Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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La hermosa y gran historia de los marineros vascos por el mundo

              La historia del hombre y del mundo debería estudiarse desde el logro de la libertad y la felicidad de los pueblos… Sin embargo, esto seguirá siendo imposible porque las grandes y verdaderas palabras en todos los idiomas de la tierra, las que nos ponen de pie y dan valor a la vida, palabras como las citadas de libertad y felicidad, o las de la tolerancia o el amor, no son algo logrado, sino que están permanentemente pendientes, vivas, activas, y el hombre y las comunidades con las que vive las persiguen sin cesar en su afán de alcanzarlas. Esa es la grandeza de la misma vida y la de los pueblos, su constante actividad y su permanente deseo insatisfecho, y eso es lo que nos hace estar precisamente vivos, activos, ser seres en continuo movimiento; a veces recorriendo un camino luminoso y abierto; y otras, un sendero lleno de obstáculos y dificultades, incluso de obscuridad y de sangre.

          Esta es también la historia de América. Historia que no puede entenderse, desde nuestro punto de vista, sin Europa. Y fue precisamente Europa, en ese su deseo insatisfecho y en su afán de lograr un camino más sencillo y cómodo, la que dificultó, obstaculizó y ensangrentó muchas veces el camino de América… Así es como hay historiadores que contabilizan la sangre de hasta setenta millones de indígenas muertos en los siglos XVI y XVII a manos de espadas o enfermedades extrañas y ajenas a ellos mismos. Siendo esto trágico y lamentable, con la perspectiva de la historia de los siglos y su caminar en el tiempo, más lo es, que con esos nativos se fueran lenguas, escrituras, tradiciones, raíces, trayectorias, particulares concepciones de la vida y de la muerte, horizontes, culturas milenarias y formas de ser… Más trágico es que se fueran con ellos incluso historias enteras de pueblos enteros y capítulos gloriosos, de libertad y de felicidad, caminos y senderos de la Historia de la Humanidad. Y más también es que todos los demás seres de la tierra perdiéramos la guía de otros deseos insatisfechos, de otras perspectivas y orientaciones, de otras libertades, felicidades, verdades, tolerancias y amores tan válidos y tan vivos como los nuestros…

          Ahora bien, para entender todo cuanto ocurrió en América en aquellos siglos de la llegada de nuestros antepasados a sus costas, y de su extensión y dominio por el territorio americano, quizá sería mejor y más claro aún –seguramente más crudo también– entender la Historia del Hombre y del Mundo como una consecuencia del azar y de la necesidad… Otros lo han definido como una sucesiva escalera de consumo en la que unos suben y otros bajan, y la mayoría perece en el intento. Ciertamente, creo que la Historia de América, sobre todo desde la llegada de los navegantes, va ligada al azar, la necesidad y la escalera de consumo, al menos en una primera etapa y desde Europa, aunque esté ligada también al deseo de libertad y de unidad o solidaridad entre pueblos, sobre todo visto desde América.

La pericia de los vascos para navegar y pescar

          Dejándonos llevar por la corriente de la propia Historia en aquellas fechas de finales del siglo XV, uno comienza a deducir ese azar y esa necesidad, la proa y la popa, del navío vasco… El mar, precisamente y pese a su inocencia, va a servir de escenario para la obra. Y el deseo se va a conseguir gracias a quienes se valen del buen hacer y la prosperidad de unos constructores de barcos y la sabiduría o destreza de unos marineros… El continente europeo estaba embelesado entonces por las especies y artículos de lujo procedentes de Extremo Oriente: la China y la India. Pero con la caída de Constantinopla se interrumpe el comercio de aquellos productos… La fuerte demanda de aquel mercado insatisfecho hace pensar en llegar hasta Oriente y abrir a través del mar una nueva vía o puente. Por eso Cristóbal Colón, marinero genovés, presenta su tarjeta de visita con los medios idóneos y los conocimientos contrastados para llegar hasta el Dorado oriental. Probablemente a su curriculum unía la referencia detallada de algún marino más adelantado que él en el arte de navegar o en el de fantasear… Aquella tarjeta profesional convence a los Reyes Católicos y sus súbditos, que acababan de saborear la “expansión imperial” y que gustaban del regalo de nuevas tierras y descubrimientos…

          A partir de esa fecha la Historia va aumentando su corriente en función de las variantes del azar y de la necesidad. Y en ellas juegan un papel importante nuestros antepasados… Colón sabía de la pericia de los vascos en el arte de pescar y navegar y en el de la construcción de barcos y navíos. “La Santa María fue construida probablemente –en opinión del profesor Demetrio Ramos, académico de la Historia– en astilleros vascos, de Guipúzcoa” y en ella y en las otras carabelas navegaron marineros procedentes del País Vasco y Cantabria, hechos y rehechos en las mareas bravas del Golfo de Vizcaya, o persiguiendo a la ballena en ésta y otras aguas…

