Una sonrisa, la mejor arma frente a las balas
Por Arantxa Alegría
A las 4 de la madrugada del 24 de Febrero de este 2022, Rusia, o lo que es lo mismo, Vladimir Putin, invadió Ucrania para, según el Presidente de Rusia, proteger a la población ucraniana de los abusos a los que le somete el Gobierno ucraniano. A pesar de las peticiones y ruegos de la Comunidad Internacional, incluso bloqueos económicos, para que se detenga esta masacre que, -en palabras del mismísimo Presidente de los Estados Unidos, Joe Biden-, es un genocidio ya que la guerra persigue el exterminio de la población, hoy, 24 de Julio, justo cinco meses después, escribo estas líneas para denunciar no sólo la continuidad del conflicto sin que nada ni nadie lo detenga, sino la incertidumbre por el devenir y el porvenir de sus inocentes habitantes. Me detendré en una familia que ocupa, (gracias a la generosidad de su dueña, a la autorización del Ayuntamiento y a la ayuda institucional), los bajos de mi vivienda en una localidad de Bizkaia. Lo que hasta el 24 de Febrero era un divertido txoko de reunión, de guisos y risas entre amigos, es desde hace cinco meses vivienda habitual, -quizá provisional, quién sabe si temporal o de larga duración-, de varias familias del Este de Ucrania que llegaron sin hacer ruido, con semblantes asustados y que todavía hoy siguen agazapados como si temieran que fueran a caer bombas desde el cielo vasco que les acoge. Niños, padres, tíos y abuelos componen el nutrido grupo de «nuevos vecinos», de comportamiento ejemplar, y cuyas caras han variado desde el susto y el silencio iniciales, a la tristeza y a la resignación actuales. Yo, todavía, no he escuchado el llanto del más pequeño, lógico dada su corta edad, de poco más de un año, ni las voces de sus dos hermanos, frecuentes en niños de unos 4 y 8 años, respectivamente. El otro día, al atardecer, al asomarme al balcón para respirar un poco de aire en plena tercera ola de calor, vi que el bebé daba sus primeros pasitos ayudado por su madre. Ucrania le vio nacer pero Bizkaia le ve andar, el camino que le llevará a la felicidad: a él, a sus dos hermanitos y a toda su familia. La señora de más edad sale cada día a reciclar las bolsitas de basura y, a falta de entender nuestro idioma, mira con detenimiento todos los dibujos de cada uno de los contenedores para no fallar en el reciclado. Cuando nos cruzamos, le sonrío y le digo ‘Hola’, «Kaixo», y me acerco la mano al corazón para que entienda que son bienvenidos y estamos para ayudarles en lo que necesiten. Ella me devuelve la sonrisa con la mirada y me dedica un «Hi» apenas perceptible pero que nos reconforta a las dos. Los niños mayores juegan al balón, en la plaza contigua a su lonja-txoko convertida en vivienda, con otros niños de la localidad, que les hablan en un inglés aceptable pero que por señas se entienden mejor. Supongo que a pesar de la buena acogida que les brindamos estarán deseosos de volver a su país, ver cómo han quedado sus casas, poder retomar sus trabajos, seguir sus estudios, saber de familiares y amigos que dejaron atrás …en definitiva, recuperar sus vidas de antes del 24 de Febrero. Si tuvieran que permanecer más tiempo entre nosotros por la cerrazón del «dictador ruso», -es el calificativo que también le dedicó el Presidente Biden a Putin-, que sepan que no hace falta conocer su idioma para acompañarles con una sonrisa cada vez que saquen la basura, cuando salgan a pasear, a hacer la compra para 8 personas, a llevar a los 3 niños a la escuela o a ayudar al bebé a dar sus primeros pasitos en un suelo amigo, libre y seguro. ¡Vinieron con chubasqueros para protegerse del frío invierno ucraniano y en Euskadi les damos calor…y sonrisas!. A.A.