Por Julen Rekondo vía Diario Noticias de Navarra
En las guerras actuales y tal como está ocurriendo en Ucrania tras la invasión militar de Rusia, uno de los objetivos militares más importantes está en las fuentes energéticas y su control. Muchos analistas han visto con bastante preocupación esta problemática en días previos a la invasión, que se ha confirmado con el ataque de las tropas rusas el pasado 4 de marzo a la central nuclear de Zaporiyia, que ha desatado todas las alarmas, y ha alertado a la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) sobre el peligro de atacar las centrales nucleares.
Actualmente funcionan 15 reactores nucleares en Ucrania, 13 de un millón de kilovatios de potencia y dos de 440.000, que están distribuidos en cuatro centrales nucleares: Jmelnitski, Rovno, Ucrania del Sur y Zaporozhie –que es la mayor central de Europa y la tercera del mundo– según un informe de la organización ecologista Greenpeace. Desde esta organización se ha condenado enérgicamente los ataques rusos contra Zaporiyia, que han provocado incendios en las inmediaciones de la central nuclear más importante de Ucrania, unos fuegos que fueron extinguidos horas después sin producirse, según la ONU, ningún escape radiactivo.
«Los quince reactores nucleares del país dedicados a la generación eléctrica, entre ellos la planta de Zaporiyia, están en riesgo de sufrir daños potencialmente catastróficos que podrían dejar parte del continente europeo, incluida Rusia, inhabitable durante décadas», asegura han asegurado los ecologistas de Greenpeace.
Un estudio de Greenpeace analizó recientemente el caso concreto de esta central nuclear, que en 2020 produjo el 20 % de la electricidad de Ucrania y en la que hay «seis grandes reactores y seis piscinas de refrigeración con cientos de toneladas de combustible nuclear altamente radiactivo», y conforme a este estudio, la seguridad de Zaporiyia está «gravemente comprometida por la guerra», pues, aunque se considera poco probable que la planta sea un objetivo deliberado «dado que la liberación nuclear podría contaminar gravemente a los países vecinos, incluida Rusia», sí pueden producirse accidentes que dañen no solo el reactor, sino también los sistemas de apoyo de la central. Al respecto, detalla que «incluso sin daños directos a la planta, los reactores dependen en gran medida de la red eléctrica para operar los sistemas de refrigeración, de la disponibilidad de técnicos y personal nucleares y del acceso a equipos pesados y logística».
«En el caso de un bombardeo accidental y ciertamente en caso de un ataque deliberado, las consecuencias podrían ser catastróficas, mucho más allá del impacto del desastre nuclear de Fukushima en 2011», cuyo aniversario se celebra el 11 de marzo, según estos activistas, que piden el fin de la guerra como solución a la «amenaza nuclear sin precedentes» que plantea la invasión militar de Rusia.
«Por primera vez en la historia se está librando una guerra importante en un país con múltiples reactores nucleares y miles de toneladas de combustible gastado altamente radiactivo», señala Jan Vande Putte, coautor del análisis de riesgos de Greenpeace, quien agrega que «la guerra en el sur de Ucrania, alrededor de Zaporiyia, pone a todos los reactores en mayor riesgo de sufrir un accidente grave».
Mucho tiempo atrás queda el discurso, concretamente el 8 de diciembre de 1953, cuando el presidente de los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower pronunció su histórica alocución Átomos para la paz ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, alentando en el mundo al uso pacífico de la energía nuclear.
Pero a lo largo de los años, esta proclama se transformó en la mayor capacidad de dolor, sufrimiento y destrucción con el mínimo esfuerzo (una única bomba), como ocurrió en Hiroshima y Nagasaki en 1945, y a partir de ahí, una serie de países se pusieron a la obra de la fabricación de armas nucleares. Actualmente, según el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI), que fue fundado en 1966, están contabilizadas 14.935 armas nucleares en el mundo, y los países que las detentan son Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Entre todos ellos, hay dos que concentran cerca del 92% de armamento nuclear que existe en el mundo: Rusia y EE.UU.
En 2017 se firmó el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, que supone el único compromiso vinculante de desarme en un tratado multilateral por parte de los Estados poseedores de armas nucleares, que fue aprobado por 122 países, y que entró entra en vigor el 22 de enero de 2021. Pero, tal y como están las cosas, el desarme nuclear sigue un recorrido muy sinuoso.
También se puede calificar de auténtico engaño pensar que el uso de tal energía a través de las centrales nucleares, se podría limitar a la producción de electricidad. Y el control de las centrales nucleares por parte del régimen de Putin es una forma más, muy importante, para utilizarla como forma de doblegar a Ucrania en su guerra de invasión.
Tal y como han afirmado distintos expertos, parece poco probable que Rusia esté dispuesta a sabotear y dañar las centrales nucleares, pero sí a controlarlas, y así dejar sin electricidad a la mayor parte de la población ucraniana, en la medida que la energía nuclear es absolutamente clave en Ucrania.
Sin duda, la problemática de las centrales nucleares y su utilización y control por el ejército ruso, plantea un nuevo escenario terrible, aunque ya se contemplaba hace unos cuantos años, que son los riesgos que tiene la energía nuclear, no solo por accidentes o por los residuos radiactivos para los que todavía no se ha encontrado una solución satisfactoria, y cuyos niveles de radiactividad puede ser detectados miles y miles de años, sino también por lo que tienen de objetivo estratégico en caso de guerra.
*El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente