Por Antonio Mijangos **.
Me preguntas cuál es el Dios en el que creo, la razón de mi esperanza y mi solidaridad. Dios es el amigo fiel que me acompaña siempre.
Cada cual tiene su idea de Dios, que será acertada si nos lleva a la realización personal y comunitaria. No entiendo que se pueda creer en Dios y no creer en las personas.
Sé que se puede vivir y ser buena persona sin creer en Dios, pero la fe da un sentido a mi vida más definido, más desinteresado, que me hace vivir en paz conmigo mismo y con los demás. “Mi Dios” no es propiedad de ninguna religión, de ninguna creencia.
Si me preguntas en qué Dios creo, te diré primero en qué dios, con minúscula, no creo:
No creo en un dios Banco internacional, que socorre, reparte y cobra intereses tarde o temprano.
No creo en un dios curandero.
No creo en un dios con un caramelo en la mano derecha y un látigo en la izquierda premiando o castigando.
No creo en un dios administrador al que debo rendir cuentas.
No creo en un dios policía que controla mi conciencia.
No creo en un dios que soluciona mis problemas, sino en un Dios que me ayuda a solucionarlos.
Dios es el amigo fiel que me acompaña siempre, unas veces animando, otras corrigiendo, otras sufriendo conmigo y muchísimas veces aguantándome.
Creo en el Dios del portal de Belén, humilde, necesitado. Sí, pienso que Dios me necesita, que nos necesita a todos. Puso la primera piedra en la creación y necesita de todos para terminarla.
Quiere instaurar en el mundo un reinado de hermanas y hermanos, donde los mejor atendidos sean los últimos, donde todos confiemos los unos en los otros, nos queramos y ayudemos. Este es el sueño de Dios.
Si me preguntas cómo me imagino a Dios ante la catástrofe de la Dana de Valencia, por ejemplo, te diré que sufriendo y muriendo con las víctimas, animando a los voluntarios y colaboradores, dando esperanza. La imagen de las iglesias convertidas en albergues, comedores y almacenes es la verdadera cara de Dios.
Si me planteas cómo veo a Dios en Rioja Alavesa, el paisaje cultural del vino y el viñedo. Te diré que lo veo preocupado de que sus fieles tiren la toalla, de que se dejen aplastar por las circunstancias adversas de la crisis del sector. Por mi parte siempre le veo a su lado en el sufrimiento, animándoles y serenándoles.
Creo además en otra vida, una vida en la que Dios va a calmar mi sed. Esa es la fe que siento.
“¿Cómo es tu fe?”, me preguntarás. La fe no es aceptación de unas enseñanzas, no es estación de parada, es camino. Por eso cada uno debe tener su propia fe, como tiene su propia manera de andar por la vida.
A mí me ayuda a vivir, a saber encajar cada pieza en el puzle de la vida, a saber acercarme a mi vecino con respeto, con confianza, con buenos sentimientos, porque pienso que todos somos hijos del mismo Padre, que a ellos les quiere como me quiere a mí.
Y, para no cansarte, termino confesando que Dios es mi ejemplo a seguir. De verdad te digo que quiero parecerme a Dios, pero no en su poder, sabiduría y eternidad, sino en su bondad.
Me puedes llamar iluso, inocentón, anticuado, etc., pero añadiré algo más: si resulta que no hay nada, ni Dios, ni eternidad, no me importa. “Has vivido engañado”, me podrás decir, pero, en medio de mi ignorancia, te contesto: ¡Dichosa mentira que me ha ayudado a ser feliz!
Pero ¡ojo!, mi fe, que es mentira para muchos, es para mí una gran verdad.
** Sesenta y tres años al servicio de los demás. Nacido en Laguardia en plena guerra (1937), Antonio Mijangos se ordenó sacerdote en 1961. Estuvo en Obecuri y otros dos pueblos de la Montaña Alavesa hasta finales de 1964 en que fue trasladado a Vitoria, donde permaneció un año, marchando a Ecuador en octubre de 1965. Regresó definitivamente de Ecuador a finales de 1979, catorce años después. El obispo le nombró párroco de Laserna y Assa y coadjutor de Laguardia. Así estuvo hasta 1982, en el que se reestructura la atención pastoral de la zona y cuatro sacerdotes se hacen cargo de Laguardia, Páganos, Villabuena, Samaniego, Baños de Ebro y Elvillar. En septiembre de 1991 se le nombró cura encargado de Nanclares de la Oca, Valle de Kuartango y Ribera Alta con otros dos sacerdotes: Cruz Briones, de Laguardia, y Alfredo Zabala, de Oyón. En 1996, acompañado de Alfredo Zabala, se encarga de la parroquia de Agurain, permaneciendo allí hasta el año 2001 en que regresaron ambos a Laguardia hasta octubre de 2021, en que se jubilaron. Desde entonces vive retirado, si bien colabora con la parroquia de Laguardia en actos puntuales, manteniendo su afición por el diálogo sincero, la lectura y la escritura.