Por Amaia Fano
Gracias a la invitación de la Sabino Arana Fundazioa, en mi doble condición de periodista vasco-venezolana, he tenido el privilegio de presentar la conferencia que ha ofrecido esta semana, en Bilbao, Luis Ugalde S.J., rector de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas durante cinco mandatos consecutivos y una de las voces más autorizadas y respetadas de todas las que se pronuncian acerca de la complicada situación sociopolítica que vive Venezuela. Un país que se enfrenta a una encrucijada decisiva ahora que han transcurrido ya tres décadas desde el primer intento de golpe de estado del teniente coronel Hugo Chávez Frías en contra del gobierno democráticamente electo de Carlos Andrés Pérez y la indignación popular frente a la dictadura de Nicolás Maduro -heredero del chavismo- empieza a hacerse notar, siendo más del 80% los venezolanos que repudian el régimen actual.
Hace treinta años yo vivía en Venezuela. Cursaba el último año de carrera y trabajaba como periodista en el diario El Globo, ya desaparecido, como han ido desapareciendo muchos de los medios de comunicación privados en aquel país, algunos ahogados por la precaria situación económica y otros silenciados y clausurados por acción directa de la censura que aún hoy se aplica de forma implacable y antidemocrática contra todo aquel que desafíe al discurso oficialista y pretenda ejercer la libertad de expresión.
Tengo muchos compañeros y compañeras venezolanos, amigos y colegas de entonces, que han sufrido la amenaza, la persecución, la cárcel y el exilio, por atreverse a contar y denunciar lo que sucede en su país, procurando ser fieles a la verdad.
De aquellos años conservo con especial cariño una fotografía que documenta el momento en el que servidora recibía el título de Licenciada en Comunicación Social de manos de Aita Ugalde, a quien la FSA acaba de premiar por su importante labor como activista social. Una foto idéntica a la que descansa en el álbum de recuerdos de decenas de miles de profesionales que, como yo, se formaron en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, durante los cinco mandatos en los que Ugalde fue rector de esta institución académica, entre 1990 y 2010. Años en los que la UCAB sentó las bases de un crecimiento exponencial, no solo en número de alumnos, de sedes o infraestructuras, sino también en calidad docente y en proyección, convirtiéndose en la universidad privada de referencia a nivel nacional y en una de las instituciones educativas más prestigiosas de América Latina.
Una universidad que no vivía entonces ni ha vivido nunca de espaldas a la sociedad y que especialmente en las últimas décadas, de gran conflictividad política y social, ha desarrollado una firme vocación de servicio público y de contribución al trabajo comunitario, consciente de lo absurdo que resulta el empeño de formar profesionales exitosos para sociedades desmanteladas y atomizadas.
Quienes pasamos por las aulas de la UCAB -incluso los que eligieron disciplinas profesionales de carácter científico, como la ingeniería- recibimos allí una educación de carácter humanista, no orientada exclusivamente a la transmisión del conocimiento, la búsqueda de la excelencia o del éxito individual, sino una educación integral, en valores de solidaridad y de justicia social, apuntalada siempre en el espíritu crítico, en la perseverancia y en la voluntad constructiva, cualidades que han sido el santo y seña de los jesuitas vascos que, como el Padre Ugalde; el P. Aguirre (de origen azpeitiarra, mi querido padrino de promoción) o el recientemente fallecido P. Rey (sabio e integro profesor de Filosofía y Ética de la Comunicación, bilbaino y athleticzale de pro) y tantos y tantos otros, hicieron de Venezuela su patria y su misión de por vida, con especial atención y dedicación a los problemas del país, el principal de ellos la pobreza y la enorme desigualdad y discriminación social.
