Por Tono Álvarez-Solís
No habrá ecología. Más allá de meras declaraciones de intenciones mejor o peor intencionadas, ni discutimos ni tenemos la más mínima intención de hacerlo, sobre las causas primeras de la situación a la que la humanidad, o una parte de ella, ha conducido al planeta.
Los problemas aparentes ocultan el debate real. Combustibles fósiles, sobrepoblación planetaria, sostenibilidad de los recursos, son temas básicamente estadísticos, técnicamente solucionables, pero no desde la misma perspectiva que ha creado el problema. Me refiero, naturalmente, a la sacrosanta propiedad privada.
Sobre su origen, podríamos decir de forma categórica y difícilmente discutible, que es criminal. Obedece a la voluntad particular de apropiarse un bien previo y común, y sostener dicha apropiación por la fuerza. Sólo después genera un derecho ad hoc, que es, por definición, un derecho de parte en perjuicio de la comunidad o la especie.
Así, una vez que nuestra arrogancia, nos lleva a considerar la propiedad de la tierra, nos induce a pensar que todo es susceptible de ser poseído sin más límite que el de la fuerza disponible. Naturalmente, es un pobre concepto del ser humano, que queda reducido a su aspecto más zoológico y darwiniano.
La mentalidad generada presupone que no somos una especie de forma apriorística, sino una suma de individuos en un perpetuo safari, dónde la víctima es otro ser humano. Es una auténtica aberración del pensamiento que hace inexplicable que hayamos desintegrado el átomo o incluso que conozcamos el arte de la metalurgia.
En cuanto al derecho, otro apartado de lo que tendría que ser el gran debate, tendríamos que considerar ilegítima cualquier formulación jurídica que prime lo particular sobre lo común. La propiedad privada tendría que ser considerada como anecdótica, dentro de un derecho de lo público como categórico. Los argumentos en sentido contrario, no dejan de ser falaces, y sobretodo, inmorales. Constituyen los sistemas legales, el reglamento del enorme casino en que hemos convertido el planeta.
Sobre el papel jugado por las principales religiones, es de notar que ninguna de ellas pone en tela de juicio la propiedad privada. Antes al contrario, sanciona positivamente a ésta y complementa las diferentes legalidades y realidades políticas, siempre y cuando respeten lo privado como cúspide del ordenamiento. ¿Qué es la monarquía, sino la privatización absoluta del poder?. Rex Dei Gratia
Acabado este punto introductorio absolutamente necesario, tendríamos que pararnos a pensar qué es exactamente el ecologismo actual.
Podemos ver que es una idea nacida de la cultura occidental. La misma que ha provocado el desastre. I que, más allá de ciertas medidas más bien cosméticas, no trata ni tiene tal intención, las causas profundas que han generado el actual estado de cosas. Este ecologismo, el absolutamente mayoritario, sigue fiando las soluciones a un cambio individual de mentalidad, lo que no deja de ser un interesante rebrote del tardo-hipismo. Ni modificación profunda del derecho, ni cuestionamiento del concepto de propiedad. Además, dentro de la mejor tradición occidental, aspiramos con una determinación inquebrantable, a exportar tal concepto de ecologismo al Tercer Mundo, como ya antes les exportamos las naciones-estado, la democracia liberal a cañonazos, y los derechos humanos, que solamente valen cuando nosotros lo decidimos.
Pero el Sur Global, que no ha participado en la creación del enorme vertedero llamado planeta tierra, desconfía de la idea. Tienen otra que a nosotros no nos gusta: condonación de la deuda externa, transferencia solidaria de tecnología, y acceso a los mecanismos que regulan los precios. A lo mejor es una vía ecológicamente más interesante que los créditos impagables del FMI o el Banco Mundial, que piden a cambio, sistemáticamente, la privatización del agua o de los recursos naturales necesarios para la vida.
La batalla, ya en marcha, es también una batalla por la ecología, entre los productores de bienes tangibles y los detentadores de la moneda, las acciones o los mercados de futuros. Se abre paso una idea en el Sur Global: el agua se bebe, la comida es necesaria, y los metales se funden. Prueben ustedes a comerse una ensalada de billetes o unas acciones hechas al horno. El Sur Global también quiere ecología, pero no la nuestra, en la que sospechan que les volverá a tocar el papel de esclavos-clientes.
Pero no todo son malas noticias. Al margen de los ecologistas imperantes, esos que usan ropa reciclada, y después queman toneladas de queroseno en ir de vacaciones al Caribe o llenan la piscina de su segunda residencia, hay un sector, aunque muy minoritario, que ha pronunciado la palabra maldita: Decrecimiento.
El decrecimiento, podríamos decir que se hace una serie de preguntas o se plantea unas cuestiones interesantes: ¿Qué necesita el ser humano para sobrevivir?. Distingue después entre necesitar o desear, y supedita la continuidad de la especie a la primera.
La respuesta no deja de ser sorprendente, ya que nos recuerda algo olvidado. Lo que el ser humano necesita para sobrevivir es agua, comida, aire, refugio, y en su caso, vestido. Ya que estos elementos son indispensables, no deberían ser, en ningún caso, objeto de comercio, propiedad privada o especulación. Y no es así.
Hablan los partidarios del decrecimiento, del cese de toda actividad superflua, por muy rentable que sea. Por ejemplo el turismo masivo. También contempla el control y disminución de la población mundial hasta el punto de la sostenibilidad, o el intercambio directo de productos necesarios sin la influencia corruptora de la moneda. Sus apreciaciones son globales porque el problema es global. Y sus estimaciones parecen tremendistas porque el asunto es tremendo: no tenemos un mundo B.
Pero lo que asusta a Occidente y al ecologismo oficialista, es que todo esto supone, por defecto, economías planificadas y centralizadas, y sistemas sociales y políticos en los cuales el individuo quedaría supeditado al interés general, que no será otro que la viabilidad futura de la especie. Aunque parezca aterrador, su lógica es aplastante. En cambio, otras opciones del ecologismo oficialista, como la colaboración público-privada, no se sabe con vistas a qué, son tan risibles como la colaboración entre el león y la gacela para organizar una cena.
Por lo tanto, y a decir de los científicos con un abrumador consenso, nos quedamos sin tiempo, la cuestión es si seguirá predominando la estupidez criminal del interés personal, o podremos trascender la etapa animalesca, para entrar en otra consideración de lo que es el ser humano.
Los próximos fósiles podrían ser los de nuestros nietos, y no habrá nadie para estudiarlos.