Por M. Urraburu
El ser humano, en su afán de convivir en sociedad, necesita de los demás para medirse y situarse en un escalafón social, incluido el político. El refinamiento del ser humano y la convivencia con los demás le conduce a utilizar formulas, mentiras establecidas, que todos consideramos normas de buena conducta al esconder perfectamente una relación forzada, una forma de comportamiento como, desgraciadamente en este país, se relacionan con la vocación de servicio tardía de muchos incompetentes que se suman a la larga lista de los partidos políticos, sindicatos y distintas instituciones. La mentira nos saca del atolladero en más de una ocasión. Nos sentimos arropados por quienes están detrás abanderando nuestras opciones políticas ¿verdad?
Nuestro comportamiento en sociedad raras veces está basado en la verdad. La cortesía y la educación que nos enseñan desde pequeños no son más que intenciones que a todos nos parecen adecuadas. Si alguien nos dice una verdad inoportuna hablamos de impertinencia, pero si mienten oportunamente entran dentro del juego aceptable del trato social, de lo apropiado. Los valores que mueven nuestra cultura se basan en conceptos no solo abstractos sino ficticios como el dinero, el poder, el consumo, la competitividad, el nivel social y…últimamente los de algunos políticos.
Estos últimos necesitan mentir para ocultar las grandes mentiras. Estamos atrapados en una trama tan difícil de evadir que el mundo de la verdad absoluta que nos contaron no resulta atractivo en un mundo tan complejo como el que hemos creado. Estamos acostumbrados a distinguir correctamente mentiras simpáticas, exageraciones anecdóticas, incidentes falsos, mitos y personajes inexistentes que aceptamos dentro de nuestra cultura, pero no estábamos preparados para aceptar que, los fundamentos de nuestra civilización, se habían transformado por culpa de quienes nos gobiernan.
Estamos rodeados por la calumnia, el engaño, la hipocresía, el ninguneo, la mentira, la traición, la envidia, la jactancia, el egoísmo…y la corrupción. No fue esto lo que nos enseñaron, lo que aprendimos. ¿Por qué nos engañan descaradamente? Y sobre todo, por qué lo consentimos. La mentira se hace, no solo con palabras. También con silencios, o con más mentiras.