Por Montxo Urraburu
Vivimos en una época histórica en la que el único método para triunfar en la vida es la manipulación de nuestro prójimo. La manipulación se ha profesionalizado en todos los ámbitos de la vida pública y privada, desde el político y financiero, hasta el empresarial e, incluso familiar. Los abusos de debilidad son una forma de violencia psicológica que debido a su repetición se acaba convirtiendo en una forma de abuso moral o coacción traspasando las fronteras de lo aceptable. Para definirlas es necesario plantearse continuamente la pregunta de si una actitud o comportamiento esta dentro de lo admisible o no.
La competitividad salvaje podría ser uno de los elementos que más influyen en la adopción de distintas actitudes que, en ocasiones se practican de forma inconsciente. En una entrevista de trabajo hasta parece obligatorio exagerar sobre nuestras actitudes y rellenar esos huecos vacíos del currículo vitae con idiomas que apenas dominados.
En la empresa, para vender un producto o posicionarse frente a los compañeros ocurre lo mismo. En realidad, estas manipulaciones se han convertido en ley del mercado. Solo hay que mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que las empresas seducen a sus trabajadores mientras les sacan provecho y luego se desprenden de ellos de las peores maneras; los gabinetes y agencias de comunicación manipulan la realidad; los banqueros se aprovechan del desconocimiento financiero que tiene el ciudadano . . .
En la escuela, en casa o en los medios de comunicación o los gabinetes de comunicación de los partidos políticos nos dicen lo que debemos hacer y, si no somos de una determinada manera, no se nos acepta. El ciudadano vive en una manipulación permanente que lo único que acaba produciendo es una insatisfacción generalizada. A pesar de este escenario, creo que hemos empezado a identificar estos excesos y, poco a poco, se están implantando mecanismos correctores.
