Por Magis Iglesias
Era un domingo frío de marzo del que acaban de cumplirse ahora 20 años. Lejos de disfrutar la jornada de descanso como el resto de los mortales, los periodistas que cubríamos los viajes y las cumbres internacionales del presidente del Gobierno estábamos pendientes de una llamada, con la maleta preparada para salir hacia Torrejón. El secretario de Estado y Portavoz del Gobierno, Alfredo Timermans, fue el encargado de la ronda de llamadas y nos comunicó la hora prevista de partida del avión presidencial. Ya en el aparato, nos informó de la cita a la que acudiríamos, en mitad del océano, en una base militar norteamericana en la isla Terceira, la menos visitada del archipiélago portugués de las Azores.
Estábamos prevenidos porque llevábamos meses siguiendo los pasos de José María Aznar en el acercamiento de posiciones con el presidente George Bush, tanto en España -La Moncloa y los Montes de Toledo- como en Estados Unidos -en el rancho de Crawford o la Casa Blanca-, toda una escenificación de alianzas envuelta en la retórica de la guerra contra el terrorismo y la señalización de Sadam Husein como el enemigo a abatir. El día anterior, ya se había filtrado el lugar del encuentro entre ambos dirigentes y el primer ministro británico, Tony Blair, alineado con la misma estrategia de ofensiva diplomática y geopolítica contra Irak, país al que se acusaba de poseer armas nucleares y químicas.
La ONU no les acompañaba en la pantomima y no sólo porque Rusia y China vetaran cualquier declaración de guerra contra el país asiático sino porque Francia y Alemania exigían pruebas fehacientes de la veracidad de las acusaciones de los norteamericanos sin que los inspectores Hans Blix y Mohamed el Baradí pudieran ofrecerlas. “No se puede afirmar que tengan esas armas -dijeron-, pero tampoco descartarlo”. Sin embargo, los líderes de los tres países se dieron cita en un punto geográfico más o menos equidistante de sus respectivas capitales para representar la escena en la que el trío se constituía en coalición bélica, bajo los buenos oficios del anfitrión y gobernante de Portugal, el primer ministro José Manuel Durao Barroso, perteneciente a la misma familia política que le presidente español, dentro del Partido Popular Europeo.
En poco más de seis horas, estábamos aterrizando en la pista de la Base de Lajes en medio de un cielo gris. Hacía frío y el día era lluvioso; caían gotas minúsculas, como las que en Galicia llamamos “poalla”, lo que incrementaba el ya de por sí ambiente húmedo del pequeño islote. A los periodistas nos acomodaron en un hangar militar gélido, en el que habían instalado unos tableros a modo de mesas corridas, con sillas plegables, donde enseguida nos repartimos como pajarillos que se posan en los cables eléctricos. Obviamente, aquella redacción improvisada había sido montaba por estadounidenses, gente con tallas mucho mayores que las españolas, de modo que tuve que colocar mi maletín sobre la silla para poder llegar al teclado de mi ordenador portátil. Nos repartieron la declaración política de los confabulados y empezamos a preparar las crónicas. Apenas tuvimos tiempo de hacerlo porque enseguida vinieron a buscarnos.
Nos llevaron a una sala considerablemente grande como para que pudiéramos sentarnos todos los periodistas enviados especiales de los cuatro mandatarios presentes: portugueses, británicos, norteamericanos y españoles. Se nos informó que de cada grupo sólo podría intervenir un representante y formular una única pregunta. En sus intervenciones iniciales, los mandatarios reiteraron los mensajes que ya habían sido adelantados por la Casa Blanca: el tiempo “is over”, está agotándose la vía diplomática para que Sadam Husein se avenga a razones y destruya las armas que posee, ha llegado el momento de la verdad y éste es el esfuerzo del último minuto… Frases muy retóricas y eufemísticas, sin concretar realmente nada, aunque el tono era claramente amenazante y resultaba obvio deducir una implícita declaración de guerra por parte de los allí convocados que, sin más contemplaciones, se situaban fuera de la legalidad internacional al actuar al margen de Naciones Unidas.
Mis compañeros decidieron que sería yo la que hablaría en nombre de la prensa española y fui la última en intervenir. Ni mis colegas portugueses, británicos o americanos consiguieron el titular que todos y todas perseguíamos: el pronunciamiento explícito de la amenaza de invasión de Irak. Ése era también mi objetivo y formulé una pregunta con esa intención para obtener el titular de boca de los convocantes y así evitar toda interpretación personal en la transmisión de la noticia. Como cabía esperar, la pericia en el manejo de ambigüedades y el arte del disimulo por parte de los líderes políticos interpelados era muy superior a la mía como interrogadora y me quedé sin la respuesta perseguida.
