Acaba de finalizar la Cumbre del Clima (COP29) en Bakú, capital de Azerbaiyán, gran productor de petróleo y gas natural, y los resultados son muy decepcionantes.
En los prolegómenos a la COP29, se han sucedido las alarmantes advertencias lanzadas por la comunidad científica sobre el estado del medio ambiente en el planeta y el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, como el informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), en el cual se viene a decir que las emisiones han crecido un 1,3% entre 2022 y 2023, lo que indica que la lucha contra el cambio climático va para atrás, y, que de alguna forma, se esfuma el Acuerdo de París, alcanzado en diciembre de 2015, por el cual las naciones deben comprometerse a reducir el 42% de las emisiones actuales de gases de efecto invernadero para 2030 si se quiere conseguir el objetivo de no superar el calentamiento en 1,5ºC, que es la única forma de lograr un clima seguro.
Pero siguiendo con los informes publicados antes de la Cumbre del Clima celebrada en Bakú, la Organización Meteorológica Mundial ha revelado que las concentraciones GEIs alcanzaron un récord en 2023. En sólo dos décadas, el dióxido de carbono (CO2), el contaminante que más contribuye al cambio climático, se ha acumulado en la atmósfera a un ritmo sin precedentes, con un aumento superior al 10%.
Estas cifras son muy preocupantes ya que señalan que el planeta se dirige hacia un calentamiento de hasta +3ºC para finales de siglo, muy por encima del Acuerdo de Paris de limitar el aumento a menos de 2ºC y preferiblemente a 1,5ºC.
La crisis climática nos está conduciendo a una situación en la que la escalada de las temperaturas está aquí y cuesta vidas. Una cuestión en que la ciencia ya anunció hace décadas que pasaría si seguíamos usando combustibles fósiles. La tragedia de la Dana en el este y sur de la península Ibérica, la mayor catástrofe ambiental ocurrida en el Estado español, tiene mucho que ver con la intensificación del cambio climático, además de una desastrosa planificación urbanística, y una funesta gestión de la catástrofe.
En este contexto, se ha celebrado la COP29, y los acuerdos in extremis alcanzados son absolutamente decepcionantes y un paso atrás, tal y como lo han señalado los países en vías de desarrollo, que son los menores causantes del cambio climático pero los más afectados, y las organizaciones ecologistas.
El texto final de la Cumbre del Clima de Bakú apunta a que las naciones más ricas deberán llegar a una aportación de al menos 300.000 millones de dólares anuales para 2035, lo que supondría multiplicar por tres la meta actual que está en los 100.000 millones. En cualquier caso, la nueva cantidad comprometida está muy por debajo de las necesidades reales que tienen estos países.
En la Cumbre del Clima celebrada en Copenhague en 2009, ahora hace 15 años, se acordó que esa financiación debía ser puesta por los países considerados desarrollados y que tendría que alcanzar los 100.000 millones anuales en 2020, y que ahora, en Bakú, se ha actualizado y se ha establecido en los 300.000 millones de dólares.
Pero no solo es importante la cuantía, sino también qué países los pondrán, así como de donde procederán. Respecto al cómo, en el texto se apunta a que la financiación de los 300.000 millones para 2035 deberá venir de ayudas públicas, pero también podrán proceder de créditos. Y de la inversión privada ligada a proyectos y ayudas públicas. Como lo han dicho organizaciones ecologistas como Greenpeace, lo que necesitan los países del sur global son subvenciones públicas a fondo perdido, y no créditos y financiación privada, ya que de esta forma aumentará la deuda de estos países, y no resuelve los problemas a los que la crisis climática les enfrenta.
Otra cuestión importante es quién debe aportar. Porque estas negociaciones se realizan sobre la base de la Convención Marco de Cambio Climático de la ONU, de 1992, que señala que son los considerados entonces países desarrollados los que debían realizar los mayores esfuerzos. Se trata de EE.UU, la Unión Europea, Canadá, Suiza, Australia y Japón. Hasta ahora son estos países con ayudas públicas y créditos de todo tipo, quienes los han hecho. Pero naciones con altos ingresos y muy contaminantes actualmente, como China, Arabia Saudí, Rusia y Corea del Sur, han quedado exentos.
Otro de los temas acordados en la Cumbre del Clima de Bakú, es que se ha dado luz verde a los controvertidos mercados de carbono. Este acuerdo alcanzado, para las organizaciones ecologistas “son una estafa, al permitir a la industria fósil compensar las nuevas emisiones, y, son esencialmente permisos para seguir emitiendo, no son acción climática”.
En la Cumbre del Clima en Bakú, una cuestión importante también era que se hiciera algún llamamiento sobre la necesidad de recortar las emisiones, pero no ha sido así, debido a las presiones ejercidas principalmente por Arabia Saudí.
Una vez más la Cumbre del Clima celebrada en Bakú, y ya son 29, nos ha dejado el poso de un nuevo engaño. Muchas han sido las voces que han mostrado su desilusión y están hartas de la falta de ambición política de los líderes mundiales para hacer frente al cambio climático y que no son capaces de enfrentarse a los verdaderos culpables que están en la industria de los combustibles fósiles. La virulencia de la crisis climática obliga a dejar de utilizar los combustibles fósiles en un muy corto espacio de tiempo.
El modelo de las COPs está bastante agotado, donde las empresas petrolíferas y gasistas campan a sus anchas, y con algunos gobiernos que le son muy dóciles. Las cumbres del clima, tal y como están configuradas hasta la fecha, no son el camino.
Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente