Por Víctor López Rodríguez, Productor Audiovisual y Periodista, y Director del documental «La Calaf. Intermediaria de guardia»
“Entonces estábamos convencidos en pelear por cambiar el futuro. Ahora tenemos que pelear para que el futuro no nos cambie”. Son palabras de la protagonista de esta noche. Una mujer que, con su manera de entender y trabajar la información, elevó el periodismo televisivo español a las cotas más altas.
Rosa María Calaf, la reportera del pelo rojo y el mechón blanco, se coló desde mediados de los 80 y durante muchos años en nuestras casas, para contarnos lo que sucedía en el mundo, convirtiéndose en la corresponsal con más larga trayectoria en la historia de Televisión Española.
Pero quién le iba a decir, quién nos iba a decir a los que empezamos a trabajar en la pequeña pantalla con cintas, cámaras y sistemas de edición analógicos, que pocas décadas después el universo comunicativo -y el mundo en general- iba a ser tan distinto al de aquellos días:
-Hoy el colmillo retorcido ha dado paso al «mentoring invertido». Ahora son los jóvenes los que reforman las habilidades digitales de sus compañeros veteranos.
-La crónica larga ha claudicado a la predilección por los escasos caracteres de las plataformas sociales, porque según dicen los expertos, la gente no aguanta contenidos de más de un minuto de duración.
-Y el scroll infinito ha traído consigo la adicción, el estrés y la ansiedad, cuestiones especialmente llamativas en adolescentes y menores de edad…
Vivimos tiempos donde la formación, el conocimiento y el espíritu crítico están siendo doblegados por el interés de unos pocos en controlar los datos de la mayoría, y dominar así el mundo. Tiempos donde el conocimiento tecnológico pesa más que el bagaje cultural. Donde la apariencia del envoltorio resulta más importante que el propio contenido.
Cierto es que la tecnología ha contribuido al desarrollo de numerosas parcelas de nuestra vida, haciéndola más fácil en muchos casos y permitiendo extraordinarios avances en ella. Pero también lo es que ha propiciado la merma del humanismo y la ética social:
-Hoy, el transhumanismo modifica la condición humana mediante dispositivos incorporados en los individuos -ciborgs-.
-Las personas se enamoran de las máquinas -digisexualidad-.
-Se implantan chips cerebrales para controlar dispositivos electrónicos con el pensamiento.
-Y la comunidad, ese nuevo panóptico inclusivo y vigilante, acoge todo esto con las pantallas abiertas.
Una realidad que ha llevado a intelectuales y sociólogos de prestigio, como Harari o Nowotny, a acercarnos conceptos como Homo Deus (la unión del Homo Sapiens con la inteligencia artificial) o coevolución con las máquinas.
En definitiva, desconocemos si el Big Data, el Metaverso, Chat GPT o los algoritmos nos van a conectar más como individuos. No sabemos si nos van a hacer más libres y felices. Si la robotización va a afectar o no a la propia esencia del ser humano.
Lo que está claro es que es en este escenario de continuo cambio donde se desenvuelve el periodismo actual.
Hoy hay más de 3.000 medios digitales en España, las facultades de Ciencias de la Información otorgan grados a 3.000 informadores cada curso y los contratos de trabajo continúan reduciéndose drásticamente. La IA, por su parte, empieza a amenazar el futuro de muchos puestos de trabajo, y los salarios podrían empezar a ajustarse en base al número de pinchazos generados por los artículos escritos o los vídeos emitidos, independientemente de la calidad de los mismos.
Pero, pese a todo, la verdadera primicia, la que tiene en la calidad su valor principal, sigue y seguirá siendo fundamental para garantizar el éxito de nuestra Democracia. Una primicia con mayúscula, que no anteponga apariencia y yoísmo sobre profundidad y humanismo. Que no favorezca la ruptura del sistema de valores y que no esté al servicio de la tecnología; bien al contrario, que la sepa utilizar para reducir la acelerada marcha de las fake news y los deepfakes.
Y es aquí donde mantener vivo el legado de los referentes cobra vital importancia. Porque para entender un oficio es necesario conocer su historia, el trabajo de sus maestros. Ortega y Gasset, que se formó en Alemania como tantos otros filósofos, opinaba que los teutones tenían una virtud que a los españoles nos falta: el respeto y el amor al pasado.
