Por Carmen Torres Ripa
Carola, mi nieta más pequeña, ha hecho dos años. El día de su cumpleaños, el jaleo llenaba la sala. Niños a gatas, niños metidos en una tienda de indios, caras con chocolate y padres, de un lado a otro, siguiendo a sus hijos para que no hicieran averías. Se rompió una copa -signo de alegría- y hubo que sacar el aspirador para quitar todos los cristalitos. Los niños no se enteraron.
A Carola le gusta Minnie Mouse. Lleva el personaje de Disney en camisetas, pijamas y vestidos. En su fiesta, Minnie se repitió en coches, mochilas, lazos y diademas con orejitas. Hasta tuvo una faldita roja con motas blancas, como su pequeño ídolo. Entre los muchos regalos, un amiguito, le trajo pegatinas de Minnie.
A media tarde, con una lamina de adhesivos de Minnie en la mano, Carola vino donde yo estaba sentada, No me dijo nada, pero cada dibujo de colores, lo fue quitando del papel transparente y me los puso pegados en una pierna. Cuando se terminaron todos, se fue al grupo de niños a seguir jugando. Pensé que eso es querer. La prueba de amor de Carola eran sus pegatinas. La niña me dio lo que más quería.
Cuando crecemos la palabra amor se desdibuja. Día a día intentamos retener una idea sublime, que no existe. Solo los niños la entienden. Quizás, por esa deformación de los años, tengo en mi mesilla, uno de mis libros de cabecera, Romeo y Julieta. Hay frases que se de memoria, pero las palabras bonitas que leo no se pegan en mi piel. Es difícil querer, nos equivocamos mucho . “¿Por qué el amor -dice el dramaturgo inglés- con la venda en los ojos, puede, siendo ciego, imponer sus antojos?”. Es muy extraño el amor, el cariño, el quererse. Muchas veces traicionamos a quien más queremos. Estamos ciegos o perdemos la cordura de la verdad. Hemos cometido acciones en nuestra vida que demuestran nuestra miseria humana.
Este verano, he leído Una pasión rusa de Reyes Monforte. Un libro puede ser el inicio de otra historia dormida y, a veces, se convierte en meditación de vida. En uno de los capítulos, cuenta la autora, que Serguéi Prokofiev quiso cambiar el final de Romeo y Julieta. Intentó imponer su criterio a la hora de escribir la música. “Si el amor es eterno -dijo- no pueden morir los amantes”. No le permitieron retocar el texto de Shakespeare, porque también era inmortal. El pasado no se puede borrar. Las palabras dichas -tantas inoportunas- son imposibles de quitar ni con legía de olvido. Yago seguirá siendo traidor a Otelo para que Desdémona muera. Hay tantos días en cada minuto- el autor de los amantes de Verona–, que la historia de Prokofiiev terminó distinta a esta frase lapidaria. “El amor es humo – declara Julieta a Romeo-, soplo de suspiros: se esfuma, y es fuego en los ojos que aman y crece como un mar de lágrimas”. El genio ruso vivió muchas tragedias amorosas. Su amor no fue eterno.
Aparentemente no tienen nada que ver las pegatinas con el amor, pero la cabeza es una batidora que mezcla los ingredientes. Todo parece taparse bajo un paraguas que no necesitamos. Nuestras ideas fundamentales han cambiado o las hemos perdido en el camino del olvido.
El covid nos ha robado el cariño. La ternura se ha ido con la pandemia. Los enamorados no se besan, los amigos no se abrazan. Hay un pudor en la demostración de amor. Me gusta ver a las parejas de ancianos cogidos del bazo, conteniendo el tiempo uno a otro. Muchos bebés solo han visto a sus padres con mascarilla. Carola nació en ese tiempo aciago. Ella, como los niños de su edad, creció sin ver que los mayores nos habíamos puesto una barrera de desamor. Los niños nos han guardado en estos años sin tiempo, la ternura que nosotros no supimos conservar.
Los políticos, disfrazados de corderos, siguen intentando demostrar que aquí no ha pasado nada -problemas económicos, carencia de energía, una guerra- quieren, con gestos, grandilocuentes, expresar su concordia y su unidad. Enseñarnos su buena voluntad para conseguir el bien común, algo así como que nos amemos todos como hermanos. Es exagerada esta frase evangélica para unos hombres perturbados. Políticos sin sentimiento que repiten mil veces la foto dándose un apretón de manos. Todo es mentira. Están unidos para que no termine la guerra.
La tierra se ha puesto de acuerdo con este caos que vivimos. Se enfada y, se calienta tanto que quema su propia piel. Los incendios nos han dejado sin bosques. Ya no hay palabras distintas para expresar el dolor que nos rodea. La lluvia viene y se va. Parece que quiere bautizar con sus gotas la sequía. Quizás las nubes lloran, pero muy poco. El planeta nos ha ahogado la paz y la serenidad sin agua.
A pesar de todo, Carola me ha regalado un ramo de flores hecho con pegatinas.