          Cristóbal Colón, sus carabelas y la partipación vasca

              Las carabelas de Colón se desviaron de su ruta hacia el Oriente deseado, para encontrarse, más bien darse por puro azar, con una isleta llamada Guanahani, el 12 de octubre de 1492, isla bautizada como El Salvador, cuando “debieron haberse encontrado” con una costa de un país que los historiadores japoneses llaman Toyokuni, “país afortunado”, calificado por Marco Polo como “país dorado” (…) Tan claro parece este devaneo del azar que, a decir de los expertos historiadores, Colón fallece catorce años después en Valladolid, el 20 de mayo de 1506, creyendo todavía que había alcanzado costas japonesas… Sin conocer que, en su exploración, había dado con un continente desconocido hasta entonces por los europeos de su época, y al que se le dará el nombre de América fruto de un error al asignar su descubrimiento a Américo Vespucio…

          A finales de aquel siglo XV y comienzos del XVI, la tierra se conformaba en una pura “incógnita”, era aún una realidad irreal en la que predominaba lo desconocido. Su carácter ilimitado producía un fuerte deseo insatisfecho, una preocupación e inseguridad real. Como escribe Ortega y Gasset: “Esta infinitud cualitativa de formas actuaba sobre las mentes, obligándolas a contar con lo más verosímil, con lo extraordinario, de suerte que su actitud respecto a la Tierra tenía la condición de un ángulo abierto hacia lo irrazonable, infinito y portentoso”.

          Además, aquellos primeros viajeros de América seguían un principio fáustico: no quejarse nunca de lo excesivo y “un deseo frenético de escapar a la monotonía, a la cotidianidad de la vida medieval y partir en busca de sorpresas” (…) Pero, al mismo tiempo, Europa estaba dominada por cortes paupérrimas en las que el hambre y la necesidad se extendía entre los pueblos… Europa se rompía en un cataclismo político-guerrero y se extendía el fuego y la destrucción… Abundaban, para contrarrestar la devastación, los sueños de utopías, mitos y fantasmas, con lo que la intolerancia era capaz de hacer borrar o reducir la presencia del otro, sobre todo si éste era más débil en el enfrentamiento. Y esto se hacía aplicando la idea aristotélica, según la cual la conquista y dominación estaban justificadas si eran impuestas por un pueblo más culto…

          El problema radicaba en entender y dictaminar el hecho de ser más o menos culto. Entonces, como ha ocurrido casi a lo largo de toda la historia de la humanidad y de las culturas, se imponía el criterio del que tenía el poderío militar o de la fuerza… Eso les permitía acabar o eliminar cualquier otro vestigio (fuera o no culto) de la etnia y la cultura de otros pueblos que el más fuerte consideraba interesadamente como bárbaro o salvaje.

          Frente a aquella doctrina y práctica se alzaban voces como la del Padre Vitoria (1483–1546) y sus discípulos… Entre ellas la de Melchor Cano (1509–1560), fraile dominico y filósofo, que negaba que la superioridad cultural confiriese ningún derecho de soberanía, y se preguntaba, incluso, si la configuración social de los conquistadores no sería destructiva para los indios, convencido además de que “nuestra industria y nuestra forma de entender la política y la vida no convenían a los antípodas” (… )

              Son voces, en su mayoría de vascos, que sabían percibir la diferencia y los derechos de los pueblos más débiles y respetarla. Pero son voces que se pierden en el desierto de arenas colonizadoras. La afamada civilización occidental oprime, desdeña o destruye, por deducción, las culturas indígenas o las convierte en objeto de museo. Culturas que creían, como la cultura vasca, que la tierra era sagrada porque sagrados son sus hijos que nacen, viven y mueren en ella…

          Con el paso del tiempo, muchos jóvenes abandonaban sus casas para no ser una carga en sus familias e iban en busca de lo necesario a costa de lo que fuera… ¿Dónde mejor que allá donde se hablaba de abundancia, de minas maravillosas, faunas imprevistas, sorpresas constantes y tierras fértiles? ¡América, América! era la solución a la necesidad y el azar de la Europa de entonces. Allí había paz y prosperidad, aunque fuera impuesta por las armas europeas… Había que acudir a la llamada de América; si América respondía. Y a América no le quedó otro remedio que responder. Muchas veces obligada, otras voluntariamente. También fue así para los vascos…

                                                                                             José Manuel Alonso

Nota: CONTINUARÁ