Un periodista tiene que saber quién fue Carmen de Burgos, Cirilo Rodríguez o Manu Leguineche. O quién es Rosa María Calaf.
Mariano Guindal, prestigioso informador económico, me contaba en una entrevista que cuando estaba empezando a estudiar la carrera, le preguntó a uno de sus profesores qué tenía que hacer para llegar a ser un buen periodista. «Estudiar la vida de los periodistas», le respondió el profesor.
Personalmente puedo decir que la búsqueda de respuestas (y cierta inquietud profesional) me ha acercado a muchos de los referentes de nuestra comunicación, alguno de los cuales hoy considero mi amigo.
Es el caso de Rosa María Calaf. Su discurso es de esos que permiten seguir creyendo en la primicia. Una profesional sobresaliente, con un currículum inabarcable, referente generacional.
Licenciada en Derecho y Periodismo, Máster en Instituciones Europeas y Ciencias Políticas, y Doctora Honoris Causa por varias universidades, Rosa M. Calaf trabajó durante cuatro décadas en TVE, formando parte además del equipo fundador de TV3 en 1983. Su larga trayectoria ha sido reconocida con innumerables galardones, como el premio Ondas a la mejor labor profesional, el Premio Club internacional de prensa a la mejor labor en el extranjero, el Women together, Víctor de la Serna, José Couso o el premio Toda una vida de la Academia de televisión en España, entre otros muchos.
Con sus miles de crónicas en conflictos, catástrofes, epidemias -tb en escenarios culturales, artísticos, políticos o deportivos- la Calaf nos acercó las noticias de manera rigurosa, honesta e imparcial, contribuyendo al desarrollo de nuestro conocimiento y nuestra libertad. A fin de cuentas, eso es lo que intenta hacer un buen periodista: buscar la verdad y afear el mal, para hacer de este mundo algo mejor…
Atendió mi petición, y pese a que siempre rehúye el protagonismo, decidió abrir los cajones de la memoria y por primera vez a una cámara, las puertas de su casa familiar, para contarme los renglones destacados de su vida. Vuelvo a darte, una vez más y por ello, las gracias, Rosa.
Todos estos meses de trabajo me han ayudado a entender tu mirada, tu discurso, tu concepción profesional. Cómo has tratado de llegar al porqué de las cosas, cómo has tratado de imaginar el motivo de las respuestas. Porque el interrogante te sigue produciendo admiración…
Has repetido en muchas ocasiones que la noticia no debe ser vista como un arma, como un instrumento de poder, sino más bien como un pilar, el más importante junto a la educación, de la construcción social. Emprendiste el viaje para poder hacer preguntas y pronto te diste cuenta de que este te acaba haciendo a ti, y a ti te las formula. Ensanchaste la mente a la luz de la historia para reconocer, finalmente, que los millones de kilómetros han merecido la pena: el viaje al exterior para encontrarte con el mundo; este, hecho de fuera hacia dentro, para encontrarte con nosotros…
Quiero dar las gracias a todos los que habéis hecho posible este documental. A todo el equipo técnico, con Francisco Castaño a la cabeza. A TVE por coproducir la obra. A TV3 por su generosa aportación de archivo. A Capital Radio y resto de entidades por su colaboración: Ayuntamiento de Banyeres del Penedés, Madrid Film Office, Fundación Elena Barraquer, Universidad Autónoma de Barcelona, Fundación La Caixa e ICEX. Gracias a la secretaria de Estado de Comercio, Xiana Méndez, por estar hoy aquí. A Elisa Carbonell y toda la organización ICEX por contribuir a la realización de esta premier. A todos los compañeros de profesión aquí presentes. Y cómo no, a mi familia -la de sangre y la política-, a mi mujer Meri y a mis hijas -Greta y Olivia- vosotras sois el motor de mi vida…
Siempre he tenido presente -y más en estos tiempos- el valor de la formación. Mis padres y mi hermana, me transmitieron desde pequeño el valor de una buena educación y se afanaron en facilitármela. Quizá no elegí una carrera con la que hacerme rico, pero sí con la que ser feliz… Contar historias es lo que más me puede gustar en esta vida, y hay algunas que deben ser conocidas por todos.
Espero y deseo que esta que narra la de quien considero una leyenda viva de nuestro periodismo, la de una de las corresponsales más sobresalientes del último medio siglo en España, os haga pasar un buen rato. A mí, sin duda, me ha enriquecido personal y profesionalmente.
Muchas gracias.