Por M. Urraburu
Hace unos días, una señora llamo a la puerta de mi casa. Aparentaba unos sesenta años, aunque probablemente, tendría muchos menos. En absoluto presentaba el aspecto de aquellos que viven a la intemperie pero desprendía un fuerte olor a alcohol. Pedía, pero no dinero o comida, sino “cualquier cosa”. Insistí en preguntarle que quería y también ella insistió en, “cualquier cosa”. Todo le daba igual, así que opte por la vía práctica y le ofrecí un cartón de “leche entera” y algo de comida.
Ella me respondió que, prefería el cartón de “leche entero” antes que vacio y lanzo una carcajada con fuerte aliento alcohólico , lo que delataba su estado de embriaguez. A pesar de todo le di el cartón y algunas latas, metido todo ello en una de esas bolsas de supermercado.
La señora ni se fijo en su contenido .Me imagino que esperaba dinero con el que comprar un Don Simón o algo que hiciera más llevadera su misteriosa vida.
Al despedirse de mí lo hizo con una mirada profunda, no sé si amenazante, irónica , de desprecio…no me dio tiempo a analizar su comportamiento. Cuando cerré la puerta me pregunte qué sucedería al abandonar el portal. ¿Tiraría la leche en la papelera de la esquina?, ¿compraría pan para acompañar a los alimentos que le di?, ¿lo compartiría con alguien de su condición?. Es terrible, si, es terrible que muchas personas no sepan ni qué hacer ni lo que quieren, solo caminar día tras día con la desgracia como única compañera y, quizá, en algún momento, llorar a escondidas, recordando a una familia que tuvieron, un amor frustrado, un error cometido y sus días de cárcel…Ya no importa nada. Solo quieren cualquier cosa.