Por David Barbero.
Permitidme que cuente una batallita de abuelete con el fin de exponer mi visión sobre el periodismo de este momento.
Tengo un nieto adolescente con el que cada año, antes de comenzar el nuevo curso, hago un tramo de Camino de Santiago. Alrededor de los doscientos kilómetros. Por supuesto que él resiste mucho mejor que yo.
Este año, como está ya a punto de terminar el bachiller y entrar en la universidad, hemos conversado, mientras caminábamos, sobre carreras y profesiones. Yo sospecho que ya tiene decidido lo que estudiará. Pero pregunta sobre diversas opciones con el fin, dice, de elegir mejor.
Se ha interesado conmigo sobre los estudios de periodismo, dado que he sido profesor y también ejerciente de esta profesión. Contestando a sus preguntas, le he comentado cómo en los últimos años ha cambiado radicalmente el ejercicio del periodismo. El profundo cambio social que implica la digitalización. La influencia de las llamadas redes sociales. La multiplicidad de fuentes. Lo que llaman la ’democratización’ de la información. La saturación informativa. Y todas esas otras cosas que señalan los analistas de la situación actual.
Me he detenido en indicarle que todas esas circunstancias y transformaciones radicales convertían el ejercicio de la profesión periodística en un extraordinario reto, con propósitos apasionantes y con promesas de ejercicios para profesionales llenos de ilusión. Pero también lo convierten en un riesgo por ese estado de continuo cambio y la ausencia de referencias fiables o criterios aplicables.
En un punto concreto, ha insistido él. Conocedor de que he sido profesor en ciencias de la información, me ha preguntado por qué sigo el la universidad dando otras materias, pero no intento aportar mi experiencia y mis conocimientos en la dirección de superar las dificultades de esta nueva situación de mi siempre querida profesión.
Aquí debo abrir un paréntesis para recordar que los nietos adolescentes suelen tener una inclinación a sobrevalorar las cualidades, los conocimientos y la experiencia de sus abuelos.
Pero he sido muy contundente en este punto, porque lo tengo, creo, especialmente claro. Pienso – el pensamiento siempre es subjetivo – que el cambio que se está produciendo en el periodismo a ritmo muy acelerado hace que la experiencia y los conocimientos acumulados en el pasado, por muy grandes y profundos que sean, sirven para muy poco.
Hemos entrado en una época distinta. Tan distante de la inmediatamente anterior como nunca había sucedido. Se rige por coordenadas nuevas. Camina por carriles desconocidos. O seguramente no hay ni carriles.
Por lo tanto, el periodismo y la información necesitan criterios, visiones o guías nuevos, diferentes, surgidos desde los nuevos tiempos, desde la situación emergente. No pueden traerse desde el pasado, ni por las personas del pasado.
Hay gentes, entidades e instituciones interesadas en que la información siga por los cauces de siempre, con el fin de no se les escape de las manos. Como algunas de esas manos son muy poderosas, es posible que logren ralentizar el ritmo del cambio temporalmente. Pero después, vendrá un tsunami más acelerado y arrasador.
En ese debate, estábamos mi nieto y yo cuando terminamos la última etapa de nuestro camino de Santiago por este año. Él, que es inteligente, me dijo que lo había entendido. Pero yo me he quedado con la sospecha de no haber sabido explicarlo adecuadamente.