Por Ramón Zallo, Doctor en Ciencias de la Información y excatedrático de Comunicación Audiovisual en la UPV/EHU.
Siempre admiré, aun siendo tan distintos, a Manu Leguineche y a Mariano Ferrer como buenas, empáticas y solidarias personas. Compartían ser tiernos, modestos, libres y de gran calidad humana. Fueron, son, referentes de un modo de periodismo ético y de la responsabilidad con lo publicado. Ambos tuvieron una formación sólida, que acompañaban con lecturas y documentación previas para cada artículo, alocución o libro. No fueron amantes de las rutinas, por lo que se situaban ad hoc ante cada tema analizado, poniendo en el empeño sus recursos analíticos y discursivos.
Observar, interpretar y contar/comunicar estuvo en sus ADNs periodísticos. Ambos cultivaron la independencia de criterio y el periodismo de paz. Tenían claro para qué escribían buscando aclarar conflictos y alumbrar cauces de paz. Prestaban atención a los agentes subalternos de cualquiera de las partes de un conflicto. Algo así como unos kapuscinskis vascos para conflictos distintos, nada menos que casi todos los del siglo XX –e incluso anteriores- en Manu, o sobre los recovecos del conflicto vasco en el caso de Mariano.
Ambos huían del periodismo de declaraciones y de gabinetes persuasivos que tienen cautivas a no pocas redacciones. Su criterio de publicación era el interés social. Ambos eran, por su rigor y cada uno a su manera, fiables para el lector. Antes que analistas o asesores sociales, eran, sobre todo, periodistas. Observadores, descriptores, interpretadores y comunicadores. También compartieron, por cierto, ser denostados, por motivos distintos comprobables en su blog, por un exsenador del PNV.
Y, sin embargo, fueron muy distintos. Cultivaron géneros diferentes. El reportaje de guerra el uno, la radio y el columnismo, el otro. Dos modos de reflexión diferentes. Un modo descriptivo, narrativo, contextualizador, global, y cautivador para el lector, en el caso de Manu; más de mirada de bisturí analítico y fino, de hurgar en la complejidad, de destapar contradicciones de los agentes y de sacar conclusiones, en Mariano. Dos maneras de afrontar los hechos.
Dos estilos distintos. Exuberante, de mirada amplia y de lectura fácil, con el añadido de anécdotas, en el caso de Manu. Más abstracto, conceptual y sesudo en el caso de Mariano. Dos modos de vivir el periodismo. Manu en el núcleo físico de los conflictos, que nos explicaba con viveza, in situ y en vivo; o en la soledad reflexiva del quirófano de la radio o del despacho haciendo slow journalism, periodismo reposado, salpicado de moderaciones en debates, en el caso de Mariano.
Manu era un “relaciones públicas” de primera, que cultivaba el trato con periodistas y todo tipo de personas, hedonista, fiestero y querido por todos y todas, y con proyectos comunicativos colectivos, en los que lo arriesgaba todo. Mariano era más de llanero solitario y austero, punteado como conductor de debates plurales y regado por contactos con los movimientos sociales de base.
La campechanía y socarronería de Manu contrastaba con la fina ironía de Mariano. La comunicación estaba en los genes de Manu. La precisión, la palabra exacta y sin equívocos en el contenido de Mariano. Mientras Manu se prodigó con múltiples libros, Mariano siempre se resistió a ese formato.
Ya he comentado en otra ocasión, retomando dos personajes de Agatha Christie, que mientras Manu como vasco universal era viajero e internacional a lo Hércules Poirot –sin su arrogancia y con bonhomía- Mariano era más Miss Marple, que conectaba con universal desde lo local.
El compromiso de ambos con los derechos humanos, la democracia, la diversidad y la igualdad fue encomiable; y siempre desde la veracidad y la equidad. Cada cual en su ámbito, se ganaron el respeto y el cariño de la profesión y del público. Siempre les estaremos agradecidos. Su huella siempre vivirá en nosotros. Es lo maravilloso que compartimos las profesiones, bien ejercidas, de educadores, escritores y de periodistas.