Por Cristina Maruri.
Supongo que puedo parecer exagerada si te digo, que dentro de unos días me sentiré como Cristóbal Colón, antes de partir por primera vez a América.
En realidad, no es lo mismo, porque no parto yo sino siete voluntarios, que lo hacen desde Bilbao y no desde el puerto de Palos. Y, continuando con las diferencias, Uganda ya ha sido descubierto y no se encuentra en el continente americano, sino en el africano.
Pero son los sentimientos los que acercan la comparativa, ya que entiendo, emoción, ilusión, incertidumbre… se albergan en ambos viajes.
También encuentro otro nexo de unión en mi disparatado símil, y este es el conjunto, como contraposición, en el caso que nos ocupa, al individuo.
No puedo imaginarme a Colón con una par de remos, llegando al nuevo continente, sobreviviendo allí solo y regresando en tamaño cascarón, también en soledad. Como tampoco puedo imaginarme, el haber llegado hasta aquí (este viaje de siete voluntarios), tras tres años, sin la ayuda, el esfuerzo y el apoyo de much@s.
La fotografía de inicio, del allí, sería un lugar paupérrimo del país ugandés llamado Kazinga, en donde la miseria, el sida y la pandemia de COVID dejaba a los niños huérfanos.
Mi sueño, fue restar dolor y pobreza, sumar justicia y que se otorgara la oportunidad de vivir a los siempre más frágiles e inocentes.
Pero yo solo tenía un par de remos, y han sido los demás, el conjunto, quienes han dotado a ese sueño de provisiones, barco, velas, tripulación, llegando incluso a rellenar el mar, para que pudiera navegar.
Todos esos amigos que han estado desde siempre y cada momento conmigo, para poder llegar hasta este aquí y este ahora, en donde ya brilla el sol para decenas de niños, esperando que en un futuro brille para muchos más.
Dicen que es de bien nacido el ser agradecido, pero creo que, en realidad, es mucho más, porque yo no podría dormir tranquila si no lo fuera.
Al no querer transformar esta columna en epistolario, no voy a enumerarlos, pero permitidme que haga un reconocimiento expreso al Gobierno Vasco, por su dedicación de fondos al voluntariado, a la Universidad de Deusto, por su implicación en la construcción de seres humanos con doctorado en valores y a Irati, Carmen, Miriam, Maite, Lucía, Unai y Malen, quienes izarán las velas y se convertirán en marineros pioneros. Los niños, las mujeres y hombres, los ancianos; toda la aldea les está esperando, para que otra vez juntos, el conjunto, pueda continuar soñando sueños que hacer realidad.