Mario Vargas Llosa fallecía el pasado 13 de abril a los 89 años. Fueron sus hijos los encargados de comunicar la noticia al día siguiente, el 14 de abril… Rotos de dolor, enviaron un comunicado que conmocionó al mundo de la cultura y de las letras. También de la prensa del corazón, pues la agitada vida privada del escrito fue noticia desde casi sus inicios…
Instalado en su Perú natal, las noticias sobre su estado no habían sido buenas. Desde el entorno del premio Nobel intentaba darse una cierta normalidad, no en vano la edad de Vargas Llosa ya era avanzada. Con todo, su fallecimiento ha encontrado por sorpresa a todos. Solo sus allegados conocían la situación en la que se encontraba… Sus tres hijos: Álvaro, Gonzalo y Morgana emitieron un comunicado transmitiendo la noticia: “Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá»…
Vargas Llosa es el último gran Premio Nobel de las letras castellanas. Su popularidad tanto Latinoamérica como en el resto del continente era sobradamente conocida. No solo fue una figura de la cultura, también quiso dar el salto a la política y estuvo a punto de ser el primer líder de Perú. Escritor, columnista, periodista y orador, en sus últimos años ha recorrido el mundo ofreciendo charlas y conferencias.
Era de prever que la despedida de Vargas Llosa iba a ser monumental. De ahí, posiblemente, que el escritor haya querido que todo sea mucho más discreto y sencillo. Un último adiós al que solo acudirán sus elegidos, las personas que en este duro tiempo han estado a su lado. En cuanto ha trascendido la noticia, han sido numerosas las reacciones, tanto institucionales como de universidades, fundaciones y medios informativos…
Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, nacido en Arequipa, el 28 de marzo de 1936 y fallecido en Lima el pasado 14 de abril, fue marqués de Vargas Llosa, escritor peruano con nacionalidad española desde 1993 y la nacionalidad dominicana desde junio de 2022. Considerado como uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos, sus obras han obtenido numerosos premios, entre los que destacan el Premio Nobel de Literatura 2010, el Premio Cervantes 1994, el Premio Príncipe de Asturias 1986, el Premio Biblioteca Breve 1962, el Premio Rómulo Gallegos 1967 y el Premio Planeta 1993, entre otros. Junto a Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, es uno de los exponentes centrales del boom literario latinoamericano.


Alcanzó la fama en la década de 1960 con novelas como La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969). Continuó cultivando prolíficamente varios géneros literarios, como el ensayo, el artículo y el teatro. Varias de sus obras han sido adaptadas al cine y a la televisión. La mayoría de sus novelas están ambientadas en Perú y exploran su concepción sobre la sociedad peruana; en cambio, en La guerra del fin del mundo (1981), La fiesta del Chivo (2000) y El sueño del celta (2010) ubica sus tramas en otros países.
Como otros autores hispanoamericanos, participó en política. Luego de simpatizar con el comunismo en su juventud, a partir de la década de 1980 se adscribió al liberalismo. Fue candidato a la presidencia del Perú en las elecciones de 1990 por la coalición política de centro-derecha Frente Democrático. Perdió la elección en segunda vuelta frente al candidato de Cambio 90, Alberto Fujimori… En 2011 fue nombrado primer marqués de Vargas Llosa por el rey Juan Carlos I… En 2021 fue elegido miembro de la Academia Francesa para ocupar el asiento número 18 de esa institución, de la que fue el primer miembro que no había escrito obras en lengua francesa, a pesar de que la hablaba con fluidez. Favoreció tal elección el que Vargas Llosa fuera el primer escritor de lengua no francesa al que la prestigiosa colección La Pléiade de Gallimard le había publicado su obra en vida. Fue el segundo latinoamericano que llegó a la Academia después del argentino Héctor Bianciotti…
Amigo lector, si entras (perdón por el tuteo) en los famosos artículos escritos por Mario Vargas Llosa, te encontrarás numerosos que son de gran interés, muy propios del escritor peruano… Personalmente este periodista tiene seleccionados unos cuantos y de ellos hay uno que me ha servido para el titular del artículo en recuerdo de don Mario y del genial don Miguel de Cervantes, porque Mario siempre me pareció un grandísimo Quijote en vida y Miguel de Cervantes en sus numerosos textos y obras… Por eso, no he hecho nada más y nada menos que recordar ese artículo que titulaba: “El Quijote: novela de hombres libres” y lo recogía el escritor argentino Isaías Garde el pasado 6 de marzo de 2007…
Premio Cervantes: gran discurso de Vargas Llosa
Titulado “La tentación de lo imposible” fue el largo discurso, de una hora y veintitrés minutos, de Mario Vargas Llosa al recibir el Premio Cervantes 1994… Un discurso que versa sobre la realidad de la ficción, sobre cómo se combate la realidad con la fantasía, sobre cómo Don Quijote sale de la realidad para vivir la fantasía, y, en definitiva, sobre cómo algunos viven la ficción hasta las últimas consecuencias.
