Por Juan Carlos Pérez Álvarez.
Érase una vez cuando los principios en política eran relevantes. El programa se hacía para ser leído y la gente lo leía en la confianza de que era el manual de instrucciones que ese grupo político seguiría, tanto si le tocaba estar en gobierno como si lo iba a ser haciendo parte de la leal oposición parlamentaria. En la institución que fuere. Ese tiempo en el que se tendía a no tener las intervenciones, réplicas y dúplicas ya escritas antes de los debates, y por supuesto, sin atender al hecho de coger cortes y zascas para shorts en redes sociales. Si bien es cierto que ese pasado onírico e idílico nunca fue así, si hay elementos de esto que antes sucedían y ahora parece que se han abandonado, como por ejemplo, sin ir más lejos, la necesidad de unos presupuestos en tiempo y forma. Lo cual es una costumbre adquirida, porque hemos dado por hecho que la duración del mismo sea un año y se ajuste a la anualidad natural, a comenzar el 1 de enero. Pocos reparan que, además, hay tres presupuestos abiertos. Aquél que está en liquidación, el del anterior ejercicio, el que está en ejecución, el del presente, y aquél que ha de prepararse, para el próximo, el que ha de venir. Y es la piedra fundamental de la política práctica, más allá del documento de gobierno y la propia investidura del jefe del mismo, son elementos de llevar las ideas a hechos, que la gente comprenda, en acciones. Un para qué se está en política.
Cuando se practica la dinámica de partidos y la institucional, se supone que había una línea divisoria entre las prácticas de partido y las de los ejecutivos, en la presunción de que estos últimos no debían seguir líneas exclusivamente de partidos, dado que, más allá del hecho de que esos parlamentos surgen de la voluntad popular, y de estos se elige al jefe del gobierno, que luego compone con los miembros de su elección, en teoría los gobiernos de partido y con grandes lineamientos partidistas eran mal vistos. Y las formas eran tan importantes como el fondo. Un gobierno y un presidente o primer ministro que pensara, si bien no en absolutamente todos, si en grandes mayorías y necesidades del conjunto, actuando en consecuencia. Y para ello es imprescindible ser honesto y transparente desde el primer día y en los sucesivos, incluyendo los de duda y zozobra, asumiendo que la oposición está ahí, y más allá, la ciudadanía. Otra cosa es pensar si el poder está en la política institucional o la representatividad social de los partidos con cargos electos se circunscribe a aquellos que votan y que la masa abstecionista no se siente reflejada en aquellos. Pero más allá de estos asuntos, cuando uno participa de la política partidista lo hace en base a unos principios, unas ideas, un proyecto, que en cada institución, en cada anualidad, se desmenuza en asuntos más concretos, como prendas que cuelgan de perchas y estas a su vez están en armarios con visión del mañana, de futuro, de hacia adonde se quiere llevar a la sociedad, al gobierno y al estado, algo con vista a los siguientes 20, 30 o 50 años. Una línea del horizonte, tal vez inalcanzable, pero que quede claro para todo el mundo el hacia adonde se quiere caminar, para que cada persona pueda elegir cual compañía elegir, si es que se quiere, en una sociedad de ciudadanos libres, condición sinequanon para una patria en libertad.
Si se tiene claro el para qué, en ese caso será imprescindible no sólo estar sino servir. No sólo ocupar las instituciones desde mayorías más o menos estables, en solitario o en acompañamiento, sino que se querrá cabalgar la ola y no sólo dejarse llevar por la inercia. Más si cabe si se debe negociar, pero esto siempre ha de hacerse. ¿Porqué? Porque incluso en gobiernos monocolores con mayorías sólidas, se depende de otras instituciones, de rango superior o inferior, y aún en el caso de que todas ellas estén en manos del mismo partido, las propias dinámicas de cada institución deberán obligar a pactar, ergo lo ideal es adelantarse a los acontecimientos, hacer uso de la palabra dada, y cumplirla, y hacer viable el hecho de que nunca es posible sacar el máximo, y las dinámicas de máximos llevan a conflictos tal vez irresolubles, en la idea de que se puede hacer política y cumplimiento de los programas tanto en gobierno como en oposición, sobre todo en dinámicas parlamentarias, habiendo ejemplos de lo bueno y de lo que no hay que hacer si uno tiene en alguna consideración aquellos que depositaron su confianza en forma de voto. Y saber que la política partidista institucional, en democracias, es una energía renovable. Por ello hay que procurar transparencia, saber quien es el que merece la confianza: la ciudadanía, sabiendo que no se va a convencer a todos todo el tiempo y a la vez, pero que eso no lleve a recogimiento y tonsura, sino a explicar lo que hay, y seguir adelante. Y con proyecto, ideas y personas. Con presupuestos en tiempo y forma. Porque son el espejo de lo que se quiere hacer. O así debiera de ser. Cualquier cosa que se desvíe de esto es ir trampeando, ir a salto de mata, estar por estar, y eso es, al final, pérdida competitiva del conjunto y agua estancada que requiere renovación de materiales. Y allá cada cual con su conciencia, porque, una cosa es la lógica partidista y otra la que las instituciones requieren. Cada cual sabrá a cual ha de atenerse. Y algunos, para eso, inventaron la bicefalia para clarificar. Que lástima que sólo haya uno, su inventor, que lo haya entendido tal y como corresponde.
Conturbatus animus non est aptus ad exequendum munun suum. Indocti discant, et ament meminisse periti. Sapere aude. Amen.