Tras tres años de negociación y dos semanas de Cumbre del Clima, la COP29 celebrada en Bakú, la capital de Azerbaiyán, pasará a la Historia como otra oportunidad perdida para trasladar al mundo entero esperanza, una imagen de unidad y nuevas ideas para incrementar la sensibilidad y acción ciudadana hacer frente a las incertidumbres climáticas.
La COP29 ha desaprovechado la ocasión de situar los estragos climáticos y la importancia de la comunicación ambiental en el centro de la agenda pública. Más allá de la satisfacción expresada por los representantes de la UE, los expertos en la materia no dudan en calificar esta cumbre, celebrada en el marco de un tenso panorama internacional y con la incierta y preocupante sombra de Trump muy presente, de caótica, escasamente ambiciosa y deslegitimada por las muchas ausencias.
Con la preocupación de decidir cómo y quién va a pagar la factura de la transición ecológica, la COP 29, considerada ya por algunos como la peor liderada de la historia, se cerró ”in extremis” con unos compromisos en financiación insuficientes para que los países vulnerables, los países en desarrollo, puedan hacer frente al cambio climático.
Y es que han sido las finanzas quienes han centrado todas las negociaciones en la cumbre, como si no existieran otras prioridades y retos en un contexto global inundado de desinformación, narrativas erráticas, polarización o nihilismo que tanto daño pueden hacer a la gestión y conciencia ambiental.
En el contexto internacional actual deberían haberse detenido y dejar un mensaje claro y rotundo con respecto a las necesidades del momento. Hay tantos retos que afrontar que la atención climática puede correr peligro y quedarse en algo meramente formal, no real y absolutamente decepcionante.
Los expertos aseguran que el objetivo de la Comunicación científica y ambiental ha de estar orientada hacia un consenso social que inste a la acción. Ir más allá de la mera información y ponernos en marcha…
Comunicar con fiabilidad y honestidad, no desde la angustia o el miedo porque ambas generan fatiga y paralizan; Comunicar apelando a las emociones, a la capacidad de empatizar y sentir lo propio y lo ajeno. Lo propio, aquí y ahora, y lo que ha de venir, que también será propio, por cuanto que afectará a esta gran familia que es la Humanidad.
En los manuales se habla de la necesidad de una comunicación ambiental comprometida, orientada a la acción y la eficacia que utilice los recursos, formatos y posibilidades que nos brinda la IA y las tecnologías actuales.
Una comunicación ambiental rigurosa, contrastada que promueva un pacto intergeneracional para que las emergencias ambientales se gestionen desde el compromiso y la responsabilidad de todo el mundo.
Vivimos tiempos complicados que requieren un consenso social, una lectura crítica y autocrítica, un buen diagnóstico que no genere desesperanza pero tampoco complacencia, autoengaño e inacción; un buen diagnóstico que nos permita ver la forma de salir adelante y reconstruir nuestra vida sin dejar a nadie atrás.
Lo que nos puede salvar y ayudar a vislumbrar soluciones es una comunicación ambiental capaz de combatir el ruido ensordecedor, la “infodemia”, este empacho y borrachera de bulos, mentiras, manipulación, de impune desinformación que impera en la actualidad.
Combatir todas esas sombras con verdades verificadas y contrastadas, con rigor, transparencia y confianza… con más y mejor comunicación para generar sensibilidad e ilusión por hacer lo que está en nuestras manos para cambiar y mejorar la calidad y bienestar de nuestra vida y del planeta, para evitar el caos y recuperar la esperanza.
La Comunicación en general y el Periodismo en particular, tienen la responsabilidad de ejercer esa labor pedagógica que haga más grande y real nuestra sensibilidad y compromiso con la sostenibilidad, el mantenimiento y cuidado de la biodiversidad y el medio ambiente…¿para qué? Para construir con nuestro esfuerzo un futuro esperanzador, para ser hacedores de nuestra propia historia, no meras marionetas, para que el planeta y todos nosotros estemos fuera de peligro.
Hacer bien las cosas, actuar pensando no solo en una misma sino también en los/as demás, es una fuente inagotable de satisfacción y felicidad. Merece la pena actuar así.
Amaia Goikoetxea Marques
Decana del Colegio Vasco de Periodistas
Presidenta de la Asociación Vasca de Periodistas