Por Antton Bastero, periodista, titiritero y actor
Durante los primeros días del confinamiento, en marzo de 2020, con la despensa medio
vacía en casa, no tuvimos más remedio que “aventurarnos” para ir a hacer una compra
básica que nos permitiera permanecer aislados durante varios días más. Me pilló todo en
Trebiñu, lejos de Bilbao. Lo debatimos y decidimos que fuera yo el que saliera por
víveres y que lo hiciera con una mascarilla fabricada en casa. Así que nos metimos en
Internet para ver cómo y de qué manera podíamos fabricarnos una. Tras revisar todas
nuestras posibilidades decidimos reciclar una vieja tela blanca de algodón almacenada
en un armario. Al colocármela se me vino encima toda la pandemia. Apenas podía
respirar y, según lo que habíamos visto y oído, esa tela no nos protegería del maldito
virus asi que intentaría no acercarme a nadie y tocar las menos cosas posibles pues
tampoco teníamos guantes en casa. Cogí el coche y me dirigí a un pueblo cercano donde
conocíamos a un productor de patatas Kennebec. La idea era coger 2 sacos de 25 kilos.
En mi casa, de pequeño, había visto muchas veces almacenar comida a mi ama. Éramos
8 hermanos y cada vez que la situación política se encrespaba mi ama llenaba de aceite
de girasol, azúcar, botes de leche condensada, latas de tomate frito, patatas y cebollas un
armario grande de la casa. Así que mi idea era comenzar con las patatas, que además
podríamos incluso plantar en un terreno aledaño a la casa. Cuando llegué al cruce de
Trebiñu 6 coches de la Guardia Civil habían establecido un alocado control de
carreteras para el volumen de población de la zona en el que paraban a todo el mundo.
“¿A dónde va?”, me preguntó un guardia sin mascarilla ni protección especial. “A por
patatas”, le contesté. Y en lugar de subir hacia el único supermercado de la zona tomé
un camino bien diferente. Cuando regresé me revisaron el coche hasta encontrar los
sacos de patatas. “Solo se puede ir al supermercado y usted se ha ido en dirección
contraria, además esa mascarilla que lleva puesta no sirve para nada”, me espeto
cabreado el uniformado. La verdad es que la situación me resultaba cómica, ¿me
multarán por llevar puesta una mascarilla casera?, pensé.
Meses después se comenzó a multar por sacar a pasear al perro más veces de la cuenta,
por no llevar mascarilla, por salir de noche y por juntarse varias personas en un bar.
Todo me resultaba como una película de ficción. En mi mente se sucedían una tras otra
las imágenes de Michael Jackson con mascarilla a todas horas para no infectarse con un
virus que nadie conocía y lo jocoso que me resultaba, las imágenes con estudiantes
francesas musulmanas con velo y sus dificultades para acceder a clase tras la injusta
prohibición del gobierno, la sonrisa pétrea y terrorífica de Hannibal Lecter con su
mascarilla en “El silencio de los corderos”, y los pañuelos cubriendo nariz y boca en
mis idolatrados vaqueros de mi juventud cuando cabalgaban junto al ganado. Pronto nos
hicimos expertos en mascarillas. Unas protegían a uno mismo y a los demás, otras solo
a los demás pero no a uno, aquellas dejaban ver la sonrisa en su transparencia pero no
protegían más que un colador de leche, las de más allá siempre arrugadas solo se podían
colocar bajo la barbilla a todas horas, muchas más de telas de colorines alegraban las
calles dejando que los virus entrarán a través de ellas como si nada, otros las portaban
del tipo invisible y el resto de los enmascarillados decidió llamarles “negacionistas”.
Dicen que cuando todo esto pase nos reiremos del pasado, que olvidaremos todo lo
malo como sucede con casi todos los desastres, dicen que nos haremos mejores
personas, más cuidadosas con el prójimo y que la creatividad resurgirá por doquier, que
la cultura, la educación y la sanidad pasarán a formar parte de las prioridades de todos
los gobiernos del mundo. También dicen que cuando acabe toda esta pandemia seremos
más solidarios, que trabajaremos por la igualdad de género, que todas las razas del
mundo nos abrazaremos sin temor y con gran pasión, que las injusticias ya no se
producirán porque la justicia imperará, gratis, amable y a favor de los más desvalidos.
Que nadie pasará hambre en el mundo, que viviremos una economía más sostenible sin
plásticos, que contaremos con inmensas ayudas a las energías no contaminantes y que
las armas de matar serán prohibidas en todo el planeta tierra.
Yo, por si acaso, a día de hoy continúo comprando sacos de patatas.
Trebiñu, 22 de febrero de 2022.
Antton, junto a su compañera Begitxu, crearon y grabaron en vídeo 100 episodios con
las marionetas Biru y Bakte durante los meses de marzo, abril, mayo y junio de 2020
coincidiendo con el confinamiento por pandemia de coronavirus.
Estos episodios se subieron a las redes sociales llegando a contar con más de 10.000 espectadores
diarios. Grabadas en euskara, las peripecias de Biru y Bakte sirvieron de compañía y
válvula de escape para miles de familias vascas. Esta actividad fue galardonada en
julio de 2020 con el premio Moskotarrak entregado en el Arenal por el alcalde de
Bilbao, Juan Maria Aburto, en un acto público en el que se guardaron estrictas
medidas de seguridad.