Pero, como periodista española, tenía una segunda ambición puesto que nadie sabía en España hasta qué punto estaría implicado nuestro ejército en la intervención bélica comandada por EEUU. Sabía que estaba desobedeciendo las normas de la rueda de prensa, fijadas a su inicio por Durao Barroso, pero tenía muy claro que no me podía marchar de las Azores sin formular la cuestión obligada al presidente del Gobierno. “Al señor Aznar quisiera preguntar…”, comencé a decir pero George Bush me interrumpió para llamarme al orden y advertirme: “Only one cuestión”. En aquel momento, recuerdo que pensé: puedes callarte y sentarte, lo que supondrá incumplir con la obligación que tienes como periodista para con la sociedad española, o puedes continuar en rebeldía y formular tu pregunta porque para eso has pasado el domingo en un avión en lugar de disfrutar de tus hijos, tranquilamente, en tu casa. En cuestión de segundos, resolví que optaría por la segunda opción porque ¿qué podría hacerme el presidente de los Estados Unidos? ¿matarme? ¿encarcelarme? Pues como eso no iba a ocurrir, le sostuve la mirada sonriente y pregunté a Aznar qué implicación tendría España en la operación. Tampoco me respondió pero sí nos dijo que celebraría una reunión con el Gobierno, a su regreso a Madrid, para tomar una decisión al respecto.
Cuando veo el vértigo que sienten ahora las jóvenes generaciones de periodistas cuando deben formular preguntas a los políticos en las ruedas de prensa, siempre les digo que ésa es una misión primordial de todo profesional a la que no podemos renunciar. Como profesora, acostumbro a exigir a mis alumnos que pregunten durante las clases, como requisito mínimo para poder alcanzar el aprobado. Preparar, elegir el tema y conformar un buen interrogatorio es también una habilidad imprescindible en esta profesión y mucho más si se ejerce el periodismo político. Si renunciamos a buscar la mejor información que da respuesta al interés general, estaremos haciendo propaganda y pervirtiendo la labor que nos corresponde desempeñar en toda sociedad democrática. Si tenemos el “privilegio”- entre comillas- de llegar a lugares prohibidos para el resto de la ciudadanía y se nos permite el acceso a las más altas instancias es para trabajar en beneficio del bien común conformando una información veraz a la que servimos. Eso hicimos en las Azores: ser testigos de un acontecimiento realmente triste de nuestra historia cuando el trío de mandatarios convocó a la prensa antes de ponerse en pie de guerra.
El resto es historia ya contada; las hostilidades dieron comienzo apenas cuatro días después – el 19 de marzo a las 22,16H, horario de Washington- y la intervención militar se saldó, como todas las guerras, con dolor y muerte, sin que se pudiera demostrar nunca que Irak disponía de las armas que se le atribuían como excusa para una acción bélica que podría haberse ahorrado. Según el proyecto The Costs of War del Instituto Watson de la Universidad Brown (EEUU), la guerra provocó casi un millón de muertos que fueron, en su mayoría, civiles, entre los que se encontraban 680 periodistas. Los españoles perdimos 14 militares y dos colegas periodistas: el corresponsal de El Mundo, Julio Anguita Parrado, y el cámara de Telecinco, José Couso, con quien compartí aventuras y viajes a través del mundo. Ambos perdieron la vida en el ejercicio de una profesión que debiera ser valorada socialmente y honrada por quienes la eligen como una forma de vivir sin olvidar las obligaciones y renuncias que implica.
Dos décadas después de aquella rueda de prensa, nos hemos enterado de que la excusa que arguyó la “coalición” de las Azores sólo fue una mentira más que nos contaron porque Sadam Husein no tenía armas de destrucción masiva. Tampoco tanto dolor y muerte sirvieron para instaurar la democracia en Irak ni derrotar al terrorismo que, apenas unos meses después, golpeó con toda su maléfica crueldad a los españoles con el malhadado atentado del 11M en Atocha (Madrid). Hoy también sabemos que los millones de españoles -más de tres sólo en Madrid- que salimos a las calles para decir “No a la guerra” en 2003 teníamos razón. Y no tengo duda alguna de que ahora también acertamos cuando seguimos condenándola, sea quien sea el protagonista de la iniciativa bélica.