Por Mikel Pulgarín, Periodista y Consultor de Comunicación
Desde que el ángel mostrara a nuestros primeros padres la puerta de salida del Paraíso, después de que la Voz sentenciara “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”, la capacidad humana para hacerse con el trabajo redentor que posibilita ese ejercicio de transpiración no ha hecho más que complicarse.
Los descendientes de Adán y Eva se tomaron excesivamente en serio el mensaje de aquél imperativo, y movieron cielo y tierra para lograr el anhelado puesto de trabajo, sinónimo de honradez, de arrepentimiento por el pecado original y de reinserción con derecho a una casita en los aledaños de ese Edén que había quedado vedado para siempre.
Sin embargo, no se sabe si por un descuido o por un problema organizativo, lo cierto es que los primeros cálculos fallaron. El trabajo se convirtió en un bien/mal escaso y no todos pudieron cumplir la orden dada por el Supremo. El ser humano nunca perdió su capacidad para la sudoración, pero lo de ganarse el pan se convirtió en una aventura mucho más compleja y complicada.
Varios milenios después, según el calendario bíblico, los expertos, los nuevos brujos, se devanan los sesos en busca de soluciones que permitan repartir el sudor y, lo que es más importante, que aseguren la obtención del pan. Bueno, del pan, la leche, el vino, el televisor, la nevera, el colegio de los niños, las vacaciones de Semana Santa, …
Pero parece que no es fácil hallar respuestas a ese que algunos consideran como el enigma de nuestros días. Algo no funciona bien o está desajustado en esa gran máquina que todos conocemos por Economía. El motor logra las necesarias revoluciones, el aceite lubrica, la inyección bombea el combustible preciso, pero la transmisión no genera movimiento y el vehículo permanece parado.
La Economía crece y el empleo no. El paro disminuye en Estados Unidos y al día siguiente se desploma la Bolsa. La inflación desciende, el déficit público se recorta, pero no se crean puestos de trabajo suficientes. Esto no hay quien lo entienda.
Las teorías, los esquemas de flujos, las interpretaciones macroeconómicas o las aportaciones de la microeconomía parecen no tener efecto alguno a la hora de resolver este galimatías. Los expertos están desorientados. No saben qué hacer. Y no es para menos. Buscar soluciones a un problema bíblico se las trae. Después de miles de años de compartir mucho sudor y poco pan, encontrar remedio al mayor de nuestros males no es fácil.
Si Adán y Eva hubieran imaginado el lío que se iba a montar a cuenta de la famosa manzana, no hay duda de que habrían optado por los melones o las sandías, que son más dulces y, además, dan mucho de sí. Lo cierto es que lo hecho, hecho está. No tenemos más remedio que seguir sudando y buscar soluciones para que todos podamos hacerlo y, de paso, ganarnos el pan. Mientras tanto, sólo podemos consolarnos con la famosa coplilla que decía: “¡Ay, ay, ay, ay, qué trabajos nos manda el Señor…!”.