Por Arantzazu Ametzaga Iribarren- Bibliotecaria y escritora
En esta noche de San Juan, la del solsticio de verano, echo fardos caducado a mi hoguera imaginaria, pero en mi mente siguen galopando los recuerdos tumultuosos que conforman mi pasado incombustible. Me retraigo al politizado Centro Vasco/Eusko Etxea de Caracas, 1960, en que jóvenes, hijos de exiliados, se entusiasmaban con la idea de defender la Libertad secuestrada en Euskadi en 1936 por el golpe de estado dado entre otros, por el después y casi cuarenta años, militar y dictador Francisco Franco. Esos jóvenes precisaron que había que trabajar libertad desde los medios al alcance, el periodismo de papel y radial, y fue en ese punto de reflexión en el que nació EGI Caracas, bajo la dirección de Jokin Intza y el original grupo nuclear: Xabier Leizaola, J.J. Azurza, Alberto Elosegi, Pello Irujo e Iñaki Anasagasti, al que se fue sumando mucha gente, y cuyas actividades pacificas pero efectivas tuvieron varios frentes: montaron y con arduo trabajo, en una vieja hacienda de caña de azúcar, en el interior de Veneziela, dos gigantescas torres para emitir programas radiales continuos que cruzando la cordillera de la costa venezolana, el mar de los Caribes y el Atlántico proceloso, llegando a la Euskadi amordazada, desvirtuando con información precisa, las mentiras en que apoyaba su poder el dictador genocida. Funcionó por años de esfuerzo y trabajo, la emisora clandestina, Radio Euzkadi, denominada la Txalupa, y una publicación periódica, Gudari. Trajinaron los mensajes por aires y mares, arribaron en playas salvajes y escalaron trochas de montes, la voz y la palabra escrita de la resistencia vasca, arando camino para labrar libertad.
Había que vencer al dictador con las armas de la razón, de la democracia, de la dignidad humana. Con información veraz de los hechos, con un criterio contrastado de los sucesos. Se promover Aberri Egunas, movilizando a un pueblo en manifestación pacífica para demostrar nos a nosotros jismos y al mundo entero que no estábamos muertos. Que seguíamos en pie y marchando pese la expoliación, la guerra, la represión y el Exilio.
Por primera vez los vascos salimos a la calle en Caracas, 1970, en una manifestación pacífica para protestar contra el Juicio de Burgos, en el que se intentaba fusilar ni mas ni menos que a 16 miembros de ETA. Recuerdo aquellos días de angustia aunque estábamos en desacuerdo con su itinerario, y especialmente al viejo dirigente de ELA, Bernardino Bilbao. Rompiendo su silencio, nos habló por primera vez a los jóvenes de la Euskadi americana. El hombre apergaminado y repentinamente locuaz, revivió acontecimientos pasados con renovado optimismo, al observar una nueva generación movilizada hacia la paz y el reclamo libertario ,se reunía en orno suyo, para aprender su lección.
En la década de los 70 en Euskadi, murió el dictado en el 75, fue como un tremolar de entusiasmo, audacia e imaginación que comunicó en un todo a varias generaciones vascas. El arribo espectacular a Noain -fue como si un pueblo entero quisiese redirmirse de su derrota de 1521 y las que siguieron-, del incombustible dirigente nacionalista, Manuel Irujo; las primeras jornadas de EAJ/PNV en el polideportivo Amaya de Iruña, 1977, en las que se reestructuraba el viejo partido resistente para entrar en la lid política de los nuevos tiempos democráticos que ensayaba el Estado Español; la jornada de Aralar en que miles de personas rompieron su silencio de cuatro décadas para demostrar su consecuente fe vasca; el día glorioso de Orreaga en que revivimos nuestra historia finalmente contada según nuestra óptica y a la que acudieron periodistas de toda Europa. Largo es recordar cuanto siguió, cuanto hicimos. Un Gobierno vasco que unía por primera vez reunía nuestras tres Diputaciones, eso si, con el dolor de no ver a Nabarra en ello; un primerizo Euskolegebiltzarra/Parlamento en Gasteiz, foro de debate de fuerzas políticas. Errores y pérdidas hubo en semejante deambular pero nos mantuvimos fijos todos en la idea democrática.
Los muertos de la guerra civil yacían en las cunetas, víctimas del horror pretérito y sin reparación y exigíamos justicia. Los queríamos, aunque fuese en lapidas de piedra, junto a nosotros. La economía estaba maltrecha. No éramos Europa. ETA, en paralelo, continuaba su derrotero sangriento. La década de los 80 fue abominable. Vivíamos con miedo pero no fuimos cobardes. Salimos a manifestarnos a la calle, expresamos nuestra repulsa, apostamos por la paz. Pedimos, en la persona del Lehendakari Ibarretxe, perdón, soportando el cruel estigma de ser acusados de terroristas por quienes en ello ganaban votos, los adversarios. Teníamos, sobre todo algunos, más valor que el que nadie puede imaginar. Éramos muchos los sancionados por la acción de unos pocos.
Rejuvenecimos, cada quien en su lugar, a la macilenta Euskadi derivada del franquismo, en una moderna con sus industrias renovadas y renovables; la ría de Bilbao recobro su fauna y sus veredas; se crearon Ikastolas, brillantes puntos de luz en la tarea de recobrar nuestro idioma sentenciado a muerte, y fundamos, por fin, Universidades y Periódicos, viejo anhelo del país. Se potencio la Feria de Durango… expuestos libros y discos, cultura propia incautada. Que se hizo camino andando, aunque a veces con los pies sangrantes. Fueron años de luto y dolor. Y esfuerzo y esperanza. Eran los duros tiempos en que el Olentzero era símbolo de terrorismo,
La proclama de ETA, último grupo terrorista de Europa, el más antiguo del Estado Español, en Kanbo, Iparralde, anunciando el fin de la actividad violenta el 20 de octubre de 2011, congregando a personalidades internacionales, cientos de periodistas extranjeros, líderes políticos vascos y no vascos, y comenzó con un minuto de silencio que nos hizo bien a todos. Y la declaración conjunta de Bertiz de los Lehendakaris Barkos y Uurkullu, en euskera y castellano, alentando a la esperanza de un futuro donde los problemas pudieran ser resueltos desde la palabra y el pacto, en la convivencia pacífica y el imperio de la Ley formulada con equidad. En la reparación necesaria de los errores históricos, para ajustarla a los moldes nuevos.
Mis pies se vigorizan en un cosquilleo, en el solsticio de verano, que por los calores y los incendios no se prenderán hogueras, y necesito pisar hierba verde, untada de rocío, para que el tiempo se vuelva amable, el futuro benigno, para que el país recobrado en la medida de nuestras posibilidades, y que dejamos a nuestros hijos y nietos sea mucho mejor que el que encontramos, tras la dictadura militar de Franco, origen y causa de tantos males; para que nuestros descendientes carguen las manos con libros y flores, limpios del peso ignominioso de la pólvora. Para que jamás el tiro en la nuca, siembra de terror según Mola, vuelva a repetirse. Que cumplamos la sentencia de los infanzones de Obanos: Hombres y mujeres libres en patria libre.