Por Toti Martínez de Lezea.
En estos momentos, el pueblo pagano (de pagar, claro) asiste atónito a una exhibición de derroche, corrupción, prepotencia, abusos y mala praxis a nivel económico, político y legal como nunca antes se había visto. Aunque, en realidad, solo es más de lo mismo. Ahora, gracias a los medios de comunicación, nos enteramos de lo que antes permanecía oculto, o conocíamos mucho después de haber ocurrido. La sociedad ha sufrido estas lacras desde que las tribus nómadas se hicieron sedentarias, desde que se inventó la propiedad individual, y se descubrió que a mayor caudal de bienes, mayor poder.
La codicia, el afán de riquezas y poder para beneficio personal, es una constante en la historia de la humanidad, a grandes y pequeños niveles. Es la codicia la que provoca las guerras pues nadie se molesta en conquistar un desierto. Es la codicia la que lleva a la deslealtad, el soborno, la mentira y la manipulación. Los seres humanos somos codiciosos por naturaleza, solo que la gran mayoría carecemos de la falta de escrúpulos que lleva a una minoría a robar a sus congéneres de manera desvergonzada, e impune. A nivel general, cada nuevo logro para un mayor bienestar del común, una mayor justicia y equidad, ha costado incontables esfuerzos y lágrimas. El poder no regala nada, nunca lo ha regalado. Es más, aprovecha cualquier resquicio para despojar al pueblo que lo mantiene, que trabaja y paga, que aguanta las épocas de vacas flacas y apenas se beneficia cuando llegan las gordas.
Pero seamos optimistas. No hace tanto, nuestros abuelos y bisabuelos sufrieron guerras, hambre y opresión. En sus tiempos no existía la Seguridad Social, tampoco existían las jubilaciones, la sanidad y la educación públicas. Por no haber, no había siquiera agua en los grifos. Sin embargo, salieron adelante, y aquí estamos nosotros para demostrarlo. Somos más, y podemos cambiar las cosas de nuevo. Podemos exigir que se cumplan las leyes, se juzgue a los responsables del desaguisado, se les haga devolver lo robado y se restablezcan los derechos conseguidos. Aunque, para esto, tendríamos que estar todos de acuerdo y, ay, no sé qué es más difícil.