Acabo de regresar de Londres, y son muchas las impresiones, sensaciones y emociones, que traigo en una maleta a rebosar. La ropa sucia ocupa muchísimo menos, que las fotografías en la memoria de mi móvil y el cúmulo de palabras que se agolpan, para quedar impresas en esta reflexión.
Lo he visto precioso. Ordenado, limpio, sostenible. Multicultural y respetuoso. Ahora bien, caro carísimo, porque con una libra sacando la cabeza por encima del euro con solvencia, cualquier cosa que quieras hacer, exceptuando la visita a magníficos museos gratuitos, te supone un potosí.
Pero tratando de ser justa y objetiva, misión harto difícil pues estas líneas nacen de la opinión, que en su esencia es eminentemente subjetiva, he de decir, que una vez aterrizada en Bilbao, creo que poco ha cambiado mi escenario, a no ser por lo jibarizado del tamaño.
Elegantes edificios y comercios, calles humanizadas, maridaje entre turismo y habitantes, aprecio por la cultura… una civilización que ha conseguido solvencia, dicho esto, sin autocomplacencia y en entrecomillado, pues son todavía muchos los flecos sueltos y grandes los picos a escalar como sociedad.
Mi mayor brecha la he encontrado en los pulmones. La forma de respirar de ambas ciudades y sus pobladores. Porque en Londres, pueden ensancharlos en parques y con árboles por doquier y hasta reventar. Una ciudad pintada de hoja y de verde, mientras que, sin embargo percibo a mi querido Botxo, un tanto resfriado. Y no debido a la humedad, sino a la preponderancia de los grisáceos e inertes asfalto y cemento, en detrimento de la vida.
Supongo que un árbol no da dinero como el ladrillo, y tampoco deja expeditos lugares para multitudinarios y rimbombantes eventos. Pero hay otros sistemas que miden riqueza y disfrute, y habrían de ser tenidos en cuenta, en el desarrollo de ciudades y núcleos poblacionales.
El paseo a través de un frondoso bosque, la contemplación de un lago con cisnes, el perfume de un batallón de tilos en primavera…, también significan progreso para nuestras ciudades, porque suponen bienestar para sus habitantes.
No los descuidemos, restándoles importancia, descolgándolos de las agendas de gobierno. Somos seres vivos y necesitamos vestirnos de libertad y naturaleza. No podremos mantener el equilibrio ni individual ni de conjunto, si acotamos, restringimos, acorralamos, estos espacios tan necesarios para nuestra supervivencia.
Y me convierto en pedigüeña: pido más árboles, más árboles para nuestro pequeño gran Bilbao.
Cristina Maruri