De toda esa larga y universal conferencia recogemos una selección, y si el lector quiere leerla entera, puede hacerlo entrando en “Google Chrome” … Vamos, por tanto, con parte del texto:
“Hay algo abrumador en obtener un Premio llamado Cervantes y recibirlo en Alcalá de Henares, la ciudad donde nació el padre y maestro mágico de nuestra literatura… Y que este acto tenga lugar precisamente el día que se conmemora, con la muerte del autor del Quijote, 22 de abril de 1616, en Madrid, la vigencia de una lengua a la que su genio inyectó un torrente de vida y de fantasía que todavía bullen, rebosantes de juventud, cada vez que abrimos la historia del Caballero de la Triste Figura. ¿Qué puede decir este afortunado escribidor que no haya sido ya dicho sobre Cervantes? ¿Qué añadir sobre su obra que no rechine como disco rayado?…
“La vertiginosa bibliografía y el culto oficial de que es objeto, lo han, en cierta forma, petrificado, como a Homero, Dante o Shakespeare, esos autores que con él han pasado a ser símbolos de una lengua y una cultura, haciéndonos olvidar, a menudo, que el icono semi-divinizado por el respeto y las venias de las generaciones, fue una criatura de carne y hueso enfrentada, como las demás, a las emboscadas de un destino incierto y que su obra no resultó del milagro ni el azar, sino de la voluntad, el trabajo, la artesanía y la paciencia….. En ningún otro de esos creadores es tan visible ese relente de humanidad identificable por el hombre común, como en la vida azarosa que se inició en esta ciudad, algún día del otoño de 1547, de Miguel -el hijo de Rodrigo Cervantes, barbero y cirujano chambón, que vivió acosado por los pleitos y huyendo de la mala suerte…
Ésta fue la única herencia que legó a su hijo, al parecer: los infortunios -juicios, excomuniones, fugas, estrecheces de una existencia que, pese al asedio de los historiadores, conserva todavía grandes zonas de sombra y, como la de Shakespeare, tenemos en buena parte que adivinar. Pero sí sabemos con certeza que la vida de Cervantes fue la de un ciudadano sin títulos ni fortuna, que vivió en la medianía, aunque los dos arcabuzazos que recibió en Lepanto y la mano izquierda que le quedó anquilosada, hayan inducido a los hagiógrafos a izarlo sobre el zócalo del héroe. No lo fue, por lo menos no en el sentido épico de la expresión, sólo en ese otro, discreto, que es el heroísmo de las gentes anónimas, por haber resistido sin desfallecer tantos reveses y pellejerías -los cinco años de cautiverio en Argel, la esclavitud en manos del renegado griego Dalí Mamí, las negativas de los burócratas cuando quiso servir a la corona en Indias, las cárceles por deudas, y la amargura de no alcanzar la gloria en el género príncipe -la poesía-, debiendo contentarse con la plebeya narrativa, tan lejos de la cúspide intelectual y tan cerca del populacho…
“El Quijote nos muestra que, a través de la creación artística, el hombre puede alcanzar una forma de inmortalidad”
La vida de Cervantes nos emociona o entristece, pero no nos admira: era la precaria del español de a pie de esos tiempos convulsos… Lo que nos desconcierta es que, de esa vida marcada por la sordidez, hubiera podido surgir una aventura tan generosa como la del Quijote, esa novela sobre la cual parece haberse dicho ya todo, y, sin embargo, vez que la releemos descubrimos que aún falta tanto por decir…
Toda obra genial es una evidencia y una incógnita…
El Quijote como la Odisea, la Comedia o el Hamlet, comenta Vargas Llosa,nos enriquece como seres humanos, mostrándonos que, a través de la creación artística, el hombre puede romper los límites de su condición y alcanzar una forma de inmortalidad; al mismo tiempo nos fulmina, haciéndonos conscientes de nuestra pequeñez, contrastados con el gigante que concibió esa gesta. ¿Cómo pudo perpetrar un deicidio semejante? ¿Cómo fue posible desafiar de ese modo la creación del Creador?… Escribiendo la historia del Ingenioso Hidalgo, Cervantes potenció la lengua española a unas alturas que nunca había alcanzado y puso un tope emblemático para quienes escribimos en ella; y renovó el género novelesco, dotándolo de una complejidad y sutileza tan vastas como la ambición, destructora y reconstructora del mundo que lo anima. Desde entonces, todas las novelas se medirían con la marca que ella puso, ni más ni menos que todo el teatro estaría siempre espiando a hurtadillas al de Shakespeare, como piedra de toque.
