Por Sergio Martínez
Buena se ha montado con el concierto de Metallica en Bilbao anunciado la semana pasada. Un concierto o, mejor dicho, festival de un día, en el que participarán cinco bandas en total y se celebrará el 3 de julio en el estadio de San Mamés. Junto al cuarteto de thrash metal californiano actuarán Weezer, grupo de rock alternativo que en treinta años de trayectoria ha publicado trece álbumes de estudio y se ha granjeado una solida reputación, amén de ser una clara influencia en muchas bandas posteriores; Hellacopters, banda sueca, referente del denominado rock escandinavo de los ’90 que vive una segunda juventud tras su reunión de 2016; y otras dos agrupaciones de nuevo cuño: el quinteto alternativo británico Nothing but Thieves y el garage pop de las también californianas The Regrettes. El evento, organizado por la promotora Live Nation, cuenta con la colaboración del Ayuntamiento de Bilbao y la Diputación de Bizkaia, y por eso la denominación oficial es Bilbao Bizkaia Rock Day.
Las críticas llegan por diversos motivos. El principal ha sido el precio de las entradas: grada: desde 79€ + gastos de distribución; pista: 85€ + gastos de distribución; y Golden Ring: 125€ + gastos de distribución. Además de las entradas VIP. Unos precios que muchas personas no han dudado de tildar de excesivos y caros. Sin embargo, es necesario analizar convenientemente la situación y comprender la diferencia entre caro y asequible.
Hace ya más de quince años que ver una gira de Metallica, que no se prodigan demasiado, dicho sea de paso, más allá de festivales, no es posible por menos de 100 euros. Y hablamos de solo Metallica con una banda telonera que pisa el escenario del orden de treinta a cuarenta y cinco minutos en el mejor de los casos. Weezer también es una banda puntera cuyas actuaciones se cotizan alto. Con la entrada de la Diputación y el Ayuntamiento es evidente que se ha rebajado considerablemente el precio de unos tickets que en condiciones normales rondarían los 150 euros para las entradas más baratas. Por lo tanto, está claro que no son billetes caros (al menos los de grada y pista) pero tampoco son asequibles para la mayoría de la gente.
Tanto el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, como el diputado general de Bizkaia, Unai Rementeria han destacado que la visita de Metallica «refuerza la posición de la ciudad y del territorio para acoger grandes eventos de talla internacional» y que llega, además, en un momento «en el que la sociedad necesita recuperar la ilusión y disfrutar». Sin embargo, es un evento elitista dirigido a personas que puedan y quieran dedicar al menos cien euros (algo más, si tenemos en cuenta que habrá que comer y beber dentro del recinto) a un espectáculo cultural que no es prioritario para la gran mayoría de la gente en tiempos de crisis económica tras la crisis sanitaria de la COVID-19, que ha arrasado con negocios, empresas y puestos de trabajo.
Ojo, que yo me alegro de que Metallica (y el resto de grupos) actúen en Bilbao, pero si ha de ser con inversión pública que se haga con más sentido democrático. Mientras el alcalde señala que se necesita «alegría, diversión, pasarlo bien» y el diputado general espera que sea «un concierto para disfrutar mucho», porque «esta sociedad lo ha ganado a pulso», la sensación es que estos dirigentes no reparan en el concepto de la democratización de la cultura, es decir, la cultura de élite al alcance de todas las personas con apoyo económico de las instituciones que posibilite su difusión.
Un ejemplo que siempre me gusta resaltar en ese sentido es el del Programa Festivales al Parque de Bogotá, Colombia. Uno de los principales amplificadores de la creación musical local que lleva más de 25 años en funcionamiento, ejemplo de multiculturalismo e inclusión, y que brinda a la ciudadanía oportunidades de expresión, disfrute y conocimiento colectivo de la música. Sus festivales (Rock al Parque, Jazz al Parque, Salsa al parque, Hip Hop al Parque y Colombia al Parque) son referencia mundial hasta el punto de que Rock al parque es el festival gratuito y al aire libre más grande de Hispanoamérica e Iberoamérica y el tercero más grande del mundo. Sí, gratuito. Financiado a través del Ayuntamiento de Bogotá. Se desarrolla durante tres días en el Parque Simón Bolívar de la capital colombiana, y entre otras normas que aquí somos incapaces de aceptar, no está permitida la venta de bebidas alcohólicas y tampoco se puede fumar a pesar de tratarse de un recinto al aire libre. No se puede entrar con cinturones metálicos y tanto mujeres como hombres deben despojarse de zapatos y calcetines como parte de las requisas rutinarias de seguridad en las puertas de acceso; tampoco se puede ingresar con camisetas de equipos de fútbol.
Por otra parte, actúan bandas nacionales e internacionales de diferentes géneros, con la curiosidad de que los artistas nacionales desde 1997 son seleccionados por un jurado escogido por convocatoria abierta después de participar en un proceso de varias etapas y que esas bandas locales tienen como premio un incentivo económico establecido por decreto, y la oportunidad de compartir escenario y experiencias con bandas internacionales. Son, además, parte activa de toda la publicidad y despliegue mediático del evento. También hay acuerdos con otros festivales de Latinoamérica para intercambiarse bandas emergentes de los respectivos países y dar oportunidad a la expansión y difusión internacional.
En 2019, su última edición hasta el momento, participaron la Orquesta Filarmónica de Bogotá, Juanes, Fito Páez, Gustavo Santaolalla, El Tri, La Fuga, Deicide, Sodom, Tarja Turunen, Angra, Toxic Holocaust, Dying Fetus o Konsumo Respeto, entre otros muchos.
Bilbao y Bizkaia no tienen un proyecto de democratización cultural diseñado para ninguna de las artes, y mucho menos de la música. Hace dos años se aniquiló el Concurso Pop-Rock Villa de Bilbao, un evento que llevaba celebradas 31 ediciones y al que se dejó morir los últimos años por no querer apostar por el formato ni renovarlo en la medida que la sociedad ha evolucionado. Y lo más parecido, la Muestra de Pop-Rock de Aste Nagusia, aunque fundamental se queda muy corto por ser una actividad muy puntual.
El ejemplo de Rock al Parque (o el Programa de Festivales al Parque) sirve para demostrar que es posible dar una proyección internacional a una ciudad y a un país a través de la democratización de la cultura, sin necesidad de ponerse la chupa de cuero al estilo de José Luis Bilbao. Una cultura de todos/as y para todos/as, desde la capital del mundo.