Con motivo de la exposición «La mirada interrumpida» que se exhibe actualmente en el Archivo Histórico de Euskadi en Bilbao, la Asociación Vasca de Periodistas y el Colegio Vasco de Periodistas hemos querido sumarnos al recuerdo al fotoperiodista Juantxu Rodríguez, que da nombre propio al Premio Fotoperiodismo que otorgamos anualmente. Por ello, reproducimos este escrito sobre el impacto y la importancia de unas imágenes que constituyen memoria histórica y sobre el propio Juantxu, un hombre de principios, comprometido y profesional, y cuya simbiosis conforman el embrión de esta exposición, que se presenta más extensa y con obra inédita del trabajo del fotoperiodista a lo largo de su corta pero productiva carrera profesional, que fue galardonado con dicho Premio en su primera edición, reconocimiento que también forma parte de la muestra.
Han tenido que pasar 30 años para que se diera el salto al saber. Un aprendizaje mutuo,
desvelado a través de las fotografías de Juantxu Rodríguez, que, una vez más, hablan
solas y expresan bastante más de lo que nunca pudimos siquiera imaginar, para lograr
profundizar en el conocimiento de su obra, en el de su persona y en el de todos y cada
uno de cuantos hemos estado inmersos en un proyecto tan emocionante como este de
“La mirada interrumpida”, así como en el de quienes ahora harán una reflexión
después de visitar la exposición y salir con lágrimas de emoción en los ojos.
Él escribió en una de sus libretas: “Mi filosofía de trabajo es mostrar unas imágenes de
tal forma que la gente que las mire se tome un tiempo para pararse a pensar en algunas
cuestiones”.
Entró en Panamá el 19 de diciembre de 1998. Un joven de 32 años lleno de vida, ilusión
y con ansias de seguir mostrando al mundo realidades a través de sus fotografías, todas
de corte social. Dos días más tarde, fue asesinado por tropas estadounidenses en plena
invasión de Panamá y regresó a España en un ataúd sellado, con la bolsa de cámaras
vacía y millones de preguntas sin respuesta. Allí le recordaban como “el fotógrafo de la
invasión”, porque uno de los tres rollos rescatados de la malintencionada censura de los
marines permitió que la fotografía tomada en la morgue del hospital Santo Tomás diera
la vuelta al mundo mostrando nueve cadáveres. No fue, por tanto “una invasión limpia”,
hubo víctimas mortales y la imagen de Juantxu tendido en el suelo y la de estos 9 cuerpos
sin vida más, son pruebas fehacientes de ello.
Han sido 8 intensos días en Panamá de la mano de Juantxu, que regresaba al país con
más que contar que nunca. Durante 30 años hemos tenido esos tres rollos, hemos
mirado una y mil veces los contactos sin poder acercarnos siquiera a imaginar cuánto
logró hacer en un solo día de trabajo. Pero vuelvo con una mochila de historias vividas y
por contar. No me cabe la menor duda de que, una vez más, él ha sido el punto de
inflexión que cambia de nuevo mi vida, como también la de muchas personas que se
han involucrado en el proyecto y de otras que han visto desatarse dentro de su corazón
un variado elenco de sentimientos y de sensaciones que nos hacen mirar hoy de manera
distinta el panorama de nuestra realidad cercana.
En unas horas, Juantxu recorrió los escenarios fundamentales del día 20 de diciembre
de 1989, justo el día de la invasión que tantos panameños están pidiendo que se declare
“Día de Duelo Nacional”. Su ímpetu, su absoluta falta de miedo, su compromiso social y
su profesionalidad se concentraron en un todo dentro de su cámara fotográfica, que
disparaba fotos desde la calidez de su mirada, con respeto y otorgando dignidad hasta
a los muertos, porque el blanco y negro reduce el impacto de la sangre y aumenta el de
las emociones, multiplicándolas por infinito.
Junto a una selección de 26 fotografías extraídas de la exposición homenaje realizada
en Madrid un año después de su asesinato, se presentaron en Panamá tres imágenes
en grande tomadas ese fatídico día, que hoy son un reflejo de máxima actualidad, porque
plasman la realidad de una sociedad confundida aún, perdida en manipulaciones
políticas, que bucea en aguas movedizas entre inmensos dolores y heridas abiertas sin
curar, dividida entre desolación y pasotismo, indolencia y sufrimiento… Hechos verídicos
que Juantxu retrató en distintos puntos de una ciudad recién invadida, repleta de
controles militares y absorta en el caos. Esos tres contactos revelan informaciones hasta
ahora desconocidas para nosotros. Juantxu estuvo en la morgue, muy cerca de la
Embajada de España, pero también en la otra punta de la ciudad, en la zona del Canal,
en la avenida Central, en Calidonia, en la zona del Marriot… ¡Quién sabe dónde más!
Me he quitado de encima el peso de reflexiones que han castigado mi mente estos años,
empezando por la idoneidad de llevar a Panamá esa fotografía demoledora de la morgue,
porque siempre pedí que no se publicara el fotograma de la imagen de Juantxu yaciendo
sin vida en las inmediaciones del hotel Marriot de Panamá. Resulta paradójico, porque a
todas luces encierra una contradicción con la que he lidiado conmigo misma,
especialmente en el proceso de preparación de “La mirada interrumpida”, exposición
presentada por la Embajada de España y el Centro Cultural de España en Panamá
“Casa del soldado”.