Que fue y es una gran novela cómica y a la vez muy seria, que ella recrea en un mito sencillo la insoluble dialéctica entre lo real y lo ideal, que a la vez que pulverizaba las novelas de caballerías les rendía un soberbio homenaje, así nos lo han explicado los críticos. Pero, han dicho menos que, entre las muchas cosas que es, como todos los grandes paradigmas literarios, el Quijote es también una ficción sobre la ficción, sobre lo que ella es y la manera como opera en la vida, el servicio que presta y los estragos que puede causar. Este tema reaparece en todas las literaturas porque es un tema permanente en la vida de las gentes, y ningún novelista lo ha descrito con tanta perfección, en una historia tan seductora y tan clara, como lo hizo Cervantes, acaso sin siquiera proponérselo ni saber que lo hacía…
“Novela cómica y a la vez muy seria, el Quijote recrea la dialéctica entre lo real y lo ideal“

Se trata de algo muy simple, en un principio, aunque luego se vuelva complicado. Hombres y mujeres no están contentos con las vidas que viven, que se hallan siempre por debajo de sus anhelos y, como no se resignan a renunciar a esas vidas que no tienen, las viven en sueños; es decir, en los cuentos que se cuentan… La literatura es una rama de ese árbol opulento: la ficción.
Ese quehacer, inventarse y contarse historias para soportar mejor la historia que se vive es antiquísimo como el lenguaje y sin duda se practicó desde que las primeras manifestaciones de una comunicación inteligente sustituyeron a los gruñidos y brincos del antropoide, en la caverna primitiva. Allí debieron de escucharse, junto al fuego, las primeras ficciones, en la misma actitud reverencial con que, a lo largo de los milenios y a lo ancho de todas las geografías, las escucharían los niños de boca de las abuelas, las tribus convocadas en los claros del bosque por habladores y chamanes, los vecinos en las plazas de las aldeas cantadas por los cómicos de la legua, y los poderosos en los salones de las cortes y palacios recitadas por los troveros… Con la escritura, la ficción pasó al libro, que fijó lo que hasta entonces era un universo perecible de oralidad. La literatura estabilizó, dio permanencia a los mitos y prototipos cuajados en la ficción: gracias a ella, de un modo misterioso, esa vida alternativa, creada para llenar el abismo entre la realidad y los deseos sobre el cual se columpia la criatura humana, obtuvo derecho de ciudad y los fantasmas de la imaginación pasaron a formar parte de lo vívido, a ser, en palabras de Balzac, la historia privada de las naciones.
Una ficción es un entretenimiento sólo en segunda o tercera instancia, aunque, por supuesto, si también no lo es, ella no es nada. Una ficción es, primero, un acto de rebeldía contra la vida real y, en segundo, un desagravio a quienes desasosiega el vivir en la prisión de un único destino, aquellos a los que solivianta esa «tentación de lo imposible» que, según Lamartine, hizo posible la creación de Los miserables de Victor Hugo, y quieren salir de sus vidas y protagonizar otras, más ricas o más sórdidas, más puras o más terribles, que las que les tocó. Esta manera de explicar la ficción puede parecer truculenta, tratándose de lo que a simple vista no es más que el benigno pasatiempo de un señor que, en la noche, antes de que le vengan los bostezos, perpetra el crimen de Raskálnikov y se duerme, o de la virtuosa señora que toma el té de las cinco cometiendo las travesuras de las damas de Bocaccio sin que se entere su marido. Pero, como nos muestra Alonso Quijano, la ficción es algo más complejo que una manera de no aburrirse: el transitorio alivio de una insatisfacción existencial, un sucedáneo para ese hambre de algo distinto a lo que ya somos y ya tenemos, que, paradójicamente, la ficción aplaca al mismo tiempo que exacerba. Porque esas vidas prestadas que son nuestras gracias a la ficción, en vez de curarnos de nuestros deseos, los aumentan y nos hacen más conscientes de lo poco que somos comparados con esos seres extraordinarios que maquina el fantaseador agazapado en nuestro ser.