Nuestros maestros jesuitas procuraron enseñarnos a ser buenos profesionales y mejores personas (no sé si en todos los casos lo consiguieron, pero al menos lo intentaron) y lo hicieron, no mediante un adoctrinamiento puramente teórico o catecumenal, sino a través del ejemplo que es siempre la mejor de las enseñanzas. Viviendo en las barriadas populares, escuchando a la gente humilde y haciéndose eco de sus necesidades. Intentando concienciar a la opinión pública y a nosotros, sus alumnos, acerca de ello y sirviendo de puente entre las clases más desfavorecidas y los estamentos de poder.
Esa ha sido la principal labor a la que ha entregado su vida el Padre Ugalde, pero no la única. La suya ha sido una misión múltiple: religiosa, intelectual, institucional, pedagógica y mediática. A través de sus numerosos artículos y conferencias, se ha convertido en un gran líder de opinión. Un referente moral y político; y uno de los hombres más respetados de Venezuela. Una voz autorizada para denunciar y al mismo tiempo proponer una nueva visión de país, que ofrezca a los venezolanos una esperanza de reconciliación y redención.
En esa línea, su conferencia en la Fundación Sabino Arana llevaba por título “Venezuela en la encrucijada”, una panorámica de los 30 años transcurridos desde que un tal teniente coronel Hugo Chávez Frías, entonces aún desconocido, decidiera cabalgar hasta el palacio presidencial de Miraflores a lomos del hartazgo y el descontento popular, tras una primera y fracasada intentona golpista, el 4 de febrero de 1992.
Para algunos esa fecha marca el inicio de la tragedia, la materialización de una profecía autocumplida (como la de la mujer del cuento de García Márquez que un día amaneció con el pálpito de que “algo muy grave va a sucederle a este pueblo”), subrayando que lo que vino después de aquel inquietante “Por ahora…” que el padre del mal llamado “movimiento bolivariano” pronunció al reconocer por televisión su derrota, una vez sofocado su primer intento de insurrección armada, acabó por ser una distopía, una serie de terror cuyo capítulo final aún no está escrito, como si Venezuela hubiese entrado en un oscuro túnel hace treinta años y siguiese sin poder hallar la salida que la conecte con el siglo XXI.
Otros, como Andrés Caldera Pietri, hijo del expresidente Rafael Caldera, opinan que “el mito del 4 de febrero es la principal mentira que legitima una supuesta revolución que nunca fue tal y que habría quedado en el olvido si Hugo Chávez no hubiera logrado la victoria electoral el 6 de diciembre de 1998” bajo la promesa engañosa de refundar la república y regenerar sus instituciones.
Sea como fuere, el drama estaba servido y quienes entonces se presentaron ante el pueblo venezolano como sus salvadores, prometiendo liberarlo de los políticos corruptos y de las garras del neoliberalismo feroz, acabaron actuando como sus peores verdugos, subvirtiendo el orden Constitucional para perpetuarse en el poder y esgrimiendo un falso discurso igualitarista y populista, orientado a enconar -aún más- la lucha y el odio de clases, al tiempo que suprimían las libertades democráticas y se enriquecían a manos llenas, dando origen a una nueva clase social emergente: “la boliburguesía” y asestándole el golpe de gracia definitivo a la maltrecha economía del país, con las imprudentes boutades antiimperialistas de su líder mesiánico y sus trasnochadas políticas pseudo-comunistas de carácter suicida.
Y de aquellos polvos, estos lodos. Si el ascenso del “chavismo” (gracias al atractivo que su figura -para algunos carismática- concitaba en muchos sectores sociales, profesionales e intelectuales de izquierda, incluso empresariales, que inicialmente lo respaldaron en las urnas) fue un error del que muchos se lamentan aún hoy; la pervivencia de su heredero, el “madurismo” (pésima copia del original), con un país arruinado, empobrecido y militarizado, en el que se practica la tortura y la violación sistemática de los derechos humanos, está siendo una larga condena muy difícil de sobrellevar para los venezolanos que aún resisten la tentación de emprender el camino del exilio, como han hecho seis millones de compatriotas ya.