En la inauguración, mis miedos se volaron. La esposa de una de las víctimas que
aparecen en esa trágica fotografía, después de contemplarla con el alma dada la vuelta,
se giró hacia el retrato de Juantxu, acarició su bolsa como si de su cara se tratara y se
paró frente a él. “Gracias, siempre gracias porque me diste la prueba para luchar por
él”. Éste es otro de sus legados, el que reconstruye la memoria histórica de Panamá y
cumple su deseo de que se detengan a plantearse y sopesar algunas cuestiones hasta
ahora tapadas con tupidos velos. Esa foto que tanto me cuestioné, tiene sentido,
información y contenido, pero, sobre todo, tiene dignidad. Sin saberlo, tuve que ver esa
misma foto con Juantxu, fría, grotesca y de inmensa soledad.
Por eso me quedo con su mirada profunda, que persigue por toda la sala sin dejarse a
nadie fuera de foco. Me quedo con que tendrá justicia y con que esa sonrisa alimenta la
esperanza de que toda lucha vale la pena y que su muerte no fue en vano. Su legado va
mucho más allá de su obra, que le revela como un artista de inconmensurable talento,
tenaz, audaz, carismático y siempre visionario. Su legado se mide en las sonrisas que
despierta, en la memoria de su persona, en los mensajes que transmiten sus fotografías
y en puños apretados de rabia que se preguntan hasta dónde hubiera llegado. También
en medidas políticas que palían riesgos para compañeros que sí son fotógrafos de
guerra, en esperanzas, en la conversión de estereotipos y, sobre todo, en empatía con
su familia y su sufrimiento, que se engalana de agradecimientos y de sinceros abrazos
repletos de sentimientos y reflexiones.
Me llevo en el corazón a un equipo entregado, convencido de la diferencia entre
Derechos Humanos y política. Paula, Mirielle, Arielca, Joanis, Jorge, Rei, Natalie…
¡Enrique Castro Díaz, tan comprometido siempre! También a los luchadores por la
defensa de los Derechos Humanos de las víctimas de la invasión, incluido Juantxu.
Amigos y amigas que se han hecho un hueco en mi vida a golpe de verdad y reflexiones,
de lágrimas y de risas, de experiencias compartidas y de comprensión, cariño y buen
hacer. Porque a todos les dije que Juantxu teje redes, que unen y proyectan a futuro
nuevas formas de expresión que, a través de su arte, cumplen su deseo de que las
personas que contemplan sus fotografías piensen y recapaciten.
Ocho días de testimonios que reconstruyen, treinta años después, la verdad de Juantxu
en Panamá, a quien nadie olvidó porque por donde pasa, deja huella impresa en la piel.
Memoria viva de quien merece ser reconocido como artista, como un gran hombre que
sirvió sólo a su propio corazón, desde donde derrochó valores heredados de unos
padres que estos días han estado tan presentes como sus hermanos junto a mí.
Que no, que Juantxu no era un “fotógrafo de guerra”, ni “murió en un conflicto”. Juantxu
Rodríguez fue asesinado por un marine estadounidense en la invasión unilateral de
Panamá, tan indefenso como la población que vio bombardear impunemente. Esa bala
maldita que penetró su ojo mientras fotografiaba no nos robó la capacidad de reflexión
y de lucha. Tampoco su memoria, que ahora se viste de gala, porque la sala de
exposiciones del Centro Cultural de España en Panamá desde ahora se llama “Sala
Juantxu Rodríguez”.
Inolvidable cada minuto en Panamá. Inolvidables Víctor, Donna, Pilar, Jonathan, Sol,
Francia, Gilma, Yolanda, Luisa, Gabriel, Esther, Nicanor y Enrique, su “Diciembres” y sus
puntos suspensivos… Inolvidable que todo haya sido posible gracias a la Embajada de
España. Inolvidable cada persona conocida, cada charla compartida, cada lágrima
derramada en los momentos duros y cada palabra dicha en nombre de su familia y como
representante de la obra de Juantxu, a quien ya no me sale llamar fotoperiodista solo,
sino que debo añadir artista, porque lo es.
Porque es de esa clase de arte que puede cambiar el mundo, del que logra que las
personas piensen, razonen, recapaciten y, como Juantxu quería, se cuestionen algunas
cosas. Que me quedo con las palabras de una gran amiga, que decía: “Me he dado
cuenta de que no he hecho nunca nada por mi país, por mi gente, porque nunca supe
en realidad qué pasó aquí… Y ahora quiero aportar y ayudar”.
Y es que quizá no lo sepan, pero el arte callejero de la sociedad civil en Panamá transmite
más denuncia, más dolor y más impotencia que cualquier palabra, pero también arroja
verdad y exige justicia, reparación y el fin de la impunidad. Eso es lo grande, que en ese
arte muralista que grita en la calle también está y estará Juantxu con su cámara.
El arte logra que el olvido no invada lo que queda de una Panamá herida, que grita justicia
como la gritamos nosotros por Juantxu. Y el arte de Juantxu Rodríguez consigue que
nunca olvidemos, como reza la placa del parque donde hemos plantado el árbol del
“Esteban Huerto” en su memoria, que “Ante todo, somos personas”.
Gracias, amigos, por tanta verdad.
Firma: Elisa Pavón – Representante de la obra de Juantxu Rodríguez y portavoz de su familia