A continuación, Mario Vargas Llosa explica lo que es una ficción: un acto de rebeldía contra la vida real. Y señala que “Si hubiera prevalecido el pragmatismo de Sancho, no habría habido novela o habría sido aburridísima“ …
Juzgando en frío, hay una gran injusticia en esta desigual valoración de la célebre pareja, al menos si la perspectiva del juicio se desplaza de lo individual a lo social. Pues, lo cierto es que esos rechazos del Quijote al mundo tal como es provocan múltiples desaguisados, tropelías y aun catástrofes: destruyen bienes ajenos, ponen en libertad a peligrosos criminales, diezman rebaños, aterran o dejan tundidos y birlados a humildes aldeanos. Las empresas del Quijote sólo son simpáticas a sus lectores, de ninguna manera a esos pobres diablos que su fantasía convierte en encantadores, encantados o caballeros andantes y a los que trata a menudo de ensartar con su lanzón. Si hubiera prevalecido el pragmatismo de Sancho, su comprensión cabal de las cosas de este mundo, el Quijote tendría, al final de la historia, los lomos menos magullados y su boda más dientes. Pero, entonces, no habría habido novela -o ella habría sido aburridísima- y la lengua y la literatura españolas serían menos fecundas de lo que son.
Lo que quiere decir, por lo menos, dos cosas. La primera, que en el Quijote no admiramos a un personaje real sino a un fantasma, a un ser de ficción, y que lo que nos aleja de Sancho es que, a diferencia de su amo, no se despega demasiado de nosotros, y por eso su manera de actuar y ver las cosas no nos parecen las de un ser novelesco sino las de un mero mortal. Y eso me lleva a la segunda conclusión: que la razón de ser de la ficción, no es representar la realidad sino negarla, trasmutándola en una irrealidad que, cuando el novelista domina el arte de la prestidigitación verbal como Cervantes, se nos aparece como la realidad auténtica, cuando en verdad es su antítesis.
Ése es, acaso, el simbolismo del Quijote que mueve más íntimamente nuestra solidaridad hacia su desgarbada silueta: él ha convertido en práctica cotidiana esa ficción que el común de los mortales necesita también para rellenar los vacíos de la vida pero sólo visita a ratos, cuando sueña, lee o asiste a un espectáculo, es decir, cuando se desdobla, ayudado por la imaginación. El Quijote no se desdobla: sale de sí de verdad, cruza los límites prohibidos, hacia los espejismos de la ficción, y ni los peores reveses consiguen regresarlo al mundo real. Más que el contenido de su sueño o su tabla de valores, lo que en él es eterno es el hambre de ficción que lo carcome, tan avasallador que lo empuja a ese enloquecido trueque: dejar de ser de carne y hueso para tornarse quimera, ilusión.
Es verdad que la empresa quijotesca -salir de la realidad propia para vivir la fantasía- ha dado tipos humanos excepcionales, gracias a cuyas temeridades el mundo ha progresado en el dominio del conocimiento y que sin ellos la vida sería mucho más gris de lo que es. El progreso científico, social, económico, cultural, se debe a soñadores así: sin ellos no se habría descubierto aún América, ni la imprenta, ni los derechos humanos y seguiríamos zapateando en la tierra para que cayera la lluvia sobre las cosechas. Pero también es cierto que el llamado de lo irreal, al aguijonear en hombres y mujeres el apetito de lo que no tienen ni tendrán, ha aumentado, considerablemente, su infelicidad. Se trata de un problema insoluble, pues no hay una manera realista de que aquello que intenta el Quijote sea posible y lleguemos a vivir, simultáneamente, en la vida objetiva de la historia y en la subjetiva de la ficción.