Para todos ellos, para los que se fueron y para los que se quedaron, las reflexiones de Luis Ugalde representan un faro en la oscuridad, sus palabras sirven de inspiración, de bálsamo y de guía. Quizá porque su mensaje no es derrotista, ni revanchista, sino auténticamente reparador, como los asistentes a su charla de esta semana en Bilbao tuvieron la ocasión de comprobar.
VENEZUELA NO ES UN PAÍS RICO
Durante más de hora y media, el P. Ugalde hizo un cumplido repaso a los principales acontecimientos que han marcado en los últimos treinta años la vida y la política venezolanas, contando jugosas anécdotas, como su primer encuentro con Hugo Chávez en el Palacio de Miraflores, siendo este ya Presidente de la refundada “República Bolivariana”, cuando le dijo aquello de “yo no creo en los partidos políticos, solo creo en los militares”, desvelándole su deseo utópico de “inventar una nueva economía”, lo que en la práctica se tradujo en el “¡Exprópiese!” y en un intento de acabar con la empresa privada generadora de riqueza pues, en su opinión, “la primera mentira que se dice respecto a Venezuela es que se trata de un país riquísimo” debido a su gran reserva de recursos naturales, cuando “el concepto de riqueza, tal y como explicó Adam Smith hace 250 años, se refiere a la cantidad de bienes que pueden producir el conjunto de las personas de un territorio gracias a su trabajo” y cabe recordar que Venezuela vio reducido su PIB un 75% en cuatro años, durante el chavismo.
“Para Chávez, la productividad era una palabra neoliberal y la ganancia un mal” explicó Ugalde, asegurando que su primer gobierno se benefició de las mieles de un elevado precio del barril de petróleo -principal fuente de ingresos del país- y, en lugar de “sembrarlo”, como recomendaba el Dr. Arturo Uslar Pietri -insigne intelectual y ensayista venezolano- invirtiendo en la industria de explotación y procesamiento de ese y de otros recursos minerales, como el gas, el hierro o el aluminio, decidió repartir parte de los beneficios de su exportación entre las clases populares para asegurarse su respaldo. Una situación que dio un vuelto absoluto cuando, con el transcurrir de los años, el precio de barril se desplomó y, su heredero, Nicolás Maduro, tuvo que enfrentarse a la triste realidad de una economía desmantelada y en ruinas.
“Hasta Rusia y China se han dado cuenta de que eso es insostenible y son hoy países comunistas con una economía capitalista. Chávez nunca lo entendió. Prefirió el modelo cubano”, recordó el P. Ugalde quien, a pesar de la difícil situación que se le plantea a Venezuela -con seis millones de venezolanos que decidieron “huir del paraíso” prometido y otros tantos que desean hacerlo-, quiso lanzar un mensaje de esperanza, desvelando que, en la actualidad, existen agentes sociales que están llevando a cabo una discreta labor de mediación entre las fuerzas opositoras al régimen (enfrentadas y desarticuladas por intereses partidistas) e incluso gente desencantada del chavismo, para alcanzar un grado suficiente de consenso en atención a la emergencia humanitaria que vive el país y a la creciente indignación de los venezolanos, “un factor político fundamental” a atesorar -como hizo el propio Chávez en su día aprovechándose del descontento popular frente a la corrupción de los partidos políticos y gobiernos democráticos que le precedieron- que permita la formación de una alternativa sólida de gobierno que bien podría llamarse “Unidad de Salvación Nacional”.
«Es imprescindible el apoyo internacional y la reconciliación. Tenemos que promover la unión. Una alternativa de gobierno que también recoja a millones de chavistas. El venezolano -por su idiosincrasia- es capaz de trascender el rencor», concluyó apelando una vez más al perdón, al diálogo y la negociación, como paso previo para la necesaria reconstrucción nacional, porque como decía Julio Cortázar en Rayuela, “nada está realmente perdido si se tiene por fin el valor de reconocer que todo está perdido ya, y que hay que volver a empezar”.