Por Jesús Martínez Gordo teólogo vía Religión Digital
«La concentración de poder y sacralización del mismo que, según investigaciones recientes, explica el drama de la pederastia eclesial»
«El Consejo Sinodal alemán vendría a ser algo así como una cámara que, a la par que cuenta con dos ámbitos diferenciados e interrelacionados (bautizados y obispos), respeta la singularidad y responsabilidad de estos últimos en cada votación»
«‘Me daría con un canto en los dientes’, si el Papa J. M. Bergoglio, escuchando a Francisco, abriera un nuevo tiempo para reconsiderar, de manera sinodal, este asunto en la Iglesia alemana; y, con ella, en toda la Iglesia católica»
Hace diez años fue elegido el cardenal Jorge Mario Bergoglio como Papa Francisco para -según ha declarado recientemente- poner fin a la corrupción que estaba saqueando el patrimonio de la Santa Sede; disolver el centralismo vaticano y la mentalidad cortesana que pululaba alrededor del papado y acabar con la pederastia clerical. Casi nadie cuestiona que se ha convertido, desde entonces, en una referencia mundial.
No extraña, por ello, que estemos asistiendo a un aluvión de valoraciones sobre su gestión al frente de la Iglesia católica durante el tiempo transcurrido. Ni tampoco que tales valoraciones respondan a una gran diversidad de tendencias ideológicas. Pero, de todas ellas, hay una que me ha llamado la atención: la de Luis Badilla, el director de “Il Sismografo” con R.C. Estos periodistas establecen una curiosa y, a la vez, interesante diferencia, entre el Papa mediático -al que llaman Francisco- y el Papa soberano, al que denominan Jorge Mario Bergoglio.
A este último, reconocido así en recuerdo de su gestión al frente de la archidiócesis de Buenos Aires, le asquean las tramas cortesanas y las luchas por el poder, pero procede como un gobernante absoluto que controla todo desde “su fortaleza de Santa Marta”, interesándose, incluso, por las cosas más pequeñas. En el Vaticano, apuntan, no se mueve una hoja sin su consentimiento. Pero este Papa coexiste con otro, con Francisco, muy popular. Es un gran líder, con muchísimo carisma en las calles, aunque, señalan críticamente, es bastante posible que esté demasiado inflado por cierta prensa y círculos periodísticos.
La sorprendente conjunción de estos “dos papas” permitiría explicar que, a veces, tengamos delante un personaje dulce, afable y grandísimo comunicador y que, en otras, nos encontremos con un monarca absolutista, amante de ordenar, legislar y proceder con toda la autoridad que tiene, que no es poca. Con bastante frecuencia, concluyen, estos “dos papas” coinciden armónicamente. Pero no faltan las ocasiones en las que colisionan. Cuando ello sucede, emerge un personaje que “marca a la izquierda y gira a la derecha”. Y al revés.
Esta inédita valoración me llama la atención no tanto por la trama de los tipos formales en juego, sino por su incidencia en un asunto que entiendo capital para el futuro de la Iglesia católica, al menos en la Europa occidental y para evaluar el papado de Francisco: su afrontamiento del clericalismo. Y más en concreto, dos datos: por un lado, la concentración de poder y sacralización del mismo que, según investigaciones recientes, explica el drama de la pederastia eclesial.
Y, por otro, que la iglesia alemana se haya implicado en afrontar este problema con particular coraje y lucidez: el pasado septiembre los católicos y los obispos estuvieron de acuerdo en que la Iglesia necesitaba promover, como agua de mayo, “una cultura de deliberación y toma de decisiones conjuntas en la que la transparencia y la separación de poderes se pudiera realizar como expresión de la sinodalidad”, es decir, caminando todos juntos, sin dejar de desempeñar sus diferentes responsabilidades.
Y para que eso no se quedara solo en un buen deseo habría que poner en funcionamiento el llamado Consejo Sinodal alemán; una nueva institución que, representativa de todos los católicos, tendría que estar capacitada para tomar “decisiones fundamentales” “sobre planificación pastoral, perspectivas de futuro y cuestiones presupuestarias”. ¿Cómo? Aceptando que, para que una propuesta se considere aprobada, es necesario que cuente con una mayoría cualificada de “dos tercios de los miembros de dicho Consejo Sinodal, lo que también incluye una mayoría de dos tercios de los miembros de la Conferencia episcopal alemana presentes”.
Este Consejo Sinodal vendría a ser algo así como una cámara que, a la par que cuenta con dos ámbitos diferenciados e interrelacionados (bautizados y obispos), respeta la singularidad y responsabilidad de estos últimos en cada votación. Los católicos alemanes entienden que, al despojar a la autoridad de su formato absolutista en favor de otro más corresponsable, y, por ello, “vinculante”, se estarían empezando a cuartear los cimientos del clericalismo.
Los pesos pesados de la Curia vaticana no han tardado en indicar -con el consentimiento del Papa- que la institución de tal Consejo no es de recibo porque debilita la autoridad y el poder unipersonal de los obispos. El enfrentamiento está servido. Confieso que se me escapa cómo el actual Papa puede ayudar, en último término, a resolver este problema y la tragedia que lo explica. Pero, vista la descripción ofrecida por Luis Badilla y R.C., más los datos aportados, me temo que seamos muchos los que pensamos que, en este asunto, el monarca J. M. Bergoglio, tiene todos los boletos para acallar al popular Francisco. Pero como, a veces, también marca a la derecha y gira a la izquierda, “me daría con un canto en los dientes” si el Papa J. M. Bergoglio, escuchando a Francisco, abriera un nuevo tiempo para reconsiderar, de manera sinodal, este asunto en la Iglesia alemana; y, con ella, en toda la Iglesia católica.