Seguidamente, Mario Vargas Llosa se detiene en explicar “la manera de como la literatura influye en en la vida es misterioa”…
Pero sí hay una manera figurada, y es la que pactan Cervantes y sus lectores, claro está. De ese contrato subconsciente que firman el novelista y su público para jugar a las mentiras depende la novela, género nacido para completar las incompletas vidas de los mortales con aquellas raciones de heroísmo o de pasión, de inteligencia o de terror, que añoran porque no las tienen o no en las dosis que exige su imaginación, ese combustible de la disidencia vital. Es verdad que la ficción es un paliativo fugaz para el desasosiego que surge de la conciencia de nuestros confines, la imposibilidad en que nos hallamos de ser y hacer todo lo que nuestra fantasía reclama. Pero, aun así, gracias a ella nuestras vidas se multiplican en un universo de sombras que, aunque frágiles y amasadas con una leve materia, se incorporan a nuestras vidas, influyen en nuestros destinos y nos ayudan a solucionar el conflicto que resulta de esa extraña condición nuestra de tener un cuerpo condenado a una sola vida y unos apetitos que nos exigen otras mil. La manera como la literatura influye en la vida es misteriosa y todo lo que se diga al respecto debe tomarse con cautela. ¿Hizo la ficción más desdichado o más feliz a don Alonso Quijano? De un lado, lo puso en entredicho con el mundo, lo hizo estrellarse contra la terca realidad y perder todas las batallas. De otro ¿no vivió así más plenamente que los demás? ¿Hubiera sido más envidiable su destino sin esa porfía suya en proyectar sobre el mundo las criaturas de su espíritu? ¿No hay, en esa empresa insensata, algo que nos redime de la rutina, no nos hace vivir algo de todo aquello que no hicimos, ni fuimos, y hemos vivido añorando, soñándolo?… Sigue adelante…un buen párrafo hasta terminar ese párrafo con estas palabras: “fabuladores formidables, debieran comparecer a recibir este premio conmigo, pues sin ellos, que deslumbraron mi juventud y me enseñaron a animar los sueños en la vida gracias a las palabras, no habría llegado a ser un escritor”.
Por eso, si todos los seres humanos que recurren a las ficciones tienen por el Quijote una devoción particular, los que dedicamos nuestras vidas a escribirlas, nos sentimos recónditamente afectados por su historia, que simboliza la que emprendemos cada vez que, enfrentados a la página en blanco con la fantasía y las palabras, lo emulamos en el afán de arraigar lo imaginario en lo cotidiano, la ilusión en la acción, el mito en la historia, y encontramos en su aventura aliciente para las nuestras
Pero, quizás, estas consideraciones sean demasiado abstractas para hablar de una vocación, la del contador de historias, que es a la que debo estar hoy día aquí, en la patria chica de don Miguel de Cervantes, recibiendo este Premio que honra su memoria y que me honra, de mano de los Reyes de España. Como todo el que escribe historias, yo fui lector antes que escribidor, y, antes que lector, fui, por supuesto, escuchador de ficciones. Mi vocación debió nacer al conjuro de aquella otra vida que te revelaron los cuentos de los abuelos, o de la tía abuela Elvira, la Mamaé, en Cochabamba, cuando era un pequeño déspota de pantalón corto, que, por lo visto, exigía una historia con principio y final por cada cucharada de sopa. Yo era entonces inmensamente feliz, viviendo, como Alonso Quijano, «todo absorto y empapado en lo que había leído en sus libros mentirosos». Pinocho, La Sombra, El Coyote, Bill Barnes, el pequeño Guillermo, Mandrake y Nostradamus, las correrías del Zorro en la Misión de San Juan de Capristano, las de Sandokán y el fiel Yáñez en Malasia y las historias que irrumpían en la casona de Ladislao Cabrera con El Peneca y el Billiken llenaban mis días de exaltación. En mi memoria, aquellos personajes se conservan más vívidos que Gumucio, Román, Artero, Zapata y Ballivián y demás compañeros de.La Salle con los que reproducíamos sus hazañas en los patios y techos de la casa. (Olmedo lloriqueaba porque, para entrar en el juego, debía hacer de Chita, el mono de Tarzán).
No sé cuándo oí hablar por primera vez de Don Quijote, pero me gustaría que hubiera sido allí, en Bolivia, y de boca del abuelo Pedro, a quien mi infancia debió tanto, un señor que tenía una frente muy ancha y una gran nariz. Escribía versos festivos cuando se presentaba la ocasión, contaba cuentos con mañas de brujo y me incitó a leer libros soberbios. Pero sí recuerdo con precisión que mi primera tentativa de entrar en El Quijote, en algún año de la Secundaria, fue un fracaso: a cada párrafo, las palabras difíciles y los giros arcaicos pulverizaban la ilusión, y a mí lo que me gustaba de las novelas -lo que me gusta todavía de las novelas-, era que me abolieran y transubstanciaran, como a Alonso Quijano las del Amadís y del Espliandán, y me hicieran enamorarme, combatir, enfurecerme, llorar, matar y resucitar.
