Por Montxo Urraburu
Todos somos rehenes del pasado y, aunque hayamos aprendido a administrar nuestra memoria y nuestros olvidos, siempre hay momentos en que el eco de un suceso o la sombra de una acción se nos presentan causándonos malestar.
Hay procesos dolorosos que conseguimos superar y otros en los que, en cambio, no acabamos de pasar página. No es sencillo establecer unas normas sobre qué cosas es bueno recordar y cuales convienen olvidar del todo. Lo que sí parece evidente es que muchos de los impedimentos que nos impiden ser felices, provienen de heridas sin cicatrizar o de situaciones “ cerradas en falso”.
Está claro que necesitamos cerrar capítulos de nuestra vida para no estancarnos en la
amargura, la frustración, el rencor o el desengaño. Pero esa superación no siempre es posible.
Para superar algunas situaciones debemos tener conciencia de haber alcanzado una meta, concluido una etapa o superado una fase. Muchas veces esa necesidad se concreta en la búsqueda de un porque’, de una razón que explique los acontecimientos del pasado. Cuando no logramos dar con esa razón, el efecto hace que los recuerdos sigan atormentándonos hurgando en la herida.
Al mismo tiempo que olvidamos cosas que desearíamos mantener vivas en la memoria, hay otras que no conseguiremos olvidar debido a que no les encontramos la explicación necesaria para darlas por sepultadas. La falta de un porqué de nuestras
penas remotas sigue dando trabajo al pensamiento. El lado positivo de la cosa es que podemos tenerlo en cuenta para ejercitar nuestra memoria. Un amigo pintor me decía un día que, conviene, “cuando no puedes con un cuadro, déjalo sin terminar para otro día porque de ese modo, a la jornada siguiente, la mente volverá a ello más inspirado y con nuevas ideas”. También el ejemplo de un camarero podría servirnos:
recordaba con todo detalle las peticiones de los clientes hasta el momento en que les atendía; una vez servidos los menús correspondientes era incapaz de acordarse de que había comido cada persona
En la vida es preferible no arrastrar demasiadas áreas interrumpidas, cuentas pendientes, heridas sin cerrar. Solo asumiendo, reconociendo e interpretando el pasado podremos librarnos de sus consecuencias negativas. El arte de vivir en armonía con uno mismo exige aprender a cerrar puertas conforme uno pasa por las diferentes etapas de la vida, si no se quiere acabar perseguido por los fantasmas del tiempo que no se supo dejar atrás.