Por Mikel Pulgarín, periodista y Consultor de Comunicación
Cuánta razón tienen los refranes populares y qué poco caso les hacemos. Algunos son ocurrentes; otros graciosos; los menos, innecesarios; y los más, prácticos. Estos últimos son los más interesantes. En ellos se encuentra comprimida la sabiduría popular, siglos de conocimientos y, lo que es más importante, de constataciones y pruebas realizadas durante generaciones.
Uno de esos refranes, tan breve como contundente, asevera que “en boca cerrada no entran moscas”. La ciencia que encierra esta frase tan sólo se puede ver ensombrecida por la que guarda aquella otra, recordatoria de que “por la boca muere el pez”. Cuál diferentes serían las cosas si todos nos aplicáramos esas enseñanzas, que, por cierto, son de las pocas cosas que hemos adquirido de forma gratuita; y cuánto mejor les iría a nuestros dirigentes político-económicos si siguieran al píe de la letra las recomendaciones de los mencionados refranes.
Habla el ministro de Economía de turno y se desmoronan las bolsas. Hace declaraciones cualquier presidente de Gobierno, y los inversores se palpan las carteras. Reflexiona el responsable de Servicios Sociales, y a los jubilados se les atraganta el viaje que acaban de iniciar con el IMSERSO. Dice el secretario de Estado de Seguridad Social y Pensiones, y una lágrima recorre las mejillas de los que soñaban con un retiro cercano. Lo dicho: en boca cerrada no entran moscas. O, si lo preferimos, acordémonos del pez.
Ya, ya se que lo de la política no es fácil. Y mucho menos cuando entra en el terreno económico. Por eso, como medida precautoria, pienso que, a los ministros, secretarios de estado, directores generales y otros colectivos gobernantes se les debiera exigir cumplir con un requisito que, para mi gusto, resulta tan necesario como deseable.
Después de años de carrera política, una vez reconocida y contrastada la valía, tras la selección previa por parte del máximo responsable del Gobierno, y superada la prueba del acto de jura del cargo (por cierto, creo que debiera ser selectiva y el que no la apruebe, a septiembre), los miembros del ejecutivo, tanto primeros como segundos espadas, debieran hacer votos de silencio. Sí, sí, de silencio. Igual que los cartujanos.
Pero tranquilidad, que esos votos no durarían eternamente. Hacia el final de la legislatura se les daría libertad de lengua para que pudieran explicar todo lo que han hecho y, de esta manera, ganar puntos de cara a la reelección. Además, se le eximiría de ese esfuerzo la persona que ejerza de Portavoz del Gobierno, la única que, además de voto, tendría voz. Las demás habrían de contarle sus cuitas por escrito, método mucho más reflexivo, o por señas, más visual.
Creedme, todos saldríamos ganando. La economía, las bolsas, los mercados, el euro y los jubilados, que se evitarían más de un susto. Ellos mismos, los propios gobernantes, también obtendrían ventajas. Seguro que mejorarían la gestión y tendrían menos cosas de las que desdecirse.
¿Sabíais que al ser humano le costó miles de años de evolución lograr articular palabras, hacerse entender y construir un lenguaje? ¿Entonces, por qué no es más respetuoso con una facultad que ha exigido tanto esfuerzo y tiempo? Lo dicho, en boca cerrada no entran moscas.