Por Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente
La primera ministra de Nueva Zelanda, la laborista Jacinda Ardern, anunció el jueves 19 de enero inesperadamente que dejará el cargo en febrero. Vino a decir: “Soy humana, los políticos somos humanos. Lo damos todo, todo el tiempo que podemos. Y entonces llega la hora. Para mí, ha llegado la hora.” Con estas palabras ha justificado Jacinda Ardern, de 42 años, su decisión de dejar el cargo de primera ministra de Nueva Zelanda, nueve meses antes de las elecciones generales.
La primera ministra afirmó en rueda de prensa que no tiene planes una vez abandone el puesto y que aprovechará para pasar más tiempo con su familia, mientras piensa en cómo continuar «ayudando a Nueva Zelanda». También señaló que ella no ha elegido sucesor, y en los próximos días habrá una votación en el seno de su partido para elegir candidato, de cara a las elecciones que se celebrarán en Nueva Zelanda el próximo 14 de octubre.
La primera vez que oí hablar de la laborista Jacinda Ardern, es cuando presentó los denominados “presupuestos del bienestar”. Con ellos, el ejecutivo de Jacinda Ardern anteponía a cualquier otro objetivo de crecimiento el de aumentar el bienestar de las personas, multiplicando las inversiones en gasto social y protección del medio ambiente. Unas cuentas que, por primera vez, ponían el foco en intentar atajar los problemas más acuciantes de sus casi cinco millones de habitantes.
Cuando leí que dimite, sentí una gran pena por el papel tan extraordinario que ha jugado en la primera línea de la política de su país, aunque sus razones son de mucho peso. Bajo su mandato, Nueva Zelanda se convirtió en el primer país que aprobó unos presupuestos donde la prioridad es el bienestar de sus ciudadanas y ciudadanos y no su crecimiento económico. Presupuesto que no se rigen por el PIB y que apuestan por la lucha contra la pobreza infantil, la indigencia, el cambio climático, la violencia machista o la salud mental. De esta manera, Nueva Zelanda abrió la brecha de cara a cambiar el modelo económico para hacerlo más humano y sostenible.
Desde hace algunos años se viene discutiéndose la necesidad de incorporar un nuevo sistema de medición que evalúe de manera más justa la economía de los países. Desde su creación, el Producto Interior Bruto (PIB), fue desarrollado para recoger en una única cifra, la producción económica de los países, con la finalidad de que los Gobiernos la utilizaran para la planificación económica. Siempre fue una medida económica pero nunca un sistema de evaluación de bienestar y, por lo tanto, no tuvo en cuenta cuestiones tan importante como la salud física y mental, la naturaleza, la igualdad, la cultura, y sin fin de cosas más. Hoy, la realidad y los resultados lo han desbordado y un grupo de expertos pide usar otros indicadores, al margen del PIB, para reflejar de forma más precisa el bienestar, el impacto medioambiental y la desigualdad.
Durante estos días he oído muchas cosas sobre su dimisión en distintos medios y en las redes sociales. En mi opinión, tengo que decir: ¡Chapeau! Por su liderazgo en políticas vinculadas al bienestar y al bien común, por su honestidad en admitir que quiere dedicar tiempo a su familia. En síntesis, por ser ejemplo de cuidar y cuidarse.
Uno de los más severos críticos del PIB como indicador para medir el desarrollo de un país es el economista Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía de 2001. En una de sus múltiples conferencias a la hora de hablar del PIB, Joseph Stiglitz señaló que, «puesto que existe una diferencia creciente entre las informaciones transmitidas por los datos agregados del PIB y las que importan realmente para el bienestar de los individuos, ha llegado el momento de que el sistema estadístico que valora la riqueza de los países se centre más en la medición del bienestar de su población que en la medición de la producción económica».
Joseph E. Stiglitz desempeñó labores en la administración del presidente Clinton y en el Banco Mundial, donde estuvo como primer vicepresidente y economista jefe (1997 – 2000), hasta que le forzaron a renunciar al cargo, en un momento en que habían comenzado protestas sin precedentes contra las organizaciones económicas internacionales, siendo la más prominente la realizada en Seattle con motivo de la cumbre de la Organización Mundial del Comercio en 1999.
Pero volviendo a la dimisión de la primera ministra de Nueva Zelanda, tengo que decir que los valores de Jacinda Ardern se pueden resumir en: Liderazgo por el bien común, humildad, honestidad, cuidar y cuidarse. Y, saber cuándo ha llegado la hora de dejar el poder.
Sin duda, creo que Jacinta Ardern es un buen ejemplo a seguir.