Sólo años después, y gracias a La ruta de Don Quijote (1905), de Azorín, relato de su recorrido por La Mancha en pos de las huellas de Cervantes, volví a leerlo, hasta el final…


Después de un largo párrafo mostrando que “para entonces era un devorador desaforado de historias ajenas y garabateador de algunas propias. No sospechaba que llegaría a ser un escritor pero ya me desvelaba esa ambición, que parecía todavía más improbable que esas otras, acariciadas en secreto: ser marino, torero, aviador, legionario, explorador, mosquetero, rey del mambo y conquistador de la India y de Brigitte Bardot. Pero sí sabía que siempre sería un lector empedernido de novelas porque las horas que pasaba sumido en esa vorágine de destinos excepcionales, paisajes exóticos y gentes estimulantes, eran siempre las mejores.
Es entonces cuando recuerda los quince y los veinte años, y posteriormente, mientras estudiaba Letras y Derecho, y ya en Barcelona, momento en que, afirma: “mi vida daría un vuelco mágico y la literatura sería mi primer y más grande amor” (…) Más adelante se pregunta: ¿Qué homenaje podría apreciar más don Quijote que el de una ficción viva?…
Y hay un largo párrafo de Mario Vargas Llosa recordando a don Miguel de Cervantes Saavedra y su oficio, al que su genio dio tanta gloria, y que el mismo agradece como lector que vive la ficción y es feliz… Y afirma:
“Una ficción es un acto de rebeldía contra la vida real“
La ficción es testimonio y fuente de inconformidad, desacato del mundo tal como es, prueba irrefutable de que la realidad real, y la vida vivida, están hechas apenas a la medida de lo que somos, no de lo que quisiéramos ser, y por eso debemos inventar unas distintas… Esa vida ficticia, superpuesta a la otra, sobre todo cuando ella es sobresaliente, como en los tiempos en que Cervantes escribió su epopeya, no es un síntoma de felicidad social, más bien de lo contrario. ¿Para qué necesitaría una sociedad procrear en su seno esas vidas paralelas, esas mentiras, si la que tiene le bastara, si las verdades de la existencia la colmaran? La aparición de una gran novela es siempre indicio de una rebeldía vital, articulada en la configuración de un mundo ficticio, que, guardando el semblante del mundo real, en verdad rechaza a éste y lo cuestiona. Ésa es, tal vez, la explicación de la fortaleza con que Cervantes parece haber sobrellevado su circunstancia: desquitándose de ella con un deicidio simbólico, reemplazando la realidad que lo maltrataba con el esplendor de la que, sacando fuerzas de sus decepciones, inventó para oponerle.
Combatir la realidad con la fantasía, que es lo que hacemos todos cuando contamos o fabricamos historias, es un juego entretenido mientras nos mantengamos lúcidos sobre las fronteras inquebrantables entre ficción y realidad. Cuando esa frontera se eclipsa y ambas órdenes se confunden, como ocurre en la mente del Quijote, el juego cede el lugar a la locura y puede tornarse tragedia. Ahora bien, aunque es evidente que el temerario manchego acomete un sinfín de disparates, pues actúa con una percepción de lo real esencialmente falsa, o, mejor, falseada por la ficción caballeresca, sus excentricidades no le han merecido nunca el desprecio de los lectores. Por el contrario, incluso para sus contemporáneos, que leyeron el libro riéndose a carcajadas y vieron en él sólo una novela risueña, el esmirriado manchego que arremete contra molinos de viento creyéndolos gigantes, toma la bacía de un barbero por el yelmo de Mambrino y ve castillos y palacios en las ventas del camino, apareció como un ser moralmente superior, empeñado en una aventura noble e idealista, aunque, a causa de la desbocada fantasía que enturbia su razón, todo le salga al revés. Desde un principio, los lectores se identifican con el Quijote, que ha sucumbido a la tentación de lo imposible tratando de vivir la ficción, y toman una distancia perdonavidas del buen Sancho Panza, a quien, por su sentido común, por vivir amurallado dentro de lo posible, se ha convertido en encarnación de una deleznable forma de humanidad, la del hombre en el que la materia sofoca al espíritu y cuyo horizonte vital es mezquino de tanto pragmatismo…
José Manuel Alonso