Por JAVIER GALPARSORO
Conocí a Fernando Grande-Marlaska, compañero del mismo colegio, en la misma ciudad, y habiendo estudiado ambos Derecho en la misma Universidad. Hemos recibido la misma o parecida educación escolar y jurídica.
Aprendí del Juez de Instrucción Grande-Marlaska que la legítima defensa exige -entre otros requisitos- la necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla.
Y que quien en estado de necesidad infrinja un deber tiene que sopesar que el mal causado no sea mayor que el que se trate de evitar.
Admiré del Magistrado Marlaska en la Audiencia Provincial de Bizkaia la aplicación del artículo 195 del Código Penal al condenar en una causa por omisión del deber de socorro a una persona que no socorrió a otra pese a que se hallaba desamparada, y en peligro manifiesto y grave. Y que, además- pudiendo hacerlo-ni siquiera demandó auxilio ajeno.
Me enseñó que la autoridad o funcionario público que requerido para prestar auxilio estando obligado por razón de su cargo para evitar un delito contra la vida de las personas, y se abstuviera de prestarlo, puede incurrir en un delito de denegación de auxilio.
Lamento decir hoy, aquí y ahora que no reconozco al Ministro de Interior, Grande Marlaska. Ni en lo que dice; ni en lo que hace; ni en lo que no hace; ni en la forma en que visiona vídeos, o escruta imágenes e imparte órdenes.
He visto al igual que millones de seres humanos con absoluto estremecimiento y horror un desigual enfrentamiento entre policías fornidos, cubiertos y armados, frente a otros seres humanos desharrapados, descubiertos, asustados y en chanclas.
He visto pelotas de goma, porras, botes de humo, piedras, spray pimienta, con los que esas fuerzas de seguridad han vapuleado, disparado, arrojado, reducido a esos otros seres humanos que portaban martillos, mazas y radiales. No para agredir sino para tumbar la muralla que les conduce por la puerta de atrás -y siempre cerrada- hacia la libertad y la protección internacional.
He escuchado al Ministro decir que se trata de una “respuesta serena, pacífica y proporcionada” por parte de las autoridades marroquíes. El Presidente de mi Gobierno, Pedro Sánchez, ha afirmado que “fue un asunto bien resuelto por las fuerzas marroquíes” ¿Esa es la legítima defensa que aprendimos, Sr. Ministro? Mañana mismo me vuelvo a matricular en la Universidad de Deusto a empezar Derecho.
El artículo 1 de la Convención de Ginebra de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados y el artículo 3 de la Ley 12/2009 reguladora del Derecho de Asilo y de la Protección Subsidiaria, indican: “La condición de refugiado se reconoce a toda persona que, debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, opiniones políticas, pertenencia a determinado grupo social, de género u orientación sexual, se encuentra fuera del país de su nacionalidad y no puede o, a causa de dichos temores, no quiere acogerse a la protección de tal país”.
El “violento ataque” a la muralla fue protagonizado fundamentalmente por ciudadanos de Sudán del Sur, es decir de un país perseguidor y generador de personas refugiadas.
¿Sabían ellos que podían pedir protección internacional ¿Ante quién? ¿Cómo podían acceder a la Oficina de Asilo de Beni Enzar? ¿Con qué folleto informativo policial u ONG acreditada contaban para informarles de su derecho sacrosanto y mundialmente reconocido a preservar su vida frente al miedo, la persecución, y la vulneración de sus derechos más fundamentales?
He visto varias veces el reportaje de la BBC y he vomitado de horror y estupefacción, pero también de vergüenza por mi cobardía e inacción. No soy capaz de interpretar los mapas catastrales, pero intuyo que los expertos que lo han hecho no mienten al afirmar que buena parte de la masacre ocurre en territorio español.
Me niego a aceptar que se trate de “tierra de nadie” porque si así fuera ¿por qué no se les permitió pasar si esa tierra… era de nadie? Que tomen posesión pacífica de la Tierra Prometida pero sin represión ¡ Era de nadie, y ahora por fin es de alguien: es suya después del calvario insoportable que han vivido hasta llegar. Al fin serán dueños de algo.
No sé cada cuánto tiempo se carga la batería de los drones. Ni cada cuánto tiempo deben repostar los helicópteros. Me preocupa que casualmente hayan estado mudos y ciegos en los momentos más relevantes de la represión. Suscribo la descripción de Daniel Isusquiza, del Servicio Jesuita de Migrantes, sobre la inmensa tragedia: “Fue un acontecimiento vivido con dolor; gestionado sin duelo; realizado con dolo; y sostenido
con dólares”.
El requiebro de nuestro Gobierno al reconocer la autonomía del Sahara frente a su derecho de autodeterminación que veníamos apoyando es el peaje que hemos pagado con Marruecos para que “con los tradicionales lazos de amistad y cooperación” realicen la vergonzosa misión de gendarmes de la frontera europea por el Sur.
La buena relación que nuestro país mantenía con Argelia que nos facilitaba el gas, se rompe por este brusco viraje y no obliga a importar gas a USA y Rusia a precio mucho más elevado. A finales de junio del pasado año, España organizó la cumbre de la OTAN en Madrid y teníamos que mostrar al mundo “civilizado” la seguridad y fortaleza de nuestras fronteras.
El 24 de junio de 2022 debe quedar grabado colectivamente en la memoria de la ignominia. Todo vale; todo se explica; todo se justifica, nada queda. La culpa siempre es de otros, o de nadie. Entre 23 muertos y 72 hay cincuenta por el camino ¿Tan poco importan? ¿Tampoco interesan? Tal vez por qué no son de los nuestros. Quizá porque solo integran una fría y aséptica estadística.
Al Ministro no le pido dimisión sino dignidad que es algo mucho más serio e importante. El soufflé se ha desinflado intencionadamente porque interesa. Que pase el tiempo sutilmente con comparecencias disonantes y discordantes. Las gafas son de aumento o disminución según conviene. Quizá para que nos duela menos. E incluso, nada.
Esos 23 hombres tenían nombres y apellidos. Y una madre que ni siquiera puede llorarles. Y una vida de pesadilla que ni tú ni yo hemos padecido porque hemos tenido la suerte de nacer fortuita e inmerecidamente a este lado de la frontera donde brilla la abundancia, la documentación, la comida, la libertad.
Y el olvido. Y la justificación. Me niego a padecer intencionadamente amnesia jurídica. Esto fue una masacre. En suelo marroquí, en territorio español, en tierra de nadie, en zona especial. En este mundo maldito que todos debiéramos habitar y compartir.
Si las cámaras de vigilancia estaban casualmente apagadas o averiadas en uno de los puntos más calientes del planeta, tengo mis ojos, mi sentido común, mi formación jurídica, y mi deber moral de llamar a las cosas por su nombre y apellidos.