Por Montxo Urraburu
En las relaciones personales, el acopio de tensiones produce un enorme desgaste, mas acusado cuanto menos capaces seamos de afrontar abiertamente los conflictos antes de que se conviertan en dramas. Cuanto más exigentes nos hemos vuelto con los demás, mas indulgentes somos con nosotros mismos. Para los moralistas nostálgicos , la explicación radica en el trasvase de los valores de usar y tirar propios de la sociedad consumista al terreno del trato humano. Otros , en cambio lo consideran una liberación de las antiguas ataduras impuestas por códigos morales y religiosos excesivamente estrictos.
No hemos venido a este mundo a sufrir innecesariamente, y menos aun si el sufrimiento lo originan unos vínculos humanos prescindibles. Es mayor la decisión de rehuir del conflicto que la de afrontarlo en el momento preciso. El miedo a manifestar sinceramente nuestros sentimientos u opiniones, a contrariar a los demás, suele ser más poderoso que la voluntad de resolver los problemas. Eso hace que la persona vaya consintiendo una y otra vez con actos y situaciones que le disgustan, lo cual supone un considerable gasto de energía. La persona madura sabe que el silencio no conduce a ninguna parte.
Perjudica al otro, porque no le informa de algo que debiera saber, y daña al otro, porque no le informa y le deja con la carga de unos deberes incumplidos.