Por Julio Flor / Gorliz.
Me lo cuenta su Alcalde, Juan Manuel Sánchez Gordillo, cuando le propongo una caminata a una de las nuestras. Una pequeña, de no más de tres horas de paseo. Bufa Gordillo. Partimos de la playa de Gorliz hasta el Ermuamendi, que sólo tiene 290 metros de altura. Una atalaya junto al Cantábrico.
«Ten cuidado, que lo vas a matar», bromea desde Marinaleda su compañera Carmen. Sonríe Gordillo. Y ahí vamos subiendo a su primer monte vasco. Él suda antes de llegar al faro, el más alto sobre el nivel del mar por estas latitudes.
Los acantilados dejan ver la desnudez del mar, hoy cristalino, acentuando nuestra pequeñez. Paramos de vez en cuando para que él recupere el aliento. Pero no se queja. Como mucho, preguntará cuánto falta para llegar cuando apenas nos separan veinte pasos de la cumbre.
Sobre ella suspira. Cierra los ojos y suspira. Hemos subido a su paso, poco a poco, pero aquí estamos, ante la inmensidad.

Bajamos en silencio, cada cual con sus pensamientos. Al cruzarnos con un par de jóvenes treintañeros, uno de ellos le dice: «es un honor pasar a tu lado, Gordillo», a la vez que hace una reverencia moviendo el brazo, cual si llevara en su mano un sombrero con el que dibuja una verónica en el aire.
Esa reverencia tiene que ver con una lucha que ya nadie podrá olvidar. Este hombre lideró a principios de los años 80 una huelga de hambre de 700 personas por la dignidad de los jornaleros andaluces y extremeños en pleno mes de agosto, durante 18 días, hasta que lo recibió un ministro del Gobierno de la UCD.
Este montañero sevillano luchó, luchó y luchó durante DOCE años hasta conseguir que finalmente el Duque del Infantado entregara sus tierras para que los sin tierra de Marinaleda pudieran trabajarlas y ganar su pan con el sudor de su frente. Este alcalde andaluz obró el milagro de los panes y los peces, quiero decir, del trabajo y la vivienda para todos en Marinaleda.
¿Quién dice que no hay montañas en la tierra sureña? ¡Andaluces, levantaos! Las hubo y las subieron los de Marinaleda de manera colectiva. Con una revolución pacífica que, al recordarla, me convierte en ese joven que se quita el sombrero para decirle a Juan Manuel: «Gordillo querido, es todo un honor ser tu cicerone en la ascensión a tu primera montaña vasca».
En el aire ha quedado escrito que un día de primavera de 2017, uno de los escaladores sociales más importantes de nuestro país, este hombre del sur vino a Euskadi con su brújula para enseñarnos, una vez más, dónde está el norte.
Para enseñarnos cuáles son las montañas más altas. “¡Pedid tierra y libertad!”. Y cómo y dónde está el hombre nuevo y la mujer nueva que parirán ese mundo posible. Y cuánto coraje precisamos, Blas Infante. Y cuánto amor. Una brújula, Gordillo, para orientarnos mejor, pasito a pasito hacia Itaca