizar una profunda catarsis y mostrarla, desnudada el alma, sobre los escenarios. Décadas de zapatillas rotas y rencor indemne tuvieron que pasar hasta que llegó el momento de comprender que vivir en el dolor y el odio es una forma de muerte lenta dañándose a uno mismo. Es entregar el futuro a la rabia y desconsuelo.
Parecido proceso al de Juana es el que pudimos ver hace unos meses en la película Maixabel de Icíar Bollaín. En ella Maixabel Lasa –interpretada por Blanca Portillo-, viuda del político Juan Mari Jáuregui asesinado por ETA, afronta ese calvario sabiendo que “Después de algo así, ya no hay alegrías plenas en la vida”. Uno de los asesinos de su marido, Ibon, quiere encontrarse con Maixabel y pedirla perdón. En un momento de la cinta ella le dice que “Prefiero ser la viuda de Juan Mari que tu madre”. A lo que el etarra contesta: “Y yo preferiría ser Juan Mari que su asesino”. Arrepentimiento y perdón han de ir de la mano. Si no hay arrepentimiento, sólo puede existir el olvido como supervivencia, no el perdón a quien no reconoce el mal causado, pues perdonar es responder a esa petición desde el reconocimiento del mal hecho.
A Maixabel, uno de los asesinos la pide esa clemencia. A Juana, nadie se la pidió. Nunca llegó a saber el porqué de la muerte de su padre, ni quiénes fueron sus asesinos. Pero ambas hablan del perdón desde el dolor. Indultando esa maldad son capaces de reconstruir su vida, de perdonarse su propia vida para poder vivirla. Es del perdón individual y moral de la víctima del que hablo, no del de la sociedad, que ha de valerse de las leyes y la administración de justicia ante los delitos de sangre.
Es un dilema complejo el que las víctimas tienen cuando sus emociones fluctúan entre la rabia y el perdón, entre la venganza y el olvido. No creo que nadie que no haya pasado por experiencia así pueda decir qué es lo correcto y lo que no. Pero demuestra su grandeza humana quien es capaz del perdón. Casi al final de la obra teatral, Juana se reconcilia consigo misma cuando afirma que “Perdonar no es olvidar… Es abrir tu puerta al ahora, al resto de tu vida”.