Por Cristina Maruri, escritora y abogada
Pertenecemos al parecer, a esa generación que está encantada con hacer estadísticas para todo, y como cada vez nos resulta más fácil, puesto que cada vez contamos con mejores herramientas y más caladeros de información para pescar, pues no paramos en verter datos y más datos. Ordenados, a colorines o en gráficos. En radio, prensa o televisión.
Recientemente mi última estadística leída, concluía la disminución de los niños nacidos, o, traduciendo al escritor, las pocas ganas que teníamos las mujeres en la actualidad de ser madres.
Lo cierto es que, como mujer, puedo y quiero poner mi granito de arena en el debate, alegando que a lo mejor son las mismas ganas de siempre, pero expresadas con mayor libertad que nunca.
Que, a lo mejor, es esa tan justa y esforzada nueva cota de libertad alcanzada, la que ha trastabillado los datos, los gráficos y hasta los colorines y por eso se arrojan cifras que asombran o incluso no gustan.
Supongo que si no se está en el pellejo, no se puede hacer uno a la idea, y es que ser mujer en generaciones anteriores, hasta los tiempos de las cavernas, no era otra cosa que ser esclava. Obligada a ser, hacer y servir. Y claro está, parir, perpetuando especie y estirpe, era el 99,9 por ciento de nuestro cometido, de nuestro ciclo vital, siempre por otros, predeterminado.
Pero ahora las cosas han cambiado, no solas por supuesto, y las mujeres, algunas, podemos “pasar” de cultura, educación, religión, roles y obligación. Ser nosotras mismas, al fin, y decidir.
No puede catalogarse de milagro, porque es un logro, y han venir por detrás muchos más. Porque ninguna sociedad puede mejorar, construir un castillo que no lo sea de arena o barro, y optar a ese mundo feliz con el que tantos llenan sus bocas de agua, si no fomenta la felicidad de cada uno de sus individuos. Y amig@s mí@s, coincidiréis, que nadie puede ser feliz, si, primeramente, ante todo y sobre todos, no es libre.