Por Ramón Zallo
La idea de cultura tiene muchos sentidos. Es polisémica.
Cultura en sentido amplio
Es un concepto por capas que evolucionan. La más profunda se remite a la naturaleza cultural de la especie que la hace funcional y distinta a las otras especies con las que comparte –con escaso respeto- la Tierra.
Las particularidades humanas se caracterizarían por: el pensamiento y lenguajes abstractos y simbólicos, incluyendo la capacidad de combinar razón y voluntad en torno a códigos éticos aunque sea para transgredirlos; la fabricación de herramientas hasta llegar a producir herramientas que hacen herramientas; la organización social compleja y transformable, a voluntad colectiva o de una élite; las estrategias de previsión, anticipación y planificación para las que asistimos a un nuevo plano actual de percepción emergente, el mundo virtual; la gestión y transformación del propio cuerpo hasta llegar a la cyborgización…
También es un concepto poliédrico, como por planos, que se expresan en la diversidad de las comunidades culturales en el mundo, ámbito que estudia preferentemente la antropología.
A partir de ambas aproximaciones todo son derivaciones: la cultura como caja de herramientas mental y cuadro interpretativo que nos permite entender y gestionar el entorno, o sea, organizarnos, socializarnos, producir, crear tecnología..; como identidad social de las colectividades, o sea de la cultura con apellidos (cultura vasca…); como conocimiento y medida del saber personal y colectivo; como lenguajes simbólicos y lenguas que caracterizan a los pueblos; como expresión de la socialidad y de las interacciones de una comunidad; como espacios y patrimonios a gestionar; como agentes creadores y/o usuarios; como normas de regulación colectiva que conforman las pautas del buen gusto según las épocas; como políticas y gestión a corto y medio plazo…
Si la cruzamos con otras variables es fuente de identidad y protección, así como de mestizajes pacíficos o, al contrario, puede ser motivo de discriminación, conflicto y guerra por la hegemonía. A escala mundo cabe hablar tanto de derecho a la diversidad como de jerarquía mundial entre culturas dominantes, preferentes, viables (aunque subalternas) y extinguibles, por desprotección. Cruzada con la economía permite multiplicar las obras creativas pero, al mismo tiempo y bajo el capitalismo, se apropia de la cultura despojándola de sentido crítico y la funcionaliza en producción permanente de valor económico que beneficia a una minoría.
La cultura interpela así a todas las disciplinas (antropología, sociología, economía, derecho, política..) e invita a la pluri-disciplinariedad en algunos momentos, especialmente cuando de formular políticas y fórmulas de gestión se trata.
La economía y las políticas de cultura y comunicación son importantes, porque gestionan el conjunto, y más en sociedades pos-industriales jugándose, ahí, el futuro. Dicho de otra manera, la cultura es el fundamento social, pero la suerte de la cultura se juega en la economía, la organización social y la política… y en el saber y corazón de las personas.
Cambios actuales
La comprensión y compromiso de la ciudadanía hacia la cultura ha sufrido cambios últimamente. Hay como tres etapas: prepandemia, los confinamientos o semi-confinamientos con reglas restrictivas y la pospandemia en la que podemos entrar.
Las cifras de las encuestas de hábitos de 2018-19, en prepandemia, ya indicaban la preeminencia de ciertos hábitos más vinculados al espectáculo masivo en el hogar: cine y series en TV e internet con creciente entrada de la suscripción y pagos por unidad a las que antes se era renuente, y se recurría a bajarse gratis todo lo posible ; intercambio de videos en Youtube y dejando datos y privacidades al albur de vendedores de bases de datos; redes sociales que arden en pulsiones; seguimientos de youtubers en ciertas edades .. Estas tendencias se han reforzado ampliamente con el confinamiento.
Pero también había ya un crecimiento del interés diario por la información –por más de que el periodismo serio sea minoritario y no quepa hablar aún de renacimiento del buen periodismo-, las visitas a museos y monumentos, la masificación de la cultura en vivo en espectáculos escénicos o musicales populares …, ámbitos que están en stand by mientras no se supere la crisis sanitaria.
La pandemia lo trastocó todo al hacer casi imposible la cultura fuera del hogar y, al mismo tiempo, se ha producido el descubrimiento, desde casa, de mucho de lo que antes se pasaba de largo, convirtiéndose los ciberhogares en centros, grupales o individuales, que toman decisiones culturales cotidianas o se implican en redes participativas (whatsapps, relaciones en grupos..). Si ello ocurre con excesos y poca reflexión ya es otra cuestión.
Éxitos y fracasos de la política cultural
Es sabido que la democratización de la cultura fracasó en la socialización de la llamada “alta cultura” -literatura, danza, conciertos, ópera…- porque, entre otros factores, el nivel cultural previo es la condición para un interés real y compartido en la cultura. Al tiempo esa parcela capta una parte significativa del gasto público cultural para cubrir los huecos que la demanda privada es incapaz de sostener. Así se han mantenido el teatro, la música culta, los museos… Ello se traduce, contradictoriamente, en que el gasto público se ha orientado más hacia la cultura de élite y simbólica que, siendo patrimonio colectivo es, también, cautiva de una franja de usuarios minoritarios -esa parte de gente con estudios y de clase media alta que, además, se la podría pagar – y que apenas crece.
En cambio, esa democratización no ha fracasado con la llamada cultura popular, empujada tanto por el mercado de pago y publicitario de las industrias culturales -incluidas radiotelevisiones públicas y privadas- como por los sostenes públicos a las empresas del sector.
Y para la pospandemia?
Y, sin embargo, para la pospandemia, hay que seguir con políticas culturales democratizadoras. Solo que habría que reorientarlas en el sentido de la participación, el amateurismo, la diversidad y las actividades sociales de mayor contacto con las mayorías, además de seguir empujando en los sectores y ámbitos habituales, como bases que son del patrimonio colectivo, ya se usen o no.
Habría que ir a las raíces (la educación cultural desde la infancia con formas pedagógica adecuadas), incluida una mirada más generosa y menos arrogantemente elitista sobre las culturas populares, sin caer por ello en el relativismo cultural.
El recientemente fallecido Jesús Martin-Barbero, sin negar sus efectos para bien y para mal, nos enseñó a valorar la relectura popular de la dominante cultura mediática. No somos corchos en el mar. Igaulmente, en la actualidad la extensión y defensa de los derechos culturales es una tendencia asentada. Pero deberíamos dar un paso más, retomando la idea de Martha Nussbaum y su teoría de las capacidades, en el sentido de que, además de derecho, se tenga la capacidad para ejercerlo porque te suministran la oportunidad de hacerlo, respetándote tu libertad de decidir.
De todos modos, no nos resuelve el problema de cómo habilitar mejor la “caja de herramientas” que cada uno tiene para ejercer una libertad y opcionalidad fundadas en un conocimiento previo y profundo. En ese plano, compromiso personal, educación, apuesta pública por el conocimiento, calidad, adaptación a las tendencias colectivas y sentido crítico parecen ser las claves.