Por Elisa Pavón, periodista y representante de la familia Rodríguez Moreno.
Vaya por delante nuestra más sincera enhorabuena a todos los premiados.
Es un honor estar aquí para entregar el Premio Fotoperiodismo Juantxu Rodríguez a Mariví Ibarrola, un merecido homenaje a una vida de trabajo en una profesión, digamos compleja y, a veces, efímera.
Hoy en día, con tanta tecnología en los móviles, cualquiera puede ser fotógrafo y llegar a copar las portadas de los medios con una imagen obtenida por estar en el momento justo en el lugar adecuado, tener reflejos y una buena lente en el teléfono.
Pero hay un tipo de fotografía que sólo está al alcance de los reporteros gráficos de raza. Y son aquellos capaces de comunicar, transmitir y representar acontecimientos a través de su cámara, desde la emoción y en el lenguaje universal de los sentimientos, que nos hacen empatizar con una situación, disfrutar de su estética y valorar a ese ojo humano con nombre propio que cuenta historias en fotografías. Ellos son autores.
¡Qué gran palabra y qué poco se les tiene en cuenta!
Muchos confunden el fotoperiodismo con la fotografía periodística, pero no son lo mismo, ni mucho menos. La fotografía periodística nos cuenta noticias y, por tanto, debe ser objetiva, capaz de explicar en sí misma lo que está sucediendo y, por supuesto, cuidar la parte estética y la técnica.
El fotoperiodismo cuenta historias completas a través de una serie de imágenes sobre un mismo tema con diferentes instantes. Trabajos que perduran y que, con el paso del tiempo, constituyen Memoria Histórica, como el de Mariví Ibarrola, que fotografió una etapa de Madrid en otra época…
En la de la fotografía analógica, en blanco y negro, que requería de técnica, precisión y de un aparataje hoy desaparecido como el fotómetro, el flash, los motores de la cámara, los objetivos, las pilas… La época de cargar aquella bolsa de doscientos kilos en el hombro y llevar su creatividad, su técnica y el arte de contar la vida como equipaje.
Encuadra, enfoca, ilumina y dispara. Así entró en el olimpo de esos pocos fotoperiodistas cuya obra, cuatro décadas después, refleja a la perfección aquél loco Madrid de cambios y de libertad.
Mariví, muchas gracias por disparar en los ochenta y por dedicarte a este arte maravilloso que es la fotografía que habla, que transmite, que transporta al pasado y lo presenta a las nuevas generaciones para que sepan de dónde venimos y cuánto costó llegar.
¡Enhorabuena!